El día de reyes Isabel Gómez arribó a Santo Tomas del Bosque. En el puerto lo esperaba su nuera Martha, juntas se abrieron paso por las calles empedradas y desiertas de la ciudad. El sol sofocante del mediodía hizo que en varias ocasiones las mujeres buscarán una descansar bajo la sombra de algún árbol. El camino desde el puerto a la plaza mayor era una pronunciada empinada que costaba subir, pero la vista desde la plaza mayor era espléndida, teniendo como fondo un río inmenso, caudaloso, que era la vida de la población.
Pero Isabel no había llegado a la ciudad para contemplar el paisaje, ella quería recorrer los últimos pasos de su único hijo, que aquí, en el sitio donde tuvo su máximo esplendor, también vivió sus horas más aciagas. Ella, mujer curtida en rebeliones y conspiraciones, entendía que la muerte de este nada tenía que ver con lo que se le acusaba, su muerte tenía una motivación política y el beneficiado de ella era quien ahora detentaba el poder, que para ella era ilegítimo porque se derivada de una muerte, de la muerte de su hijo.
Las dos mujeres llegaron a la plaza, lloraron juntas frente al paredón de fusilamiento, ahí se podían ver todavía los impactos de los proyectiles qué no llegaron al cuerpo del General caído, vale decir que de un pelotón de doce hombres, solo tres apuntaron y dieron en la humanidad del fusilado. Uno le atravesó el pecho, que fue el que lo mató, y los otros dos impactaron en el estómago, los otros impactos adornaban el paredón, parecía que la mayoría de los soldados no querían poner fin a la vida del General.
Ambas mujeres caminaron por la casa/cárcel. Todo estaba en el mismo sitio que lo dejó el último habitante del inmueble, exactamente igual a como quedó aquella tarde de Octubre en la que salió de la habitación para no regresar mas. Isabel se acostó en el catre porque quería vivir en carne propia lo que pudo haber sentido su hijo, poco antes de morir. Tomó el crucifijo qué aún estaba en la pared, lo besó, se lo colocó en la frente y rezó con él por el alma de Manuel. Isabel no sabía leer ni escribir, pero tomó la biblia y le pidió a Martha que buscará el pasaje qué le escribió su hijo en la última carta que le envió: libro de Isaias capítulo 51 versículos 14-16 "El preso agobiado será libertado pronto; no morirá en la mazmorra, ni le faltará su pan. Porque yo Jehová, que agito el mar y hago rugir sus ondas, soy tu Dios, cuyo nombre es Jehová de los ejércitos".
Isabel pidió a Martha que la llevara al cementerio para visitar la última morada de Manuel María; pero, esta, con gran pesar, le comunicó que la sepultura de su querido hijo, permanecía oculta porque Palacios no quería que se le hicieran ofrebdas a Gómez, quería evitar que se convirtiera en un mártir. Isabel se indignó, reclamó a Martha por no haber hecho las diligencias para solventar ese sacrilegio que se le hacía a su hijo. Él merecía que se le llorara, que se le visitará y que se ofrecieran misas para su eterna salvación, pero esto último, según le dijo Martha a Isabel, también estaba prohibido.
Isabel se armó de valor, escondió su orgullo y se preparó para hacer algo que se prometió, al salir de Sotavento, que nunca haría, pediría una audiencia para hablar con José Antonio Palacios, el autor de la muerte de su vástago. Ella, desde que salió de su casa, luego de la carta de Martha anunciando la nefasta noticia, se había prometido que no le daría gusto a nadie de verla llorar o pedir algo en compensación por los servicios de Manuel. Como mujer espirtual, lo único que deseaba era conectarse con los últimos momentos de este, visitar su tumba y ofrecer una misa por su alma. En fin, como toda madre, quería asegurar que su hijo estuviese bien, aunque en este momento estuviese muerto.
Para Martha todo fue distinto, apenas llegó a Sotavento, luego que Manuel María le exigiera salir de Córdoba para ponerse a salvo junto a la hija de ambos, decidió regresar para ayudar a su esposo. Regreso en barco, luego de ppner en buen resguardo a su hija en casa de unos familiares y pasados mes y medio de travesía, sorteando infinidad de obstáculos, pudo remontar el río ancho y desembarcar a finales de Octubre en Santo Tomas, ahí se enteró de la muerte de su amado esposo.
José Antonio Palacios, quien nunca recibió a Martha, pese a la audiencia que esta le solicitó, se mostraba dispuesto para hablar con la madre de Gómez. Frente a sus subalternos nunca mostró arrepentimiento por el fusilamiento. Sin embargo, ese mismo día les confesó a Soledad y a Valentin, que necesitaba el perdón de Dios porque había pecado al condenar a un inocente. Su enigmática frase "He derramado mi sangre", retumbó en losnoidos de ambos testigos. Al día siguiente del fusilamiento reunió a la tropa en las afueras de la ciudad y habló de la unidad de los patriotas, del desastre de lo que significaría una guerra de razas y de como se vio obligado a tomar duras decisiones por el bien del pueblo y de la República. Ese mismo día emitió proclama informando la muerte del General Gómez por sedición e invitando a los patriotas a reunirse y a hacer causa común por la patria. Santiago envió una misiva solicitando condiciones para un encuentro. El encuentro se llevó a cabo en la Chirica, el lugar de la célebre batalla y allí se abrazaron los dos libertadores, dando por zanjada una diferencia que cobró una valiosa vida y terminando una disputa que a punto estuvo de dividir una República que apenas nacia. José Antonio quedó como Jefe Supremo y Carrige Jefe de Estado Mayor.
La reunión más agria fue entre José Antonio e Isabel. El primero estaba sorprendido porque, pese a que el General Gómez era un hombre de piel blanca, ojos verdes, cabellos rubios, su madre era negra. Isabel solo le pidió que su hijo reposara en un camposanto y que se le permitiera unos funerales dignos de su esfuerzo libertario, la mujer hacia un esfuerzo notoro por tragarse unas palabras que tenia reservadas para el hombre que ahora estaba frente a ella, su fortaleza para no arremeter contra Jose Antonio era admirable. Este por su parte, consciente de lo que estaba viviendo Isabel sentada frente a él, le ofreció pensión vitalicia para ella y para la esposa del General, pero se negó a develar el sitio donde reposaba el cuerpo de Manuel María. Aunque si le permitió hacer una misa por su alma, pero esta debía ser presenciada solo por su familia directa.