Entonces comenzaron los robos.
Pequeños al principio. Un himnario. Luego dos. Después una Biblia. Yo los reportaba a Kibwe, quien "investigaba" sin encontrar nada. Pero yo sabía. Los estaban usando.
La cuarta semana, un converso llamado Baraka vino a verme en secreto.
—Hermano Aaron, vi algo anoche. En el bosque cerca del río.
—¿Qué viste?
—Ngozi. Con otros hechiceros. Tenían tus libros. Los himnarios robados. Los estaban... leyendo al revés. Cantando las canciones al revés. Y después los quemaron.
—¿Por qué quemarlos después de leerlos?
—No lo sé. Pero cuando ardieron, el humo era verde. Y escuché risas que no venían de las personas presentes.
Esa noche, hablé con Rachel.
—Están profanando los objetos sagrados. Invirtiendo su propósito. Usando el poder de las palabras contra nosotros.
—Aaron, son solo libros. Podemos conseguir más.
—No son "solo libros". Cada Biblia, cada himnario, cada cruz que tallé con mis manos, está consagrado. Dedicado a Dios. Cuando lo profanan, cuando lo invierten, están... están creando objetos de contrapoder.
—¿Objetos de qué?
—Fetiches. Ídolos. Están tomando lo sagrado y haciéndolo blasfemo. Y luego lo ponen de vuelta en circulación.
Al día siguiente, uno de los himnarios robados apareció en la iglesia. En el púlpito. Abierto en una página que yo no recordaba haber visto antes. La letra era la misma, pero las palabras... las palabras estaban ligeramente diferentes. Suficiente para cambiar el significado.
En lugar de "Santo, santo, santo, Señor Dios Todopoderoso", alguien había alterado sutilmente: "Santo, santo, santo, Señor Dios Todomenos".
Una palabra. Un prefijo. Herejía completa.
Quemé el himnario inmediatamente.