.Desde entonces, implementé el Protocolo.
Protocolo de Protección de Objetos Sagrados:
Toda Biblia, himnario, cruz o implemento de comunión debe estar marcado con mi inicial y guardado bajo llave cuando no se use.
Inventario diario. Si falta algo, se reporta y reemplaza inmediatamente. El objeto faltante se considera comprometido.
Ningún aldeano no convertido puede tocar objetos sagrados sin supervisión directa.
Todo objeto que reaparezca después de perdido debe ser examinado y, si hay duda, destruido.
Nada—absolutamente nada—se deja en la iglesia sin vigilancia nocturna.
Rachel pensó que era excesivo. Pero funcionó.
Durante seis semanas, ningún robo. Ninguna profanación. Las conversiones continuaron. Bautizamos a veinte personas más. La iglesia creció.
Kibwe y Ngozi observaban desde la distancia, frustrados. Yo sonreía. Porque había aprendido la lección que otros misioneros ignoran: esta no es solo una misión. Es una guerra. Y en la guerra, la vigilancia es vida.
Entonces llegaron Marcus y Joy.
Misioneros jóvenes. Llenos de entusiasmo. Recién salidos del seminario con ideas sobre "contextualización" y "sensibilidad cultural".
—Hermano Aaron —me dijo Marcus en la primera semana—, observé tu... protocolo. ¿No crees que es un poco extremo?
—Extremo es lo que mantiene esta misión operando mientras otras colapsan.
—Pero proyecta desconfianza. ¿Cómo van a aceptar el amor de Cristo si actuamos como si todos fueran enemigos?
—Porque algunos sí son enemigos. Enemigos espirituales que usan la confianza como arma.
Joy intervino con voz dulce:
—Hermano Aaron, entiendo tu precaución. Pero ¿no dice la Biblia que el amor perfecto echa fuera el temor? Si vivimos en constante sospecha...
—El amor no es estupidez. Puedes amar y aún así proteger lo sagrado.
Pensé que habíamos llegado a un entendimiento. Pero dos días después, encontré a Joy enseñando a las mujeres locales a bordar cruces en tela. Usando mi kit de bordado. Que ella había tomado de mi choza sin permiso.
—Joy, ese kit estaba guardado por una razón.
—¿Por qué? Son solo agujas e hilo. Las mujeres quieren hacer decoraciones cristianas para sus hogares. Es hermoso.
—¿Supervisaste todo el proceso?
—Bueno, algunas trabajaron solas mientras yo ayudaba a otras...
—¿Qué hicieron exactamente cuando tú no mirabas?
—Bordaron cruces, Aaron. Solo cruces.
Revisé el trabajo. Quince telas con cruces bordadas. Catorce normales. Una invertida. Una con la cruz volteada sutilmente, casi imperceptible, con el madero vertical ligeramente torcido hacia la izquierda en lugar de perfecto.
—¿Ves esto? —Le mostré la cruz torcida.
—Es un error. Son aprendices.
—No es un error. Es intencional. Es una inversión. Y ahora tienes catorce cruces reales y una blasfemia que alguien llevará a su hogar pensando que es bendición.
—Aaron, estás viendo demonios donde solo hay torpeza.
Quemé la cruz invertida. Pero el incidente me inquietó.