Luca no era el único que investigaba a quienes lo rodeaban. Esa misma noche, Cristina, la madre de Darla, buscaba información sobre los nuevos trabajadores de la escuela de su hija. Quien le interesaba era Roxana. ¿Quién era esta extraña mujer que se preocupaba por su hija?, se preguntaba.
Esperó a que su hija se durmiera, y luego se sentó frente a la computadora y pidió información a sus contactos, mientras, entraba en las páginas web del ministerio de educación y del colegio de psicólogos para comprobar la identidad de la psicóloga.
Al principio le costó un poco recordar el apellido de la curiosa pelirroja que había conocido esa tarde. Entonces tuvo que buscar en un pequeño anotador que llevaba a todos lados con ella: "Roxana Palmar".
En las webs no encontró nada fuera de lo normal. Prontuario impecable, calificaciones excelentes, graduada con honores, especializada en educación, masterizada en adolescencia, trabajando en escuelas desde que se graduó hacía cinco años.
De sus contactos tampoco obtuvo mayores datos, la misma información, salvo que tuvo algunos problemas con la ley en su adolescencia, pero nada grave. Luego, nada, ni viajes, ni familia, ni amigos; ni créditos ni deudas; ni trabajos científicos.
—¡Qué raro! Voy a tener que sentarme con ella para saber más.
Luego de haberse rendido en su búsqueda, su celular sonó, anunciando un mensaje nuevo. Eran las dos a.m. Lo tomó y vio el emisor: número desconocido.
"Necesitamos hablar urgente. Es sobre su hija. Roxana".
Cristina se acomodó en su silla abruptamente. Fue como si le hubiesen leído el pensamiento, y además era alarmante.
Volvió a tomar el teléfono y respondió lo más rápido que pudo:
"¿Qué es tan urgente?"
A lo que Roxana respondió:
"Tiene que ser en persona".
"Me está asustando " —escribió Cristina.
"No se asuste, pero como dije antes, es urgente. Debería asustarse si no hablamos. ¿Cuándo nos vemos?" —preguntó Roxana.
"Mañana a las 9:00, en el café que está en la esquina del teatro Colón, a esa hora siempre está vacío" —respondió Cristina.
"Ok".
Los textos de Roxana la dejaron intranquila. Sabía que no dormiría en toda la noche pensando en las peores posibilidades. Tampoco podría trabajar pensando en una cita vespertina, es por eso que la citó antes de la hora en que abren las tiendas y cuando no hay mucha gente en la calle. Solo faltaban unas pocas horas para el encuentro, pero ella no podía esperar.
.
Se habían citado en un café que abre más temprano que el resto, por esta razón, los pocos clientes que asisten son personas mayores de edad, los que salen temprano de su casa para hacer trámites, ir al cementerio o solo pasear. Era el lugar perfecto para hablar de lo que quisieran sin riesgos de ser vistas o escuchadas por alguien que pudiera contar lo ocurrido a la que era el objeto de la conversación, Darla.
Roxana llegó más temprano, al parecer estaba muy apurada para decir lo que tenía que decir. Cristina llegó a tiempo, ella siempre era puntual. Le llamó la atención que la otra hubiera llegado antes, eso no le dio tiempo para tantear el terreno. Esa vez, no tenía todo bajo control.
Cuando Cristina se sentó, el mozo se llevaba la carta y el pedido recién hecho por la pelirroja. Antes de irse, le preguntó a la recién llegada si quería algo, a lo que ella negó con la cabeza. Cristina empezaba a sentir que el estómago se le cerraba, no esperaba nada bueno de esa cita.
Roxana fue la primera en hablar, ya que se dio cuenta que el ambiente no era propicio para rodeos. Dijo:
—Mire, voy a ser directa. Estuve investigando, tanto a usted como a su marido. —Esto dejó boquiabierta a su interlocutora,—. Sí, sé que suena mal. Pero le dije que el apellido me sonaba, ¿o no? La verdad es que conocí a su marido.
—Ah, ¿sí? ¿Y qué sabe de él? —Realmente Cristina creyó que hablarían de otra cosa, y eso fue lo único que pudo decir.
—Lo conocí cuando era chica, hace unos diez años. El me salvó de ir a la correccional de menores. Me metí en problemas, no sabía lo que hacía.
Cristina no daba crédito a lo que oía.
La joven continuó:
—Mire, yo lo conocí, se llamaba Arturo Vidal, ¿no? Bueno, yo conozco su secreto, y saber todo lo que él hizo y las vidas que salvó, me da derecho a decirle que está haciendo las cosas mal.
Cristina estaba muy anonadada. Tenía que descubrir a dónde quería llegar sin revelar nada que no le conviniera.
—Perdón, ¿qué? ¿De qué secreto habla? —Se hizo la desentendida.
El mozo se acercó con el pedido. Roxana contestó susurrando:
—Digamos que sé a qué se dedicaba realmente. Lo que hacía por las noches. Su oficio. Y bueno, también sé que eso se lleva en la sangre y que su hija...
—Por favor, basta. —Eso era todo lo que Cristina podía tolerar—. No la involucre en esto...
—¿Que no la involucre? Ella está involucrada desde nacimiento. Es su destino...
—¡No, se equivoca, ella no es así!
—¡Sí, sí es! Sé que intentó ocultárselo, pero sus dones se están despertando. Y cuanto más tarde en contarle la verdad, más peligroso será para ella. ¿No se da cuenta que no puede escapar de su destino? Si sigue ignorándolo, no tendrá herramientas para defenderse de sus enemigos.
—¿De qué enemigos habla? Mi hija es una adolescente normal, no hay nada de extraordinario en ella —dijo, y de repente cambio su tono de voz, su volumen y comenzó a tutearla, rebajándola—. Te estás equivocando de persona. ¡Andá a contarle tus desvaríos a otro!
—La que está equivocada es usted. Sabe muy bien que lo que digo es verdad. Cree que ocultándole la verdad sobre su origen la protege pero no así, la está poniendo en peligro...
—Puedo ocuparme de mi hija yo sola, no necesito que nadie me diga lo que debo hacer.
Cristina se fue de la cafetería, dejando a Roxana con la palabra en la boca. Ambas mujeres quedaron muy exaltadas por aquel breve encuentro.
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Editado: 09.02.2021