H2o

Capítulo II

Paraguay, Bolivia, Uruguay, Ecuador, Chile y Perú firmaron un pacto. Se unieron para defender el resto de Sudamérica que aún era libre. Brasil no quiso firmar el pacto, sabía que podía solo y que unirse a otros países pobres y casi desarmados demostraría un acto de debilidad. Brasil esperaba que EE.UU. se quedara con el resto de Sudamérica para, después, analizar cuál sería su próximo paso. Tal vez en la mente del presidente de Brasil, Joao Borges, estaba la idea de pactar con el poderoso enemigo del norte, esto era casi imposible, ya que EE.UU. quería conquistar el mundo entero, sin pactos y sin aliados. Joao Borges se enteró lo que le había ocurrido al ex presidente argentino. Y en ese momento pensó que lo mejor iba a ser resistir más allá de saber el resultado final: una derrota estrepitosa.

Los Estados Unidos ya estaban dispuesto a atacar al resto de Sudamérica (a excepción de Brasil) Los marines entraron por la costa oeste de la República Oriental del Uruguay.

Los bravos charrúas resistieron la embestida inicial. Los norteamericanos  no podían creer la valentía y el valor de esos hombres, por eso tuvieron que retroceder. El general estadounidense Saustin pidió refuerzos, sin saber que había firmado su sentencia de muerte y la de sus hombres (y la de sus enemigos) Diez minutos después del pedido de Saustin, un avión Catway-F15-2045 de la fuerza aérea Norteamérica se divisó en el cielo. El sol hacía más vistoso el verde brillante de ese gigante de acero. Se encontraba, aproximadamente, a unos mil metros de altura. El avión amagó bajar (eso pareció) y luego comenzó a subir, a dar vueltas y volver a subir. Esta vez si estaba bien alto. Saustin no comprendía nada. Se comunicó nuevamente con la base y le contestaron que los refuerzos llegarían en breve. El avión seguía volando sobre Montevideo. Saustin tomó su largavista y ahí se dio cuenta de todo. Vio como se abrían las compuertas inferiores del avión y desprendía, vomitaba, dos grandes bombas. No había escapatoria. Lo único que no sabía era el poder letal de esas bombas. Al explotar no quedó ningún hombre en pie, ningún árbol, ningún pájaro, ni una flor. Todo era humo, polvo, olor a carne quemada, olor a ácido. Locura. Esa bomba infernal y atómica, había matado a medio país. Mató a media población o más. Aniquiló a todo el ejército norteamericano que había pisado suelo uruguayo. No había ningún tipo de arrepentimiento ni del piloto que bombardeó ni del presidente norteamericano.

Del otro lado del Uruguay estaba el resto del ejército uruguayo y los ejércitos aliados. Sintieron la explosión y también llegó el olor a ácido y a muerte. Igualmente iban a resistir hasta el final. El avión asesino aterrizó en el portaviones que estaba a unas docientas millas de la costa uruguaya. Lo reabastecieron con gasolina y dos bombas nuevas, más potentes que las arrojadas sobre la costa oeste Decoló y rápidamente llegaron a la costa este del Uruguay. El piloto podía ver a los soldados reunidos esperando la orden de los generales. El avión pasó raudamente y dejo caer las dos bombas. Quedó todo devastado. Se calcula que entre aliados y norteamericanos perecieron unos cuatro millones de personas. Incluidos también niños, mujeres y ancianos. Ese pequeños y pacifico país quedo hecho un desierto. Todo era muerte y olía a muerte. Parte de la onda expansiva llego al Paraguay y a la Argentina causando destrucción y algunas muertes. Mientras en el portaviones festejaban la llegada del Catway y del héroe (según sus cánones) La expansión sobre Sudamérica, exceptuando a Brasil, estaba casi asegurada: le habían dado a los aliados un tiro, casi, mortal gracias a esas cuatro bombas asesinas. Poco tardó la batalla final, esta vez no utilizaron bombas atómicas. Miles de hombres invadieron Ecuador llegando desde Bushland (ex Colombia y Venezuela unificadas) Otros hombres entraron por la costa del Pacífico a Chile. De ahí a Bolivia y a Paraguay. Las batallas duraron solo cinco días. Solo quedaba el Brasil como único defensor de un continente ya casi muerto.

Los auto calificados defensores de la libertad y de los derechos humanos, una vez más, habían violado todo lo que dicen y proclaman defender. Poco les importó la cantidad de muertes y la masacre contra civiles. Los llamados, cinicamente, daños colaterales. Murieron no sólo soldados sino, también, cientos de miles de niños, de mujeres y ancianos. Los países habían quedado destruidos. Casi sin población. Los norteamericanos harían un trabajo de colonización. Por ahora no se animaban a atacar al Brasil. No solo por su poderío (más allá que sabían los norteamericanos que a la larga o la corta saldrían triunfantes) sino también por su poderío económico. Brasil era en esa época uno de los máximos productores de petróleo- EE.UU. los necesitaba y, mientras tanto, los brasileños podían vivir en paz aunque desconocían por cuanto tiempo.

En la mañana del 09 de septiembre de 2045, Tamichiga se comunicó con Joao Borges. Le juró y perjuró que no los atacarían. Borges no le creyó mucho pero no se lo confesó a Tamichiga. El presidente de EE.UU también le comentó que en poco tiempo iba a haber un presidente que gobiernaría toda la tierra, que habría elecciones. Borges se rió por dentro y luego de los saludos de rigor, cortaron.

El 29 de septiembre de ese año, Tamichiga habló por televisión en cadena mundial. EE.UU. era el dueño del 95% de los medios de comunicación de todo el mundo. Las cadenas mundiales que daba Tamichiga salía en todos los canales de TV, en todas las páginas de internet, todos lo veían quisieran o no. Les dijo a la población mundial que el 30 de octubre habría elecciones para elegir al presidente de la Tierra (falto que diga el amo y señor de la Tierra) Cualquier ciudadano de cualquier país se podría presentar. También dijo que el nuevo presidente debía procurar la paz del mundo, cosa que él mismo no cumplía ni en su propio país y, mucho menos, en el resto del mundo.



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En el texto hay: distopia, romance

Editado: 28.05.2018

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