Esa misma noche, nuestras cazadoras se fueron a dormir temprano luego de darse un baño y tomar unos cuantos analgésicos para mitigar los dolores, producto de su contienda y de su primera cacería. Algunos dirían que la primera vez es como una graduación y que deberían celebrar la victoria a lo grande, pero esa noche no hubo cena siquiera. Cristina se la pasó gritando y reprochándole a Esteban por haber puesto en peligro a su familia; y las chicas fueron a descansar antes de que las hicieran partícipes de la discusión.
Pero el sueño no fue reparador, porque más tarde Darla tuvo una pesadilla, no de las que estaba acostumbrada, sino que esta le causó disgusto y repulsión. Se despertó agitada y con un fuerte ¡NO! en la boca. Miraba hacia todos lados, intentando reconocer el lugar donde se hallaba. Tanteó su cuerpo como para comprobar que estaba a salvo y que aún conservaba su integridad.
María se despertó a causa del grito de su compañera, y corrió medio dormida a socorrerla; como dormía en el suelo del mismo cuarto, esto no supuso demasiado esfuerzo. Al llegar a la cama de Darla, se sentó a su lado, encendió el velador y tomó su mano para tratar de calmarla.
—Ya pasó, fue una pesadilla nomás. Estás bien, estás viva y en tu casa —susurró María, teniendo en mente a las pesadillas típicas.
Darla cerraba los ojos con presión y negaba con su cabeza, como si sacudiéndola borrara lo que quería olvidar. Suspiraba para calmarse como si estuviese pujando y apretaba aún más la mano de la que una vez fue su amiga y confidente.
—¡No puedo sacármelo de la cabeza, fue horrible! —decía conmocionada.
—Hoy demostraste que nada te puede parar, no podés dejar que una pesadilla te atormente. A no ser que... haya sido un sueño erótico —insinuó María mientras hacía ojitos pícaros.
Darla la miró horrorizada y le soltó la mano de inmediato. María había acertado.
—¡Ah, fue eso! ¿Y con quién fue? Contá, contá. —pedía María ansiosa, como en los viejos tiempos.
—¡No, loca! Te digo que fue horrible. No lo quiero contar ni recordar.
—Ay, tan malo no debe ser. —María le restó importancia.—. Yo, una vez soñé a mi papá haciéndolo con una mujer, y la psicóloga de la escuela me dijo que era lo más normal del mundo. Dijo que el asco que me produjo provocaba que buscara mi pareja amorosa por fuera del círculo familiar, o algo así. No creo que haya nada peor, pero si yo lo superé, vos también podés.
—Creéme que fue peor. Soñé con...—Darla se detuvo porque creyó oír un ruido en el pasillo. Se retorcía la manos, temía responder.—... ya sabés quién.
—No, no sé. ¡Ay, dale, decíme!
Darla no podía de despegar la mirada de la puerta, creía que alguien entraría en el momento en que dijera aquél nombre, y no podía permitir que nadie más lo supiera, mucho menos el involucrado.
María empezó a tirar nombres para tratar de adivinar. Hasta que dio en el blanco. Dijo:
—¿Esteban?
—Shhh, calláte. ¿Qué querés, que te escuche todo el barrio? —reclamó Darla, indignada, pero sin levantar mucho la voz.
—¡Sííí, soñaste con él! —exclamó María en tono burlista— Bueno, no te culpó. Está re fuerte, y cuando se le marcan los músculos a través de la ropa me dan ganas de apretárselos y morderlos...
Darla la detuvo:
—¡No séas zorra! Nos está entrenando, y es mucho más grande, está como para mi mamá. ¡¿Qué decís?! —protestó Darla.
—Digo lo que pienso. A mí me gusta, y si tu mamá no se apura... —María guiñó un ojo buscando complicidad, pero a la otra no le pareció gracioso.—. Ay, dale, tomátelo con humor. Aunque... no estaría mal que tu mamá rehiciera su vida.
—El otro día pasó algo... —Comenzó a contar Darla seria.—... mientras entrenábamos, él estaba detrás mío y "me apoyó" sin querer. En ese momento me sentí re incómoda. ¡Fue horrible pensar en él así! Y en el sueño, lo disfrutaba... y de repente, dejábamos todo y empezábamos a los besos... —Darla se sentía asqueada.—. ¡Fue horrible!
—¡Eso quiere decir que te gusta! —se burló María con picardía.
—¡No, nada que ver! —Se apuró a decir Darla, y la golpeó con la almohada, provocando que se desestabilizara y cayera de la cama.
María tomó su almohada y devolvió el golpe, jugando. Ambas rieron aunque se golpearon fuerte.
—Te extrañé mucho, ¿sabés? —confesó María— Extrañaba esto. Hablar de intimidades. Reír juntas.
Darla se detuvo de reír, y su cara se demudó a sería otra vez.
—No fui yo la que se alejó —reclamó.
—Sí, ya sé, pero los chicos nuevos... digo, los vampiros —se corrigió María—, me obsesionaron, quería ser como ellos a todo costa, ni siquiera me di cuenta de lo que estaba perdiendo... pero nunca dejé de pensar en vos, ni un segundo. Ellos no eran tan simpáticos como parecían, no podíamos estar así, como vos y yo ahora. Me di cuenta muy tarde de que me estaban usando. Y me arrepiento profundamente, te lo juro.
—Ya está —dijo Darla más calmada—. Lo importante es que ahora estás a salvo. Ya pasó, volvamos a dormir.
—¡No! —María la detuvo antes de que volviera a la cama.—. Necesito que hablemos, necesito decirte lo que pienso.
María llevó a Darla hasta su cama para que se sentara y así conversar más cómodamente. Luego continuó:
—Cuando me pasó lo de Santiago, en la primera en la que pensé fue en vos. En que tenías razón que ellos eran peligrosos. Quise venir corriendo a buscarte apenas desperté en mi casa, pero tenía miedo de que me rechazaras. Me sentía... —María se sentía ahogada.—. Siento todavía mucha vergüenza por haberte cambiado así. Y pensar en que ahora podría ser un vampiro y ser tu enemiga para toda la vida, me mata. ¡Perdón —dijo llorando—, nunca más te voy a dejar, te juro que voy a seguirte hasta el fin del mundo y voy a hacer todo lo que me pidas, si me perdonas y me dejas volver a ser tu amiga otra vez! —rogó.
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Editado: 09.02.2021