Gusto Prohibido

Ausencia

Los días pasaban tranquilos, como si nada pudiese alterar el ritmo lento que nos envolvía. Ger y yo nos encontramos en el parque, donde las hojas empezaban a teñirse de colores cálidos con la llegada del otoño. Había algo en el aire, algo que pesaba en mi pecho, pero lo guardé para mí.

—¿Por qué estás tan callado hoy? —me preguntó Ger, mientras su voz ligera contrastaba con mi silencio.

—Estoy pensando... en algunas cosas —respondí, sin mirarla directamente.

Ella frunció el ceño, mostrando esa expresión que siempre tenía cuando algo la intrigaba.

—¿Qué cosas? —insistió, jugueteando con el borde de su sudadera.

Tomé aire, como quien se prepara para un salto sin saber qué hay abajo.

—A fin de mes, tengo que irme de la ciudad por un tiempo.

Su expresión cambió, pasando de la curiosidad al desconcierto.

—¿Irte? ¿Por cuánto tiempo?

—Solo será un mes —dije rápidamente, como si eso disminuyera el peso de la noticia—. Necesito alejarme un poco y pensar... Hay cosas personales que debo resolver.

Hubo un silencio entre nosotros, incómodo por primera vez. Ger bajó la mirada, y yo sentí que el vacío crecía entre ambos.

—¿Es por mí? —su pregunta fue tan suave que casi se perdió en el viento.

—No —respondí con firmeza, aunque sabía que mi ausencia podría significar mucho más de lo que podía explicar en ese momento—. Es algo que necesito hacer por mí mismo.

Ella asintió lentamente, Ger no dijo nada durante un rato. Jugaba con una pequeña ramita caída en el césped, rompiéndola en pequeños pedazos. Sentí que cada fragmento que rompía era una parte de mí, desmoronándose bajo el peso del momento.

—Espero que este tiempo realmente te sirva —murmuró al final, sin mirarme.

La forma en que lo dijo, tranquila y sin reproches, me dolió más de lo que habría imaginado. Siempre había esperado una reacción distinta, tal vez una pregunta, una pequeña resistencia, algo que me hiciera sentir indispensable para ella. Pero en lugar de eso, parecía resignada.

Intenté explicarme, aunque ni yo tenía las respuestas claras.

—Es algo que tengo que hacer. No puedo explicarlo bien, pero... necesito aclarar mis pensamientos y descubrir lo que realmente quiero, para mí y para... nosotros.

Ella levantó la vista en ese momento, sus ojos buscando algo en los míos.

—¿Nosotros? —repitió con un tono tan suave que me hizo estremecer.

—Sí. No se trata solo de mí. Se trata de lo que significas para mí, Ger.

Por un instante, vi una chispa en su mirada, una mezcla de esperanza y duda. Pero no respondió. En cambio, se limitó a inclinarse hacia atrás, apoyándose en sus brazos mientras miraba el cielo.

—El tiempo pasa rápido, ¿no? —dijo de pronto, cambiando de tema con la facilidad con la que el viento mueve las hojas—. Hace unas semanas ni siquiera hablábamos tanto como ahora, y de repente... parece que siempre has estado aquí.

No supe qué decir. Su frase llevaba una verdad que me desarmó completamente. Porque sí, parecía que siempre había estado ahí, como si su existencia y la mía fueran inevitables, destinadas a cruzarse, aunque sea por un instante fugaz.

Mientras hablábamos, una sensación de nudo en el pecho me acompañaba. Había tanto que quería decirle, tantas palabras atrapadas detrás de una barrera de miedo e incertidumbre. Cada vez que me miraba con esos ojos llenos de curiosidad, sentía un torrente de emociones que casi me ahogaba: culpa, ansiedad, y algo que rozaba la desesperación.

—Es solo un mes —repetí, intentando convencerme más a mí mismo que a ella.

Pero dentro de mí, un enjambre de pensamientos desordenados giraba sin descanso. ¿Y si un mes era suficiente para que todo cambiara? ¿Y si ella conocía a alguien más, alguien que pudiera estar para ella en el momento en que yo no estuviera? El miedo a perderla, a regresar y encontrarla distinta, era como un eco persistente en mi mente.

Me esforzaba por mantener la compostura frente a ella, pero mis manos temblaban ligeramente, un reflejo de la tormenta interna que trataba de ocultar. Cerré los ojos un instante y me imaginé su rostro cuando se enterara que me iba. Pensé en las tardes que habíamos compartido, en las conversaciones que aún no habíamos tenido, en las cosas que no me atreví a confesar.

Por un segundo, consideré quedarme. Olvidar la necesidad de espacio y respuestas, porque estar lejos de ella parecía más doloroso que la confusión misma. Pero era tarde para retractarme. Había tomado la decisión, y ahora tenía que enfrentar las consecuencias.

El parque estaba casi vacío, con solo el sonido del viento moviendo las hojas y el canto lejano de un pájaro rompiendo el silencio. Ger estaba frente a mí, su mirada fija en la mía, como si intentara descifrar cada pensamiento que no me atrevía a decir en voz alta.

—Entonces... ¿te vas? —preguntó, su voz apenas un susurro.

Asentí lentamente, sintiendo cómo cada palabra que había dicho antes pesaba más ahora que estaba frente a ella.

—Sí, pero volveré. Lo prometo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.