Guía Práctica para Convertirse en Cazadora

5. No reprimas tus instintos

Un nuevo día comenzó y el sol volvió a salir, aunque su presencia no destacaba. Todo volvía a comenzar.

Darla marchó a la escuela preocupada, no podía sacarse de la cabeza que ese día era el pactado para la reunión de la directora con su mamá. ¿Que se dirían? No le preocupaba la reacción de su mamá, sabía que era comprensiva; a lo sumo se mostraría más preocupada de la cuenta y la invadiría los siguientes días con preguntas, nada que no hiciera normalmente. Pero lo que la consternada era lo que pensaba la directora, y cómo afectaría eso su historial académico. Aún no había decidido qué haría en su futuro, pero sabía que, en cualquier ámbito en que se desarrollara, necesitaría de un buen currículum, y no que la tuvieran como una persona violenta. En ese momento sentía como si una enorme nube negra estuviera formándose sobre ella.

El día anterior no oyó cuando su madre llegó a la casa, pues estaba profundamente dormida. No fue hasta la hora de la cena que la despertó y pudieron hablar. Ella le contó el incidente a Cristina, sin omitir detalle. Nunca le ocultaba nada, porque de alguna forma misteriosa para ella, su madre siempre sabía lo que le ocurría, y los interrogatorios solo eran para confirmar sus sospechas. Esa noche casi llora, pero el silencio la contuvo.

Al oírla, Cristina guardó un silencio respetuoso y reflexivo; ¿qué le ocurría a su hija, por qué tantos cambios? ¿Sería posible que pelearse con una amiga provocase todo aquello, o se trataría de algo más? Ese "algo más" la inquietaba. Le dijo a su hija que no estaba enojada, que no había sido culpable de nada y que intentaría explicarle eso a la directora. Pero esto no tranquilizó a Darla.

Cuando llegó a la escuela, absolutamente todos la miraba mal, incluso la preceptora la trató mal cuando tomaba asistencia. Ya se había esparcido la voz, y Niza era considerada la víctima; esto provocó que sus súbditos se sintieran ofendidos. Lo que más la impactó fueron unas chicas, varios años menor que ella, que la miraban con desprecio, ¡ella ni siquiera las conocía! ¿A tanto llegaba el fanatismo?

Por supuesto, sus buenas amigas estaban a la expectativa por si debían rescatarla. Y así lo hicieron.

—Vení. Vayamos al baño —sugirió Stella apenas la vio. En el camino la abrazó, cubriéndola, imaginando que tal vez alguien arrojaría alguna cosa.

Celina iba tras ellas, a modo de guardaespaldas.

—Me reciben como si fuera la novia de Hitler —dijo Darla una vez en los baños, perpleja.

—Serás Hitler, yo tu novia, y Stella es Goebbels —dijo Celina tratando, sin éxito, de animar la situación.

—¡Qué desubicada! —la reprendió Stella—. Vos no te tortures —le dijo a Darla—, que estos se olvidan de todo en dos días. Ya vas a ver.

Darla comenzó a darse palmadas en las mejillas, quería comprobar que no estuviera soñando, y, si así era, despertarse.

¡Pará, boluda! Stella la detuvo, preocupada.

Estuvieron ocultándose en el baño hasta el inicio de clases, luego fueron directo al salón. Al entrar, nadie sintió pudor al demostrarle su desprecio, las palabras no tenían antecedentes y las miradas eran indescriptibles. Para asegurarse de que no se escapara de sus improperios se formaron en fila a ambos lados del pasillo, sin escape posible.

Niza ya se hallaba en su sitio, ofendidísima, y no reparó en demostrarlo. Su séquito de turno la acompañaba en su pena. Curiosamente, el único que se comportó como un adulto maduro fue Luca, quien solo se limitó a mirar a Darla con auténtica curiosidad. Darla ni lo notó.

Darla se sentó en su banco cabizbaja. Stella miraba a sus compañeros desafiante. Celina les mostraba con su dedo medio y entrecerraba los ojos para añadir fiereza a su mirada. Finalmente todos entraron, la preceptora tras ellos, todos se sentaron en silencio como si nada hubiera ocurrido.

Pero el silencio no tranquilizaba a Darla, pues sabía que las miradas acusadoras e insultos continuarían. ¡Ese sería un día muy largo!

.

Apenas unos minutos más tarde, al otro lado de la institución, Cristina se encontraba esperando afuera de la dirección a que la directora se dignara a recibirla. La había citado muy temprano y aún no se hacía presente. Para su sorpresa, ella ya estaba ahí, sentada en el sillón de su oficina, hablando a gusto con la vicedirectora, quien no debía estar ahí en ese turno. La secretaria no se molestó en anunciarla. Luego de un tiempo, la directora salió riendo. Cristina se acercó para saludarla, pero la otra la ignoró, entrando de inmediato en la oficina de al lado. La secretaria se interpuso entre ellas cuando Cristina intentó seguirla.

—La directora Morín ya se desocupó. Voy a anunciarla, espéreme acá —dijo prepotente.

Cristina tuvo que esperar media hora más antes de que la atendieran.

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Al llegar el primer recreo, los alumnos vaciaron los salones como por arte de magia, pero Darla prefirió no salir, como ya tenía por costumbre. Stella se había quedado dormida los últimos minutos de la clase anterior y nadie se molestó en despertarla hasta la próxima clase. Celina aprovechó para ir a comprar provisiones, no sin antes asegurarse de que su amiga estaría bien si ella se ausentaba por unos minutos.

—Estoy bien, la tengo a Stella.

Ambas miraron a la chica que babeaba sobre su mesa, y se rieron.

Darla se quedó cabizbaja, con las mangas del suéter estiradas hasta cubrir sus puños, y el mentón apoyado sobre sus manos. Inmersa en sí misma, no se percató de que alguien se sentaba a su lado. Lentamente llevó su mirada hacia él, pero más como un acto reflejo que de voluntad.

—Hola —dijo él con una enorme sonrisa.

—¿Hola? —respondió ella sorprendida.

A ella le pareció muy extraña su actitud. ¿Por qué le hablaba, a ella, que en esos momentos era una paria? Pero más importante, ¿quién era? Siempre olvidaba sus nombres, a pesar de ser tan nombrados últimamente. Tenía que tratarse del líder, sí, porque era el rubio. El mismo que la chocó el día anterior, ¿Cómo se llamaba? Entonces recordó la sensación que le había causado su encuentro, era algo sumamente estremecedor, mezcla de inseguridad y miedo. Nunca había experimentado algo así, y no tenía razones para sentirse así, más allá de la repulsión que le inspiraba. Nuevamente sintió la necesidad de salir corriendo del lugar. Y eso fue lo que intentó; se levantó y se dirigió a la puerta sin siquiera mirarlo.




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