Desde aquella noche, supe que ya nada volvería a ser igual. No se trató solo de un acto físico, sino de la confianza que Ger depositó en mí con su mirada. Esa confianza me hizo entender que, a partir de ese momento, tenía la obligación de protegerla en todos los sentidos.
Ahora, cada día siento el peso de esa responsabilidad. Me duele pensar que, a pesar de mis buenas intenciones, puede que en algún momento la lastime física o emocionalmente. A veces, me sorprende la inseguridad que me invade al imaginar que uno de mis errores, un gesto mal calculado o una palabra equivocada, pueda causarle dolor.
No se trata de que dude del amor que nos tenemos; es más bien el temor a fallarla cuando más lo necesita. Esta preocupación me impulsa a ser muy cuidadoso, a pensar dos veces antes de actuar y a trabajar en mis propios defectos. Reconozco que soy imperfecto, pero mi mayor deseo es aprender a manejar mis impulsos y asegurarme de que mi cariño no se convierta en herida.
Cada día trato de demostrarle a Ger que mi compromiso es real. Quiero que sepa que, aunque a veces me invade el miedo a lastimarla, no hay nada en mí que desee más su bienestar y felicidad. La idea de causarle daño, sea físico o emocional, me duele profundamente, y por eso me esfuerzo en mejorar y en ser la persona que ella merece.
Tenía casi 17, y yo lo sabía, lo cargaba conmigo como un peso y una responsabilidad, pero también como un compromiso silencioso de protegerla, de cuidar no solo lo que sentía por mí, sino todo lo que era y lo que podía llegar a ser.
Cada vez que pienso en lo que pasó, mi mente repite una voz interna: “Gabriel, no puedes permitirte fallar. Ella te confió algo tan importante; debes cuidarla y respetarla en cada paso.” Esa voz se hace presente cuando me encuentro solo, repasando cada gesto y cada palabra, temiendo que un descuido mío pueda convertir el amor en una fuente de dolor.
A veces, me sorprendo cuestionándome en lo más profundo: “No quiero que mi impulsividad la hiera, ni un mal momento borre la luz en sus ojos. ¿Cómo puedo asegurarme de proteger esa confianza tan delicada?” Es un temor constante, que me empuja a detenerme antes de actuar, a meditar cada palabra, porque sé que el amor que nos une es frágil y precioso.
Esa noche no fue un escape ni una simple muestra de deseo, fue un acto de amor en bruto, imperfecto, lleno de dudas y temblores, pero absolutamente real. Desde entonces, algo cambió. En mí, en ella, en lo que teníamos. Dejé de pensar solo en mi dolor, en mi pasado roto, y empecé a mirar hacia adelante, hacia un futuro donde ella estuviera incluida. La vi crecer, literalmente. La vi reír con esa risa que llenaba la casa, la vi enojarse por cosas pequeñas y otras muy grandes, la vi desafiarme, cuestionarme, y también defenderme cuando el mundo parecía querer aplastarme.
Ahora sentado frente a mi PlayStation, intentando concentrarme en el juego, pero mis pensamientos vuelven a la noche con Ger. Abro una llamada en línea con mi amigo Plones, esperando distraer mi mente.
—Oye, Plones, necesito hablar de algo. Hoy no ha sido un buen día. Me pesa mucho lo que pasó con Ger la otra noche.
—¿Qué pasó, Gabriel? ¿Algo con el juego o es otra cosa?
—Es más serio… después de lo que vivimos, siento una responsabilidad enorme. Tengo miedo de, sin querer, lastimarla. No solo físicamente, sino también emocionalmente. —Hago una pausa y miro la pantalla, como buscando en el juego una respuesta que en la vida no me llega.
—Mira, todos tenemos miedos cuando queremos algo de verdad. Pero tú siempre has sido alguien que se preocupa por los demás. ¿Qué te angustia exactamente?
—Cada vez que recuerdo su mirada, siento que debo ser perfecto para protegerla, pero sé que soy humano y puedo equivocarme. Me asusta la idea de que en algún impulso o palabra equivocada, yo la hiera.
—Comprendo tus dudas, bro. Pero recuerda que el amor no es perfección. Lo importante es reconocer nuestros errores, hablar de ellos y aprender juntos. Quizás deberías decírselo a Ger. Así, ambos saben en lo que están metidos y pueden apoyarse mutuamente.
—Tienes razón, Plones… A veces temo que una conversación sincera pueda asustarla, pero quizá sea lo único que nos haga crecer. Gracias por escucharme, amigo.
La partida continúa, pero mis pensamientos ya se dirigen a cómo abordar el tema con Ger
Ya por la tarde, decido que es el momento de hablar con Ger directamente. Hago una llamada por Instagram y, tras algunas vibraciones, se contesta.
—Hola, Ger. ¿Tienes un minuto? Quiero contarte algo que me preocupa.
—Hola, Gabriel. Claro, dime. ¿Qué sucede?
—He estado pensando mucho en lo que pasó entre nosotros. Siento que, aunque me llenaste de confianza y cariño, tengo miedo de que en el futuro mis errores te dañen. No quiero ser yo quien te cause dolor, ya sea con una palabra o con una acción.
—Gabriel, aprecio que seas tan honesto.—mirando a la cámara con voz comprensiva—Yo también tengo mis temores cuando se trata de abrirme tanto. Pero confío en que, si hablamos de esto, podremos encontrar la forma de cuidarnos mutuamente.
—Es que cada vez que pienso en lo que podría pasar, me paralizo. No quiero ser impulsivo ni actuar sin pensar. Quiero aprender a manejar mis emociones y, sobre todo, asegurarme de que nuestras decisiones nunca se conviertan en algo que nos haga daño a los dos.