Una multitud de criaturas achaparradas llenó los patios y callejones de la silenciosa aldea en una densa oleada, como langostas. O como una horda de ratas que se hubiera apoderado de un granero abandonado.
Deseando tomar por sorpresa a los aldeanos, caminaban sin antorchas, en silencio, empuñando sus armas para que no sonaran. Y cuando todas las casas, establos, graneros y ovinos estaban rodeados de duendes, el sopor de la noche fue roto por un silbido triplemente fuerte. Y a esta señal los guerreros derribaron simultáneamente todas las puertas y entraron corriendo.....
Silbido, estruendo y silencio. Muy breve, pero tan ominoso en su brusquedad. Un momento después estalló con el clamor indignado de los pájaros, el chillido indignado de los cerdos, el balido agraviado de las ovejas, pero en toda esta calamidad no hubo ni un solo grito o chillido proferido por un ser humano.
Sin darse cuenta aún de lo que había sucedido, pero ya descontentos por el vacío de las casas y otros edificios que los saludaban, los duendes olvidaron la orden de guardar silencio. Además, los más celosos, creyendo que los astutos humanos sólo se escondían en algún lugar, empezaron a encender antorchas y hogueras. Derribando para ellos barracas y graneros. O incluso, para ahorrar tiempo, utilizándolas en lugar de hogueras.
Ni diez minutos después del ataque, las brillantes llamas de las hogueras iluminaban Vyselki por todas partes.
- ¡No están en las casas! ¡Jefe, los hombres no están en ninguna parte!
- ¡Se han ido! ¡Se han ido!
- ¡Nos han engañado! ¡Aplástalos! ¡Aplastad!
Los enfurecidos goblins, incapaces de oír las voces de sus líderes en medio del caos, empezaron a descargar su ira contra la propia aldea. El crujido y el estruendo eran tan fuertes que debieron de viajar no sólo hasta Lakeside, sino también hasta Silly Lake.
- Han sido advertidos -apretó los dientes el jefe militar de los Orejas, volviéndose hacia Girdrym-.
- Tal vez sí, tal vez no -respondió el hombre, sumido en sus pensamientos-. - No conoces al jefe de aquí, Achyrs. Es una criatura astuta. Como un hurón... Bien podría haberse dado cuenta de que no aceptaríamos la derrota y vendríamos a tomar lo que tenemos por la fuerza.
- Cuando lo matemos, nos comeremos su cerebro... -Soltó Achkhyrz una risita-. - ¿Qué hacemos ahora? ¿Enviamos a los guerreros a buscar a los humanos o esperamos hasta mañana?
- ¿Por qué deberíamos buscarlos? - Girdrym sonrió. - Creo que están todos escondidos en su torre.
Al mismo tiempo, Girdrym y Achkhyrz miraron en dirección al edificio de la torre de vigilancia, negro contra el cielo nocturno. De allí no salía ni un sonido, pero sin embargo el goblin podía sentir literalmente docenas de ojos llenos de odio que lo miraban fijamente.
- Se habían quedado atrapados. Bueno, que se queden ahí sentados... No durarán mucho. No hay ayuda para ellos. Y no tenemos prisa... Dejemos que los guerreros maten ganado y aves de corral, encendamos más hogueras. Acamparemos alrededor, cenaremos y esperaremos a que los hombres pidan clemencia. Si no se rinden hoy, saldrán mañana... O pasado mañana. O pasado mañana.
- Buen plan, Girdrym, inteligente... -aprobaron las palabras del jefe, el Gran Urush-hash, que había permanecido en silencio hasta ahora, frotándose las palmas de las manos-. - Aún no hemos luchado, pero ya hemos derrotado a los humanos. Eh, ¿quién está ahí? - volvió a mirar a los guardaespaldas. - Preparadnos un fuego. Y apuñala un cerdo, uno gordo.
- Y mientras se asa, merendaremos pollo... -apoyó su compañero chamán, dándose palmaditas en su enorme barriga. - Vamos, cabrones... Me muero de hambre.
* * *
Hasta ahora todo iba según el plan que Titych y yo habíamos ideado.
Cuando los goblins tuvieron en sus manos la golosina «gratis», no les interesó otra cosa que comida y mucha bebida, que los campesinos también se habían «olvidado» de esconder. Lo dejaron sobre las mesas. Tenían prisa, supongo... Y esta circunstancia multiplicó el placer de Lupo-Ojos y Orejas, que obtuvieron de la primera victoria, increíblemente fácil.
Los chicos y yo nos escondimos cerca de mi casa. Y como resultó, con bastante éxito. Vine aquí guiado por el hecho de que conozco mi propio jardín mejor que cualquier otro lugar de Vyselki, y me encontré muy cerca del fuego de los jefes. Literalmente a veinte metros... Cierto, en grosellas, pero los legionarios no son quisquillosos. Especialmente si llevan una buena armadura. Sólo si no se me rompen los pantalones... Pero desde aquí podemos verlo y oírlo todo y nadie nos pisa.
Aunque, si el festín sigue a este ritmo, dentro de una hora o dos se podrá pasear por el pueblo en plena estatura, cantando cancioncillas y tocando la armónica. Si no se sientan junto a las hogueras y se mantienen a suficiente distancia de la torre. Porque incluso con tal desorden generalizado, los jefes no se habían olvidado de poner guardias reforzados en el objeto estratégico. ¡De duendes particularmente vicioso! Porque - hambrientos y sobrios ...
- Comandante, - susurró Silbato. - ¿Podemos continuar la diversión? Mira, los verdes han empezado a vagar solos... Y se alejan de los fuegos.
- Podemos hacerlo. Sólo atrapa a los más extremos. ¡Y no hagan ruido! Y tú, Rodya, baja los cadáveres al río. Que naden hasta el mar.