Eso fue hace tres meses.
Desde entonces, cada "regalo" que traigo requiere una ceremonia. Medicinas: debo bañarme en infusión de hierbas amargas mientras las mujeres cantan sobre mis ancestros muertos. Semillas para plantar: debo enterrarlas primero en el cementerio y pasar una noche durmiendo entre las tumbas. Herramientas: debo dejar que Mbuyi las bendiga con humo de cannabis sagrado mientras yo inhalo hasta ver formas en las sombras.
Sarah ya no me toca. Duerme con una Biblia bajo la almohada y reza en susurros toda la noche. Los otros aldeanos la respetan, pero a mí me tratan diferente ahora. Con familiaridad. Los niños me tocan sin miedo, las mujeres me sirven comida directamente de sus manos, los hombres me invitan a beber masanga fermentado hasta que el mundo gira.
He dejado de predicar. Cuando intento hablar de Cristo, las palabras se atascan en mi garganta. Siento el sabor de la sangre del chivo. Veo la sonrisa de Mbuyi. Escucho los tambores incluso en silencio.