—¡Estoy en perfecta forma! —gritaba Darla para no levantarse.
Era la mañana posterior al deceso de Félix, también a la llegada de Esteban. Y, desde que este último llegó, quiso hacerse cargo del entrenamiento de Darla; creía que no debían perder ni un solo minuto dadas las circunstancias. Pero la chica quería llorar a su gato.
Esteban no era paciente, y no quería soportar berrinches o niñerías. Quitó las frazadas de la cama de un tirón, y, a continuación, tomó a Darla como si fuera un saco sobre sus hombros y se la llevó afuera, sin importarle que la chica pateara, gritara o chillara.
Cristina los vio pasar desde la cocina y se lamentaba, quería intervenir pero debía dejar que Esteban hiciera lo que fue a hacer. Era lo mejor para su hija, era para fortalecerla. Se lo repetía una y otra vez mentalmente, aun así no lograba convencerse; veía a su hija llorar y patalear y, aunque sabía que exageraba, no podía evitar compadecerse de ella.
Esteban llevó a Darla hasta el jardín. Eran las ocho de la mañana, hacía frío, había neblina, y ella estaba en pijamas. Pero a él no le importó. Bastante clemente se consideró al dejarla dormir dos horas más de la cuenta, pues todo entrenamiento debe comenzar a las cero seiscientas horas.
Darla estaba pisaba el pasto escarchado descalza, se frotaba los brazos y tiritaba. De tanta bronca que tenía, no podía ni hablar, las palabras se amontonaban en su boca, mas no tenían sentido lingüístico. Apretaba los dientes, más por odio que por frío, y de sus ojos despedía furia.
—¿Qué? ¿Tenés frío? —preguntó Esteban provocándola, sin embargo él llevaba solamente una camiseta y un pantalón de jogging— ¿Querés volver a dentro y hundirte en un sillón mullido cerca de la estufa?
Darla no respondía, apretaba los puños cada vez con más fuerza
—Bueno, hay una sola forma de que puedas entrar a la casa, y es vencerme. —Dicho esto, Esteban se puso en posición de combate.
Darla se sorprendió al ver cómo se marcaban los músculos de los brazos de Esteban al tomar esa posición. En seguida relajó su propia postura y pensó en cómo salir ilesa de esa situación.
—Es joda, ¿no? Mirá si yo voy a poder contra un mastodonte como vos. ¡Es imposible!
—¡Ah! ¿No estabas en forma, vos? —la desafió Estaban.
—S-sí. —Darla se puso nerviosa.—. Pero no como para enfrentarte...
—Y es por eso que te tenemos que entrenar cuanto antes.
Esteban se acercó a Darla para atacarla, ella no pudo apartarse a tiempo, pero esquivó un golpe que se dirigía a su rostro, y, en su lugar, lo recibió con el hombro. Se inclinó y rugió con dolor. Terminó por arrojarse al suelo húmedo y hamacarse. Esteban la miraba desde arriba con frustración, su discípula era débil y entendió que le esperaba un arduo trabajo.
—¡Arriba! —ordenó Esteban. Y, como la chica no se levantaba del suelo, él la levantó de debajo de la axila correspondiente al brazo golpeado.
Darla se quejó. Una vez de pie, sintió el frío que le provocaba la humedad en los pantalones de sus pijamas. Enojada, intentó propinarle un golpe en la cara de su oponente, pero él era más rápido y más astuto a la hora de esquivar golpes. Él la soltó y se alejó, ella se sostuvo con poco equilibrio y corrió hacia él rugiendo con histeria. Él corría hacia atrás y en círculo, y ella lo perseguía, intentando tirársele encima a cada paso, pero lo perdía de alcance.
Esteban se detuvo para reírse, al creer que ella no lo alcanzaría. Pero Darla corrió con más fuerza, sintiendo que sus músculos entraban en calor, y agachó su cabeza para golpearlo con ella en el estómago. Su golpe fue certero, lo tackleó y él cayó, pero seguía riendo. Darla no entendía, el único golpe que pudo dar y no lo dañó. Intentó patearlo mientras estaba en el suelo, pero él la agarró de un tobillo y la hizo caer. Darla le lanzaba patadas desde el suelo, él se puso serio de repente, y la soltó. Ella se le tiró encima ni bien la soltó y ambos pelearon en el suelo. Mejor dicho, Darla tiraba golpes y cachetadas, mientras Esteban los esquivaba. Hasta que éste se cansó y la lanzó lejos.
—Todo lo que sabés es pegar como nena, ni siquiera podés manejar tus emociones en una pelea, te ciegan tus emociones. —Se levantó, se acercó hasta ella y la miró con desdén.—. Tanto talento desperdiciado. No debería perder tiempo con vos.
—¿Y qué te pensás, que disfruto de que me golpées? ¿Qué elegí todo lo que me está pasando, que me persiguieran los vampiros y yo sin saber que era cazadora? —Sus ojos estaban vidriosos y Esteban lo notó.
—¡Andá a ponerte algo limpio y volvé! Tenés cinco minutos —sentenció Esteban y la ayudó a levantarse—. Ponéte algo holgado para que puedas moverte.
Darla acató la orden indignada y, cuando entró a la casa, notó que Cristina había estado observando todo desde la ventana de la cocina. La madre, al verla entrar, trató de aparentar que no lo hacía.
—¿Vas a desayunar? —preguntó como si nada.
Darla no podía creer el cinismo de su madre. Le contestó lo primero que se le vino a la mente:
—No, lo que necesito es un médico. Este tipo es una bestia. —Y, sin mediar más palabra, se fue a cambiar de ropa por un conjunto de gimnasia que usaba para los torneos de la escuela.
Cuando volvió a salir, Esteban se rió por los colores del conjunto deportivo, pero ella lo miró sería tratando de informarle que no cedería a sus provocaciones.
—¿Qué? ¿No estabas muy apurado para entrenar?
—Sí, pero tu conjunto me distrae —dijo él entre risas.
—Esto es lo que usan los deportistas, con mi escuela ganamos en todos los torneos —fanfarroneaba ella.
Para Esteban eso no significaba nada, necesitaba una guerrera no una gimnasta.
—No creo que estés preparada para pelear. —Las risas se habían acabado.—. Por eso nos vamos a correr por la costa. Vas a seguirme el paso, yo no te voy a esperar, y, si te quedás en el camino, te arrastro —aseveró.
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Editado: 09.02.2021