—¡No puede ser! —inquirió Mía, perpleja. —¿tienes sangre real?
—Yo... digamos que era de un linaje distante al trono. Mía. Nunca estuve asociado a mi familia. por lo que soy ajeno a todo aquello que tenga que ver con el reino... Pero, nunca podría negar lo que en realidad soy, amé a mi hermano, el rey. Es por él que soy el hombre que soy. Y siento que lejos de todo prejuicio en la corte durante su reinado, él estaba orgulloso de mí. —La cara de Sylas, por un momento pudo dejar caer lagrimas si pudiera.
—Me alegra que hayas compartido esto conmigo... Aunque parece increíble.
—Las personas normales de mi país lo saben... Lo sabían. Que la sangre real de los Lapins les permite vivir una larga vida, mi hermano reinó durante casi doscientos años, y mi padre antes de él, reinó otros centenares. Pero los Lapins normales viven una vida normal, a semejanza de los humanos. En el fondo, esta apariencia con poco color, y la falta de cabello, es lo único que nos hace diferente... Después de todo, ambas razas sangran del mismo color ¿No crees?
Una pausa se hizo presente en lugar, pero el silencio no fue incomodo. Los ojos de Mía se mantuvieron inmóviles en dirección al viejo que relataba por primera vez algo acerca de su raza.
—Aunque para tu raza es diferente. —Dijo Sylas envolviendo a Mía en una sonrisa cubierta de calidez. —Para ti el aroma y el sabor son completamente diferentes.
La calidez del ambiente fue tan obvia como la tristeza que se había dibujado en los ojos de Mía. La chica se sentía profundamente cautivada por las palabras de Sylas, su corazón latía con fuerza, como si la revelación misma del anciano hubiese hecho aflorar un nuevo sentimiento de empatía en ella. Se mantuvo sentada frente a él en la penumbra de la cueva. Su rostro, iluminado por la luz de una antorcha cercana, nunca había deseado desde su interior con tanta fuerza el poder conocer cómo se verían los ojos de algún ser. Cada palabra del anciano parecía tejer una red de historias olvidadas que Mía anhelaba desentrañar. Y en sus gestos, Mía mostraba un respeto profundo hacia el anciano, aun sabiendo que este no podía verla. Pero su postura encorvada sobre el asiento, aunque característica de un anciano, le reflejaba una vida que ella anhelaba, una vida en donde los secretos del mundo serían parte de ella.
—Me gustaría continuar con la historia de las bestias... Sylas. —Musitó Mía, queriendo evitar traer con la historia de los Lapins algún descontento sobre el anciano.
—Claro que sí. Pequeña Mía... —Respondió él, manteniendo una sonrisa de conformidad hacia ella. —Los híbridos entre las bestias, fueron resultado de experimentos y maquinaciones por parte de los brujos. Secuestraron humanos y bestias por igual, para llevar a cabo rituales. Intentaron mezclar las razas, los hombres pez fueron los primeros, debido a su cercanía al mar, ello les daría una ventaja si había una batalla naval. Los brujos querían tomar los mejores atributos de los hombres pez, ya sabes. Pero el resultado no fue para nada lo que esperaban, los seres resultantes de la amalgama entre demonios y hombres pez fueron criaturas atormentadas, envueltas en una pesadilla de deformidades y locura. Sus cuerpos estaban distorsionados, uniendo la apariencia de los demonios con la fisonomía parcialmente acuática de los hombres pez. Poseían pieles escamosas y negras, tentáculos retorcidos en lugar de extremidades inferiores y rostros desfigurados por la agonía eterna. pero, lo más aterrador no era su aspecto, sino el tormento que reflejaban en sus ojos. Al perder su voluntad y su cordura al contemplar su transformación, se convirtieron en seres sin rumbo ni propósito. La fusión desastrosa había consumido sus mentes, dejándolos atrapados en un estado de locura perpetua, incapaces de distinguir entre amigo y enemigo, entre realidad y pesadilla. Por lo que su exterminio no se hizo a esperar. Y ese solo fue el comienzo de todo, en su afán de intentar obtener mejoras durante la guerra, los brujos enviaron a demonios a secuestrar otras razas, continuando con las grandes aves que custodiaban los cielos tras la gran era de los dragones. Otro experimento fallido, presentaban plumajes oscuros y resplandecientes que se mezclaban con pieles escamosas. Sus alas, imponentes y enormes, estaban recubiertas por una membrana opaca y brillante que recordaba a la oscuridad misma. Sin embargo, estas alas, a pesar de su magnificencia, no funcionaban en armonía, siendo torpes y descontroladas en su movimiento. Poseían garras afiladas, híbridas entre las zarpas de las aves y las extremidades retorcidas de los demonios, que denotaban su naturaleza desgarrada y anómala. Su tamaño era descomunal, un aspecto que, en lugar de conferirles grandeza, los hacía aún más monstruosos e imponentes.
—Fue solo tortura... Si ningún experimento daba frutos ¿Por qué no detenerse ahí?
—Así no es cómo funciona la mente de los brujos, Mía. Eran inteligentes, y para ser sincero, creo que ninguna otra raza hubiese podido lograr lo que ellos hacían, ni los inteligentes y sabios elfos con su magia, ni los demonios con sus poderes arcanos, mucho menos los humanos, que sin magia doblegaron otras razas durante la guerra. Eran los brujos, seres capaces de las aberraciones más gigantescas de la historia... Y fue ahí donde comenzó su camino triunfante, cuando se dieron cuenta que el problema no eran sus experimentos en sí, todo era culpa de los receptores.
—¡Los demonios! —Interrumpió Mía.
—Los demonios eran el problema, seres de un plano oscuro y caótico, poseían una naturaleza intrínsecamente incompatible con las otras razas. La esencia de los demonios era un torrente de poder sin restricciones, una fuerza que no podía ser controlada ni contenida con criaturas de la tierra. Su influencia abrumadora corrompía y distorsionaba la esencia de las otras razas, llevándolas a un estado de desequilibrio y locura. Fue entonces cuando, en un acto de desesperación y oscuridad, los brujos se aventuraron a utilizar a los humanos como receptáculos para sus experimentos. Creyeron erróneamente que la mente humana podría ser más resistente a la influencia sobrenatural de sus poderes, por lo tanto, más adecuada para servir de base a estas fusiones.