Darla le contó a su madre la decisión que había tomado esa misma noche. A Cristina no le gustó, no era lo que ella hubiera querido, pero prefirió apoyarla para que no lo hiciera sola. Mientras tanto, esperaría por la respuesta de Esteban; si él no contestaba, irían a Dolores en busca de protección y de algún familiar que pudiera entrenar a su hija. Conociendo la historia de Don Lucho, él no las dejaría irse. Era como matar dos pájaros de un tiro.
Al otro día, Cristina se levantó temprano para ir a la empresas de viajes de egresados y cancelar los pasajes de su hija a Bariloche. Darla no quiso acompañarla, para ella era muy doloroso porque había esperado con ansías ese viaje desde que empezaron a pagarlo, un año atrás. No conocía más que las ciudades de alrededor, y su sueño era conocer el mundo. Pero además era una ocasión única y divertida para disfrutar con su compañeros, a los que antes quería y ahora le parecían extraños.
Cuando Cristina volvió a casa, Darla la miraba decepcionada. Ninguna decía nada.
De repente, el celular de Darla sonó, era Stella. Hacía días que sus amigas querían saber de ella, pero no les contestaba.
—¿Podés hablar vos con ella? —preguntó apenada—. Decíles que me duelen mucho las paperas para hablar.
— No, yo hablé con ella ayer —respondió Cristina al ver de quién se trataba.
—Porfa, quiere saber del viaje. Estuvo toda la mañana mensajeando. Decíle vos.
Cristina tomó el teléfono justo cuando se cortó la llamada, entonces se sentó en el sofá del living.
—Está bien, yo la vuelvo a llamar —dijo cansada—. Pero vos andá al mercado a comprar, porque yo ya estoy cansada.
—¡No! ¡No quiero salir!
—¿Por qué? Es de día, y nadie te va a atacar en público.
—¿Y por qué iban a la escuela durante el día, eh?
—Porque siempre estaba nublado o llovía. ¿Qué, no sabes que el sol los quema como el fuego?
—Si, leí algo... —dijo Darla pensativa— Pero no lo creía... ¿De verdad estuvo siempre nublado?
—Sí, y hacía mucho frío, ¿no te diste cuenta? En la tele hablaban de un récord en temperaturas bajas.
—O sea que controlan el clima.
—No, ¿qué van a controlar? Simplemente aprovechan el mal tiempo, sino solo salen de noche.
Darla se quedó callada sopesando la información.
El teléfono comenzó a sonar otra vez.
—Dale, andá a comprar —mandó Cristina a Darla—. Yo atiendo a Stella, pero si me insiste en hablar con vos, te la paso.
Darla se negó enérgicamente, y salió corriendo por la puerta principal.
A pocas cuadras de su casa, había un mini mercado de una cadena muy importante de la ciudad. Era bastante completo y allí podía conseguir lo que ponía en la lista que su madre le dio antes de salir.
Mientras caminaba como alma que se lleva el diablo, lenta y sin ánimo, pensaba en cómo ese invierno había sido el más frío; que hubieron semanas enteras en donde no salía el sol y a veces tenía que salir vestida con calza y pantalón doble para soportar el frío. Su mamá tenía razón, ella nunca vio a Luca o a sus amigos en el exterior en un día soldado, ni dentro con el reflejo del sol entrando por una ventana. De hecho, su salón de clases se encontraba en un rincón y la única ventana que tenía daba a un pasillo. De algún modo, se las habían ingeniado para esquivar los rayos UV y para moverse tranquilos por la ciudad.
Esto la llevó a pensar en la posibilidad de que no hubiera más cazadores en la ciudad, sino ¿cómo andaban tan tranquilos estos vampiros? Pero tal vez habría algún cazador en su misma situación, desconociendo sus condiciones genéticas que le hacían enemigos naturales de los vampiros y les otorgaba la responsabilidad civil de acabar con ellos.
Llegó al mercado e hizo sus compras, y, cuando fue a pagar, el cajero le sonrió y le preguntó cómo estaba. Cada vez que iba a ese mercado buscaba la caja en la que él estuviera para coquetear, pero ahora iba tan distraída, inmersa en sus pensamientos, que lo saludó con frialdad.
Cuando iba a salir, estando frente a las puertas corredizas, vio que el sol desapareció. El cielo se llenó de espesas nubes negras y, en un abrir y cerrar de ojos, comenzó a llover torrencialmente. Era como las tormentas repentinas y pasajeras de verano, aunque no son regulares en invierno.
Darla retrocedió asustada, y se chocó con un hombre mayor, él que la reprendió por el accidente, y luego salió renegando:
—¡Solo son unas gotas! —dijo el hombre de mal humor.
—Eso lo dice porque vino en auto —le replicó otra persona que sí advirtió a Darla y evitó chocar con ella.
Darla tenía miedo de salir.
Alguien se paró a su lado, ella solo lo vio de reojo, y no le puso atención.
—El problema no es si estás en el exterior —dijo el chico a su lado, y ella se sorprendió a descubrir que era Luca—. El problema es que estés fuera de tu casa, sin protección, en un día nublado... Bueno, yo quería nublado y esto es una tormenta —se quejó.
—¿Cómo que querías nublado? —ella habló casi en un susurro, mientras él la miraba despreocupado— ¿Qué hacés acá?
Luca la invitó a salir del mercado señalando las puertas, ella dudó y él le mostró el paraguas que sostenía en la mano, luego la empujó delicadamente hacia afuera.
—Tenemos que hablar y lo sabes bien —dijo él una vez fuera y bajo el paraguas—. Supuse que no ibas a ir a la escuela, así que no me preocupé cuando no te vi. Pero esto no se puede atrasar más. Tu transformación ya ha comenzado y no podemos perder más tiempo.
Darla no le prestaba atención realmente, una idea rondaba su cabeza.
—¿Cómo es eso de que querías un día nublado? ¿Acaso podés cambiar el clima a tu antojo?
—No, nena —dijo él irritado—. Le decimos potestad sobre vientos y mareas.
—Por eso salen cuando se les canta... —dijo ella indignada, al descubrir que sus enemigos eran más poderosos de lo que creía.
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Editado: 09.02.2021