Medio dormido escucho:
Y alguien que me tiraba de la ropa, yo estaba totalmente dormido. Pero esa voz chillona logró despertarme, Era Francisca.
Me despabilé y salí de la cueva. Francisca me despidió con temor, se notaba en los ojos que si lo que ella escuchó allí afuera me mataba, también sería su fin. Es por eso que me despidió con un dulce beso en mis labios. Yo le dije que se cuidara , que nada temiera y que iba a volver. Al salir de la cueva me di cuenta de lo cerrada que estaba la noche. Solo alumbraba un cuarto menguante lejano de la luna y unas tenues estrellas. Yo estaba con una larga rama en mi mano derecha bastante gruesa para usarla como arma, como una precaria arma, al menos para poder golpear a algo o a alguien. Una vez que ya me acostumbré a la oscuridad comencé a ver un poco más en la noche. Caminé lentamente unos pasos, detrás de unos arbustos casi pelados vi dos ojos que me observaban. Quedé paralizado, no solo por temor, también para no asustar a esa criatura o cosa que no me sacaba los ojos de encima. Lo que podía asegurar era que esos ojos no eran humanos. Me acerqué un poco para paliar mi curiosidad y los dos ojos seguían fijos pero vivos. Me acerqué un poco más y pude sentir un fuerte aroma, penetrante y desagradable. Me acerqué un poco más y ahí lo vi bien. Era una rata gigante o una comadreja con largos y feos dientes. No pude acercarme más, escuché un chillido y se me tiró encima, quiso morderme, rozo mi hombro derecho. Era un bicho horrible, su cola era larguísima. Intento morderme los pies pero logré patearlo, lo corrí y le pegué un palazo en la cabeza. Quedo atontado y quejándose un quejido que me perforaba los oídos. Escuché el grito de Francisca que estaba en la puerta de la cueva con una cara de pavor indescriptible. Le pegue a ese bicho otro palazo y luego atravesé su abdomen con la rama una y otra vez hasta que dejo de respirar.
Francisca seguía parada en la abertura de la cueva, comiéndose las uñas, de lejos le dije que entre, no me hizo caso.
Fuimos al interior de la cueva, Francisca estaba pálida, temblando y llorando. La abrace fuerte y se le fue pasando el temblor. A mi no me gustaban las ratas pero tenía que sobrevivir y cuidar a Francisca, era la única persona que me quedaba sobre la tierra o al menos eso era lo que parecía hasta ahora. Francisca se volvió a dormir pero esta vez aferrada de mi mano derecha y toda tapada, cabeza incluida.
Me quedé pensando un rato antes de caer desplomado. Esperaba que esa rata enorme haya sido solo una excepción y que no sea una invasión de esos bichos horribles.