—Ya se han enviado cartas a cada uno de los del consejo. —Dijo Sir Anton. —Todos han enviado sus respuestas y aceptaron esperar un par de días para estar todos presentes, no se veían felices dadas las circunstancias.
—Agradezco su trabajo Sir Anton. —Dijo con solemnidad Sylphid, tocando sigilosamente el filo desgastado de su propia espada. —¿Quiénes serán los convocados por Sía?
—En la lista se encuentran los cuatro Dioses, ni más ni menos, Diletta, Adonis, Gabetta y Gaél; cada uno acompañado por sus tropas o más bien su guardia real. Vendrán los representantes de algunas razas debido al incidente de los híbridos y claro está, se cree que también podríamos contar con la presencia de ese hombre.
—Cuéntame sobre sus acompañantes ¿Cuantos y quiénes son?
—Según los emisarios, Gabetta cuenta con tres hombres bajo su servicio, Sir Starry Ludwing, Sir Xomar Ludwing y Sir Absolent Ludwing.
—Los tres hermanos de la hechicera, claramente. ¿Quiénes son los otros?
—En compañía de Adonis, solo sus dos esposas.
—¿Esposas? ¿No trae hombres para su protección?
—No le es necesario. —Aseguró Sir Anton. —O eso es lo que cree él, dice ser el Dios más poderoso y por ende se jacta de que no necesita más.
—Comprendo...
—Junto a Diletta, bueno... es difícil saberlo, se cree que tiene un ejército que fácilmente podría traer a este lugar de estar permitido, así que no dudo que al menos podría traer a un grupo grande.
—Se esperaba de ella.
—De los demás representantes de razas, un rey enano, junto a su sequito real, el representante vampiro Vincent. Dos lideres de gobernadores humanos, Martin Castillo en ruinas y Andrew Océano blanco.
—¿Qué hay de los elfos?
—Se negaron, a pesar de que quizás sean los más afectados por los híbridos. No enviarán a ningún representante.
—Lo harán, tengo la sensación de que lo harán. —Dijo Sylphid.
—Si así lo cree, capitán. —Respondió sabiendo que no era quien para contradecirle.
—Yo informaré a Sía esta tarde, no creo que se encuentre ansiosa por la reunión. —Aseguró Sylphid. —Una reunión... —dijo en medio de un suspiro. —No se veía venir algo de esta magnitud y dudo que las razones sean la gran cosa. Da más miedo pensar en que todos los dioses estarán presentes.
El soldado se tambaleó por un instante ante las palabras de su superior, ¿Era miedo lo que vio? o era que significaba todavía más problemas. Pensó entonces si había errado en la interpretación de los hechos ocurridos antes, se preguntó si realmente ese hombre era la razón de la reunión o lo era la rebelión de los híbridos.
—Creo que puede ser bueno acabar en buenos términos todo este asunto. —Afirmó Sylphid sacando al soldado de sus pensamientos. —Zanjar todo de raíz.
—¿Hablas de derramamiento de sangre? —Preguntó Sir Anton.
—De ser necesario quisiera no tener que iniciar otro conflicto. Pero la elección no es nuestra, todo va a depender de los dioses otra vez.
—Sía... La Diosa Sía últimamente está bastante inestable. —Sir Anton se acomodó sobre la silla y dio un suspiro. —Entiendo que es a causa de ese sujeto, mas no estoy de acuerdo en que una diosa se deje llevar por esos sentimientos, creo que es muy humano de su parte.
Sylphid se quedó en silencio, lo sabía mejor que nadie, y esa era justo la razón por la que se consideraba al mismo nivel de la diosa, tenía la misma o quizás más influencia en la gente y se le consideraba todavía menos humano que la misma diosa. Por ello en alguna ocasión pensó que de no ser por el contrato que lo une, ¿Cuánto le costaría derrocar a los dioses y volver a la época dorada de los humanos? o aún mejor, aún por la fuerza podría hacer un mundo menos cruel.
—Protégela. —Dijo Sir Anton sacando por completo a Sylphid de sus pensamientos. —El mundo cambia día a día y poco podemos hacer nosotros los seres humanos, tarde o temprano llegará el día en que el daño que se hizo en el continente tendrá que ser pagado con sangre, y en ese momento tendremos que elegir nosotros mismos si somos dignos merecedores de esta tierra.
—¿Estás hablando de una nueva guerra? ¿Con quién? ¿Qué es lo que has escuchado? —Preguntó Sylphid.
—No estoy hablando de guerra, estoy hablando de supervivencia, amigo mío.
Sir Anton se sacó uno de sus guantes de cuero que le llegaban casi hasta el codo de la armadura.
—¿Sabe a qué me dedico cuando no soy un soldado? —Preguntó Sir Anton, poniendo el guante en la mesa y tomando una pequeña figura de barro que adornaba el escritorio.
Sylphid se encogió de hombros y lo miró con curiosidad.
—Antes de ser un soldado no era nada más que un niño alfarero, al igual que mi padre y su padre y muchos otros padres antes que ellos. —Acomodó la figura entre sus manos con suavidad. —Usted se preguntará "¿Como es que un mero alfarero llegó a tantas generaciones futuras, ¿cómo llegar a reproducirse por tantos años hasta ahora?" y yo le digo que hay cosas en este mundo que es mejor no revelar a oídos poco fiables, pero como usted es mi amigo, le compartiré una pequeña historia. —Concluyó Sir Anton, poniendo la pieza sobre el escritorio.