Lunes por la mañana, en la escuela el día transcurría inusualmente tranquilo. Darla se sorprendió cuando entró al colegio y nadie la insultó ni amenazó, solamente hablaban a sus espaldas y algunas personas lanzaban miradas furtivas. Niza ni siquiera la miró, sino que estuvo ignorándola todo el tiempo.
Darla y sus amigas se encontraban haciendo un trabajo grupal que había mandado la profesora de literatura. Todos estaban en grupos grandes, hablando de cualquier cosa menos de las tareas. El de ellas era el único grupo pequeño, y sí, también hablaban de cualquier cosa.
Stella notó que sus amigas estaban ligeramente bronceadas y que tenían una franja colorada que recorría su nariz y mejillas. Supuso que no usaron protector solar cuando salieron a patinar, ¿y quién tenía uno a mano en mitad del invierno?
—Che, ¡qué lindo bronceado que tienen las dos! —observó— Les hizo bien salir el sábado. Y yo acá, toda pálida, como los fiambres que tuve que atender.
—¡Ay nena, no digas así! Esas personas son la familia de alguien —la reprendió Celina.
—Eran, querrás decir. Y no me importa. La gente debería morir y ser enterrada en el acto. ¿Qué es eso de velarlos por tres días? Empiezan a largar olor, se ven mal, uno los tiene que maquillar para cambiarle la apariencia. ¿Y todo para qué? Si los van a enterrar igual.
—¡Ay, qué asco! Calláte —le ordenó Darla asqueada y tapándose la nariz con el cuello de la polera.
—¿Qué hacés, loca, si no se siente el olor acá? Si me hubieras acompañado ayer, sería otra cosa.
—Uh, basta. Cambiemos de tema, mejor —propuso Celina—. Es verdad, estamos un poquito más bronceadas. Cualquiera diría que nos hicimos una escapadita a algún lugar. A Brasil, ja, ja...
—¿A dónde nos vamos a ir? —protestó Darla— ¿Acaso no sabés que vivimos en Mardel, la ciudad del clima impredecible?
Todas rieron por el comentario cargado de enfado.
—¡Pará! No te lo tomés así, che —dijo bromeando Stella.
Darla también rió al darse cuenta de su negatividad, al fin y al cabo tuvieron un día de verano en medio del saliente otoño. Luego miró a su alrededor, a todos los chicos de su clase, quería ver si alguno tomó sol como ellas. Pero lo que se encontró fue diferente a lo que esperaba. Sus compañeros estaban pálidos, algunos más que otros. Creyó que, tal vez, se veían así de pálidos en contraste con ella y Celina. Pero luego observó a Stella, y ella, que solo salió al exterior para fumar mientras estuvo trabajando, tenía más color que el resto de sus compañeros.
«¡Qué raro!», pensó.
Comenzó a escuchar las conversaciones de esos chicos, los que ahora le parecían completos extraños. A pesar de estar divididos en diferentes grupos, todos hablaban de la misma cosa: la fiesta a la que fueron el sábado por la noche. Entre tanto bullicio, no se entendía bien lo que decían, pero la palabra fiesta inundaba sus oídos. Mientras que hablaban, lanzaban miradas al grupo que todos admiraban, el de los chicos más nuevos; les sonreían, los adulaban. Escuchó a uno que se dirigía al chico rubio, diciendo: "Gracias por invitarme a tu fiesta". Por alguna razón, estas palabras llamaron la atención de Darla y comenzó a unir ideas como si se tratara de un rompecabezas. Pero seguía sin entender por qué le interesaba tanto lo que ellos hacían.
Mientras ella miraba aquella escena tan curiosa, Stella y Celina seguían hablando. De repente, interrumpieron sus pensamientos para evocar otros, aquellos que evadió con éxito los pasados dos días.
—¿En serio querés ser policía? —preguntó Stella, y Darla volteó a verlas de inmediato.
—Sí, ¿por qué tanta sorpresa? —contestó Celina, mirando también a Darla para involucrarla.
—No sé, no te imagino como policía... ¿Vos estás segura de lo que querés? —repreguntó Stella.
—Ay, sí, nena. Mirá si no voy a estar segura de lo que quiero —replicó Celina harta de la conversación.
—Uh, bueno, ¡no es para tanto, che! Bueno, ¿qué sé yo?, será que no nos puedo ver como adultas y teniendo un oficio. ¡El tiempo pasa demasiado rápido! Ayer estábamos en primer año, y ahora... —Stella separó las manos para dar visión a su cuerpo, a lo que tenía alrededor, a sus amigas.—... ya estamos en último año.
Las tres se quedaron en silencio, pensando en el paso del tiempo. A Darla le convenía el silencio, no quería que la conversación siguiera avanzando hacia su dirección, ya no quería pensar en el futuro.
—Hablando de... —prosiguió Stella— Creo que yo quiero ser médico forense.
La nueva declaración tuvo el mismo impacto que la anterior, la inesperada sorpresa.
—¡¿De verdad?! —contestó Darla, en un tono más alto del que le hubiera gustado— ¿No era que odiabas el sepelio?
—Más o menos. En realidad, lo que pasa es que al sepelio llega el finado y lo tenemos que vestir para el velorio, y ya no hay más nada que hacerle. Pero yo quiero estar en la brecha y recibir el cuerpo fresquito, investigar qué le pasó, saber si tenía una enfermedad, no sé, estar en la acción. Además, puedo colaborar con la policía. —Dicho esto último, Stella le levantó las cejas a Celina.
—¡Si! Vamos a trabajar juntas —dijo emocionada Celina y la abrazó.
Darla quedó fuera de ese abrazo, tal vez quedaría fuera de sus vidas si no seguía una carrera acorde a la de sus amigas. Pero las palabras de Stella impactaron en ella como ningunas otras, ningún adulto que los haya inspirado a seguir sus sueños había utilizado palabras más atractivas. «Estar en la brecha». Era muy atrayente. Ella también quería estar en la brecha, donde surgen los cambios y avanza la sociedad, pero aún no sabía en qué tipo de brecha.
Stella y Celina rompieron el abrazo y aun sonreían como tontas, pero se detuvieron al ver que Darla no participaba de su alegría, sino que permanecía distante.
—¡Ey! —le llamó la atención Stella, chasqueando los dedos— ¿Y vos?
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Editado: 09.02.2021