Sylas se tomó un momento para divisar la silueta frente a él, aún con su ceguera la sombra que se proyectaba ante él era sublime.
La mansión se podía ver a lo lejos, Sylas podía sentir el aire turbio invadiendo sus fauces, era la primera vez que cabalgaba y nunca pensó en lo agotador que podría llegar a ser, las patas de los corceles tintineaban en el suelo, tan repetitivo ante aquel silencio que el viejo se sintió hastiado.
Llevaban al menos cuatro días de viaje y no habían llegado todavía a su destino, pero el viejo decidió confiar en aquel hombre que lideraba su viaje. Habían salido del reino al segundo día, en dirección a la tierra sagrada del Dios Adonis, pero los días pasaron, uno tras otro, hasta que habían llegado a los confines del continente, una zona tan apartada que pareció el fin del mundo conocido.
Allí se encontraba el hogar de Dom, un castillo abandonado hace cientos de años, ruinas a simple vista; una neblina espesa inundaba el ambiente, pero Dom condujo los caballos a través de ella como si pudiera ver con total claridad.
Al entrar por el puente de madera su caballo se detuvo en seco y a pesar de la inquietud que sintió Sylas en aquel momento, tiró las riendas con fuerza a vistas de que Dom; con total naturalidad condujo su caballo junto al viejo y se adelantó sin decir nada.
Se sumergieron en las entrañas de aquel paraje, los caballos actuaban extraño y se mantenían inquietos ante las sombras de los árboles que habían en el aparentemente infinito patio. La vegetación había carcomido casi todo rastro de civilización.
Al llegar a la puerta descendieron de los caballos, al parecer Dom no tenía prisa por entrar al lugar y esperó paciente a que Sylas bajara. La estructura seguía hasta donde alcanzaba la vista, y cualquiera que pudiese verla diría que los castillos de los dioses no serían más que patios de juego en comparación. Cada torre, muro, puerta o ventana, era de un tamaño exageradamente grande.
Ambos hombres se miraron fijamente, casi esperando a que uno de ellos rompiera el silencio fúnebre que se presentaba en el aire.
― ¿Sabes qué es este lugar? ―Preguntó Dom mirando al amplio jardín de árboles.
―Ya atravesamos el confín de los reinos, Dom. Y continuamos aún más allá de lo que enseñan los libros... ¿Como podría saber yo en donde estamos?
―Es la primera capital del continente. ―Hizo una pausa. ―El primer castillo que se levantó desde la llegada de las razas.
Sylas mantuvo el escepticismo, pero, las palabras lo sorprendieron.
―El primer castillo del continente fue Roast Min, de los enanos. ―Refutó Sylas. ―Hace más de treinta mil años, no hubo ni hay datos que confirmen otro antes de él.
― ¿Y si te dijera que los enanos aun no llegaban al continente cuando se erigió este lugar? ―Respondió Dom.
―Te diría que como primera civilización constructora dudo que antes de ellos el castillo haya estado en pie. ―Volvió a refutar Sylas.
― ¿Primera civilización? Cuando los enanos llegaron a estas tierras no sabían lo que era edificar algo, es por ello que vivían en cuevas en las montañas. ¿No crees que es algo de lógica?
―Aunque fuera el caso, el paso de los años en este lugar no asemeja la cantidad de tiempo que insinúas que pasó.
―Exacto, Sylas. ―Dibujó una mueca de agrado en su rostro. ―Aquí solo han pasado cerca de trescientos años... Exactamente el tiempo en que dejé de ser yo y mi poder dejó de alimentar este lugar. Estas justo ahora en mis dominios, en el primer castillo edificado en el continente.
―No es posible. ―Dijo Sylas con un dejo de incredulidad. ―Significaría eso que realmente has vivido más tiempo del que creen los demás.
―Soy la primera criatura que habitó este continente, amigo mío. Tantos años como granos de arena a lo largo de los mares y las estrellas que se pueden ver en los cielos.
― ¿Qué eres? ―La mirada de Sylas fue desafiante ante las palabras que carecían de toda lógica. ― ¿Un dios? ¿Un vampiro?... O es que solo eres un demonio. ―Afirmó finalmente.
―Durante muchos años me pregunté lo mismo. ―Bajó la cabeza pensativo. ―Demasiados años, hasta que un día dejé de preguntármelo.
―Te recuerdo de antes de la guerra, Dom. Eras un soldado de Julio, y durante la guerra también te conocí.
―En esos años estaba buscando respuestas sobre mí mismo también.
― ¿Por qué razón volvieron esos pensamientos y esa búsqueda por saber la verdad? ―Preguntó el viejo.
―Porque necesitaba una razón del por qué yo, y lo que soy en realidad... Y también...
― ¿También qué? ―Preguntó el viejo sentándose sobre la escalera a la gran puerta.
―Buscaba una forma de acabar con mi vida.
La respuesta se mantuvo en el aire, sin calidez de ningún tipo. Sylas levantó la cabeza ante la afirmación decidida del hombre y vio la silueta de ese ser junto a él. Se veía diferente a la persona que días atrás se atrevió a desafiar a Sía y luchó con Sylphid. Pero, tras él había una sombra, un abismo tan profundo y oscuro que de haber tenido un ápice de pelo se le hubiera erizado.
― ¿Qué hay de la niña? ―Preguntó el viejo.