Los días junto a Esteban se aprovechaban al cien por ciento. A las seis a.m. se levantaban; tenían media hora para vestirse y desayunar algo ligero; salían a correr hasta las nueve y media; se ejercitaban hasta el almuerzo; y, mientras hacían la digestión, estudiaban las notas de Arturo, los puntos débiles de los vampiros, la historia de los cazadores y sus armas. A su término, casi siempre iban al campo descubierto por Arturo para practicar con armas letales. Darla ya estaba iniciada en esta área, y ahora era el turno de María de tener un curso intensivo de una tarde sobre armas.
Al igual que con su otra discípula, Esteban le mostró a María el bolso repleto de armas. A medida que desplegaba los objetos contundentes, los colores del rostro de la chica cambiaban del colorado hasta el morado. Esa mañana no pudo soportar la maratón, más tarde se perdió la lucha cuerpo a cuerpo, y ahora se le presentaba la posibilidad de herir a alguien en serio. Su pesadilla se tornaba cada vez más real, y su estómago empezaba a revolverse. Veía las armas en cámara lenta, hasta que vio algo que le llamó la atención y agradeció al cielo haber contado con un recurso para ponerse al nivel de Darla en su tablero mental. Dio saltos de alegría y chillidos de niña pequeña.
—Cuando era chica acompañaba a mi papá a su club, ahí me enseñaron esgrima y tiro al arco. Nunca pensé que pudiera serme útil —dijo entusiasmada.
—¡Una buena de parte de tu papá! —exclamó Darla con sarcasmo.
—¡Miren qué sorpresas ocultan las adolescentes de hoy en día! —Esteban le extendió el arco con flechas a María, y mandó a Darla a que colocara los blancos en posición.
A su regreso, María lanzó la primer flecha.
—La primera era de prueba —se disculpó nerviosa al ver que la flecha siguió de largo por el campo.
Darla torció los labios hacia arriba.
María volvió a lanzar, y esta vez, la flecha se clavó a cinco centímetros sobre la diana.
Darla miraba a Esteban, esperando sus típicas burlas, pero él guardaba un silencio respetuoso.
María procedió a lanzar la tercer flecha. ¡Justo en el blanco! Y Esteban la felicitó con un sencillo "¡Bien!", mientras Darla la miraba con desprecio, celosa de la aprobación de su maestro.
—Veo que necesitás un poco de práctica, así que podés seguir con eso un poco más —ordenó Esteban, y luego mandó a Darla a arrojar todo cuando había con filo hacia uno de los blancos, pues ella era la que más necesitaba afinar la puntería.
Darla comenzó lanzando los cuchillos, y cuando los dominó, pasó a las estrellas, éstas le costaron más porque su peso liviano requería de una precisión mayor que con los cuchillos. Con cada ítem que lanzaba, daba un vistazo a lo que hacía María, y sentía que un calor intenso brotaba de su interior al verla más adelantada que ella. Pero no se lo podía demostrar, fingía tranquilidad, y por fuera sus músculos sublimaban las emociones reprimidas y temblaban.
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Esteban desapareció en un momento para reaparecer luego con dos muñecos de paja, los que colocó junto a las dianas. Parecía que entrenar a dos en vez de una no era un obstáculo para él.
Las chicas ni siquiera notaron su ausencia, pues la sensación de tener los ojos de su maestro en la espalda era constante. De haber sabido que no estaba, las dos se habrían matado.
—Recojan todo lo que lanzaron y vuelvan acá para la nueva lección.
Los muñecos amorfos de paja cautivaron la atención de las chicas, y estas hicieron su trabajo lo más rápido posible para saber de qué se trataba.
Esteban sacó diferentes estacas de madera de un bolso, las clásicas tenían forma cilíndrica alargada y punta cónica, con todos sus bordes lisos. Había otras más finas con la punta enchapada en plata. Otras más rústicas, de una madera menos maleable y con curvas. Pero las que más llamaron la atención de las chicas fueron unas de una madera colorada, las más pesadas.
Darla levantó una y sintió su peso sobre su mano.
—Palo Santo —dijo María, pues ya lo habían visto en los cuadernos del cazador.
—También le dicen quebracho —repuso Darla desafiante. Y volteó para observar los árboles a su alrededor, pensando en si podría aprender a fabricarlas, como lo hacía su padre.
—Alguien hizo su tarea. Los dos nombres son correctos —intervino Esteban—. Ahora, hagan de cuenta que esos maniquíes son vampiros y que vienen corriendo a atacarlas. Tomen una estaca y láncenla. Recuerden que en cualquier lugar que les den, les harán daño; pero solo acertando en el corazón podrán matarlos. De todas, las de Palo Santo son las más dañinas, si le erran al corazón, al menos usen estas.
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Editado: 09.02.2021