Gusto Prohibido

Sos

—¿Hola? —respondí al teléfono, sin anticipar el destello que sus palabras iban a traer.

—¡Gabriel! —La voz de Ger resonó, casi musical, al otro lado de la línea, con una mezcla de emoción y algo más, ¿nervios, quizá?— ¿Qué tal estás?

—Bien, supongo. ¿Y tú?

Hubo un pequeño silencio, como si estuviera reuniendo el valor para soltar lo siguiente. Finalmente, habló con un tono un poco más bajo: —Quería... quería invitarte a mi cena de cumpleaños. Mi familia está organizándola. Es este sábado por la noche.

Mi mente se nubló por un instante. Era la primera vez que recibía una invitación a algo tan... íntimo, algo más allá de nuestras interacciones habituales. —No lo esperaba, Ger. Claro, me encantaría.

Clair de Lune sonando de fondo creando un contraste melancólico con la extraña calidez de sus palabras. Por un instante, fui incapaz de hablar. Ella rompió el silencio.

—Es importante para mí que vengas, Gabriel. Así que... te espero.

El clic final de la llamada me dejó mirando la pantalla del móvil. Había algo en su voz, un misterio en la invitación que me dio la sensación de que este cumpleaños no sería simplemente una celebración, sino algo más grande, algo que podría cambiarlo todo.

Sin pensarlo, me dirigí a buscar el regalo perfecto, no quería simplemente un regalo cualquiera, algo que pudiera ser olvidado con el paso del tiempo. Quería que fuera especial, que tuviera un significado, que capturara algo de lo que sentimos y de lo que somos, algo que ella usara todo los días; en pequeñas ocasiones durante nuestras llamadas ocasionales me han indicado que casi no usa pendientes en sus orejas ya que no es de comprarse a menudo y porque suele perderlos, así que el regalo perfecto era regalarle unos pendientes en plata con unas piedra blanca, un gesto puro y que representa mis emociones por ella.

Su fiesta de cumpleaños prometía ser única, no solo porque Ger estaría radiante, sino porque sería la primera vez que lo compartiríamos juntos, bajo el mismo techo, en el corazón de su familia.

Su último cumpleaños solo la vi fue durante una breve visita en mi trabajo, un momento fugaz que dejó una huella más profunda de lo que imaginé. Ahora, la imagen de Ger sentada en la misma mesa, rodeada por sus padres, sus risas llenando el aire, se convertía en una idea que no podía abandonar.

Pero había algo que no dejaba de martillar en mi mente: el papá. No era Daysi quien me preocupaba; ella siempre había sido amable conmigo. Era él. La última vez que se cruzó conmigo fue en una publicación de Instagram, una interacción que, en lugar de acercarnos, nos dejó en un lugar incómodo, casi impenetrable.

Mientras me imaginaba cómo sería esa noche, el nerviosismo crecía en mí como una tormenta lenta pero implacable. ¿Sería capaz de regalar algo que tocara su corazón? ¿Sería capaz de sobrevivir a la intensidad de las miradas inquisitivas de su familia? Había tanto en juego, tanto que podría definir cómo nos movíamos en este delicado equilibrio.

Toc toc*

—¡Gabriel! —saludó Daysi, mientras abría la puerta con una leve sonrisa y se secaba las manos en un pequeño paño.

—Hola, señora Daysi —respondí, con una sonrisa amplia. Mi voz intentó sonar calmada, aunque la idea de estar aquí hacía que mi corazón latiera más rápido—. ¿Cómo le va?

—Bien, aunque un poco cansada —dijo mientras exhalaba un suspiro leve—. Acabo de terminar de preparar la cena. Pasa, toma asiento, por favor.

—¡Gabriel, viniste! —gritó Ger, con la emoción desbordándose mientras corría hacia la puerta y prácticamente interrumpía a su madre.

—Y dime, Gabriel, ¿cómo van el trabajo y los estudios? —preguntó Daysi mientras tomaba asiento frente a mí, su mirada cálida y curiosa.

—Pues... ahí vamos, señora Daysi. El trabajo ha estado un poco demandante últimamente, pero trato de mantener el equilibrio con los estudios. Aunque no siempre es fácil, sabe cómo es eso —respondí con una pequeña sonrisa, tratando de sonar optimista.

—Eso es bueno. Mantenerse ocupado siempre es mejor que estar sin hacer nada —comentó con una leve risa—. ¿Y qué estudias, por cierto?

—Estoy estudiando ingeniería. Aunque, si soy honesto, hay días en que los números parecen querer acabar conmigo —dije entre risas, intentando aligerar el tono.

—¡Ay, mamá! Gabriel es un genio, seguro que lo tiene todo bajo control —interrumpió Ger con entusiasmo mientras me lanzaba una mirada cómplice—. No sabes cuántas veces me ha explicado cosas que ni entiendo.

—¿Ah sí? —Daysi alzó una ceja, curiosa—. Bueno, pues en esta casa estamos rodeados de mentes brillantes, parece.

Ger y yo intercambiamos una sonrisa, y mientras Daysi se levantaba para revisar algo en la cocina, no pude evitar sentirme un poco más cómodo, como si poco a poco estuviera siendo aceptado en este pequeño mundo que pertenecía a ella.

El sonido firme de unos pasos resonó en el piso de madera antes de que la figura del papá de Ger apareciera en la entrada del comedor. Su mirada era seria, calculadora, como si estuviera midiendo cada uno de mis movimientos.

—Así que tú eres Gabriel —dijo con un tono bajo y grave, mientras tomaba asiento frente a mí. Ger permaneció en silencio, sus ojos buscando los míos como si intentara darme algún tipo de ánimo.




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