El señor enano de Rakar caminaba a través de la larga estancia del salón, traía en sus manos una calavera limpia de carne, tanto que parecía que el hueso mismo de ella había sido pulido con precisión, todos bajo su pueblo sabían a quien pertenecía, nunca la dejaba de lado, se trataba de su inseparable compañera de guerra. Caminó de lado a lado a tranco paciente, arrastraba la túnica cafecina y los pelos parecían limpiar el suelo cincelado, el rostro en calma que se escondía tras la larga barba siempre, se había transformado por completo en una mueca tiesa en cuanto escuchó el golpeteo de la gran roca que era la puerta de entrada al salón del trono.
-Mi señor... -Dijo casi de forma burlona una voz chillona que salía de atrás del largo estandarte tras el trono. -Ya deben estar aquí los idiotas de la corte, seguro nos traen buenas nuevas.
-¡Silencio! -dijo aquel enano apuntando la calavera de su mano hacia el bufón. El hombrecillo pareció comprender la angustia del gobernante con solo una palabra y volvió a ocultarse tras el largo telar.
A paso lento y silencioso, el señor enano subió los escalones negros que daban al trono, casi parecía contar los pasos que daba uno por uno, como quien no tiene ganas de tomar el lugar. Cuando hubo llegado, se sentó mientras aún escuchaba los incesantes golpes en la puerta, se tomó un minuto o dos para observar a detalle cada rasgo de la habitación.
-Todo perdido... Perdido todo. -Dijo el hombrecillo nuevamente mientras sujetaba con fuerza la tela.
¿Todo perdido? pensó el señor dejando por primera vez en mucho tiempo la calavera en el suelo, cuidadosamente apuntando los ojos huecos mirando directamente hacia la puerta.
-Todo podría acabarse hoy... después de casi mil doscientos años. ¿No crees, Dayanne?
Se quedó inmóvil, con una de sus manos sostuvo su cabeza, las ojeras del viejo rey enano de Rakar daban a conocer que no había dormido durante mucho tiempo. Esperó paciente a las tropas enemigas que ya deberían estar a punto de romper la puerta. Pero, su talante de líder no le iba a permitir ser un mártir.
- ¡Sabemos que te escondes ahí! - se oyó el grito desde el otro lado de la puerta. -Sal de ahí, majestad... -Dijo mientras al otro lado se oían risas y murmullos.
-¿Esconderse? -Pareció perder la paciencia. -¡Un humano hablando de esconderse, como si su vida no dependiera de eso!
Entonces la puerta crujió tan fuerte que todos se detuvieron al instante. Se partió en pedazos, y los soldados humanos que aguardaban en la entrada, ingresaron al lugar. El rey estaba de pie ante ellos, mudo, y el cráneo de quien fuera un ángel caído alguna vez, Dayanne, la diamante de los enanos, se sacudió y de sus cuencas surgió una luz tan radiante que inundo el salón y desapareció todo a su paso.