H2o

Capítulo XX

Cuando miré a las personas que me estaban llevando de los brazos, me percaté de su gran altura. Eran los dos como mínimo de un metro noventa. Piel morena, pelo largo y renegrido. Tenían la cara pintada con rayas blancas que surcaban sus caras de arriba hacia abajo y de derecha a izquierda. Intenté moverme pero era imposible, eran demasiado fuertes. Intente comunícame, pero no me entendían. Hablaban entre ellos en un idioma que en mi vida había escuchado. Era un idioma que no era parecido a ninguno conocido. Los hombres me llevaban mientras mis piernas quedaban colgando. Me llevaron a una especie de ascensor hecho con maderas y plantas. Ingresamos. Uno de los hombres miro para abajo, puso sus dos manos alrededor de la boca y pegó un grito. El ascensor comenzó a bajar medio a los tumbos. Yo me maree un poco. Por fin llegamos a tierra firme. Los hombres me bajaron del ascensor y me llevaron con un hombre que por como estaba vestido sería el jefe de la tribu. Llevaba una gran corona hecha con hojas y flores. Su cara estaba pintada igual que los hombres que me habían llevado hasta allí pero con colores vivos. Me pusieron frente a él. El hombre me hizo un gesto con la mano que no comprendí. Los hombres me agarraron y me pusieron la cara contra los pies del jefe, debía besarlos. No tuve más alternativa. Me senté enfrente del hombre quien comenzó a hablarme. NO hablaba como los guardianes, era una mezcla de portugués. Le entendía algo. El hombre me decía que habían escuchado un gran estruendo hacía unos días y que el cielo se había puesto negro. Hasta ahí era todo lo que yo sabía. También me dijo que todo era culpa del hombre blanco y que por eso iban a ejecutarme. Traté de defenderme diciéndole que nada tenía que ver con eso. Fue inútil. Hizo un movimiento con la cabeza e inmediatamente los dos guardias me tomaron nuevamente de los brazos y me llevaron a una especie de jaula hecha con madera, pero madera bien fuerte. Los barrotes eran gruesos como los de un árbol mediano. Me encerraron y ataron las puertas con grandes hojas gruesas y fuertes. La gente de la tribu comenzó a acercarse a la jaula mientras hablaban entre ellos en su dialecto ininteligible. Un niño se acercó bien a la jaula, me miró y  sonrió. Se fue corriendo y al rato volvió. Me tiro una banana para que yo la comiera. Con el hambre que tenía no tuve que actuar, tome la banana, la pelé y me la comí en tres o cuatro bocados. El niño rio a carcajadas. Se volvió a ir y volvió nuevamente pero esta vez con una mandarina en su mano derecha y en su mano izquierda agarrado de una joven mujer que sería su madre. Me tiró la mandarina y me la dio en la cabeza. No la pude esquivar porque quedé hipnotizado por la belleza de esa mujer. Nunca en mi vida había conocido una mujer tan bella. Su tez era morena y se notaba la suavidad sin necesidad de tocarla. Su pelo era ondulado y corto. Sus piernas largas y delgadas. Me quedé mirándola por un instante que pareció eterno. Ella también me miraba con su ojos grades y negros. Cuando reaccioné tomé la mandarina y comencé a pelarla. Arranque un gajo, alargue mi mano como para sacarla de la jaula. Algunos de los indios se asustaron. La miré a los ojos, miré el gajo y se lo acerqué a su mano. Ella tomó el gajo, sin sacarme sus ojos de encima de mí, rozó mi mano y se puso lo puso en la boca. Esa boca grande de labios gruesos  y rojos. Terminó de comer, me miró y me sonrió. Su sonrisa era amplia y simpática. Se le hacían unos hoyuelos al costado de la boca. Sus dientes eran grandes y blancos. Se acercó, tomó mi mano y chupo uno de mis dedos. Mi excitación me hizo olvidar que estaba en peligro, que no sabía que me depararía el destino. Al sentir esa lengua cálida sobre mi piel sentí que me quemaba entero pero de placer, de puro placer. Mientras iba dejando mi mano le pregunté su nombre. No me contestaba. Yo la miré, me señale el pecho y le dije << Yo, Charlie >> la señalé a ella y le dije << Yo Charlie, ¿Y vos? >> Volvió a sonreírme, volvió a derretirme. Luego de varios intentos, me miró y me dijo << Mamula >> Nunca había oído un nombre tan hermoso. Estaba en éxtasis. Mamula tomó la mano del niño y se fueron para otro lado del lugar, luego de dar dos o tres pasos se dio vuelta, me miró y me saludó con un movimiento suave de su mano derecha. Cuando desapareció de mi vista no desapareció mi deseo hacia ella sino todo lo contrario. Me senté en la celda. Mis dos guardias estaban en la puerta vigilándome con cara de muy pocos amigos. Intenté dormir. Pero el calor era mucho. Me acordé de Francisca. Que sería ahora de ella sin mí. Tal vez muriera, tal vez me busque y también la encierren. Me quede dormido mientras escuchaba los ruidos guturales de mis guardias que eran totalmente indescifrables.



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En el texto hay: distopia, romance

Editado: 28.05.2018

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