Habitación – 407

Capítulo 2: Los Susurros de Medianoche

El reloj de la estación de enfermería marcaba las 23:45 cuando Elena comenzó a revisar los expedientes de sus pacientes. El pabellón norte era más frío que el resto del hospital; su aliento formaba pequeñas nubes de vapor mientras pasaba las páginas amarillentas.

Las historias clínicas eran perturbadoras. Paciente tras paciente reportaba las mismas alucinaciones: figuras arrastrándose por las paredes, voces que susurraban desde los conductos de ventilación, y algo sobre "los que moran entre las paredes". Demasiadas coincidencias para ser simple esquizofrenia.

Un golpe seco la sobresaltó. Al otro extremo del pasillo, una silla de ruedas vacía se mecía suavemente, como si alguien acabara de levantarse. Imposible. Todos los pacientes estaban sedados y en sus habitaciones.

—Doctora... —El susurro llegó como una caricia helada en su nuca—. Doctora Suárez...

Elena se giró bruscamente. El pasillo estaba vacío, pero las luces fluorescentes comenzaron a parpadear rítmicamente, creando sombras que parecían bailar en las paredes. El olor a antiséptico fue reemplazado por algo más denso, más metálico.

—Están dentro... están dentro... —La voz sonaba como uñas arañando una pizarra. Provenía de la habitación 407.

Sus piernas se movieron automáticamente hacia la puerta prohibida. El metal de la manija estaba helado, cubierto de una fina capa de escarcha a pesar del calor de la noche. En el marco, algo oscuro y viscoso goteaba lentamente.

"No debería estar aquí", pensó. Las palabras del Dr. Márquez resonaban en su mente. Pero su mano ya estaba girando el pomo.

La puerta se abrió con un chirrido que le heló la sangre. El hedor a putrefacción la golpeó como una bofetada. La habitación estaba sumida en una oscuridad antinatural, como si las tinieblas fueran algo vivo, algo que respiraba.

Sus ojos se adaptaron lentamente. Las paredes estaban cubiertas de escrituras frenéticas, realizadas con lo que parecía ser sangre seca. Símbolos que dolían mirar, palabras en lenguas que ningún ser humano debería pronunciar. En el centro, una cama de hospital oxidada, con sábanas manchadas de un líquido negro y viscoso que goteaba al suelo.

Algo se movió en las sombras del techo. Elena alzó la vista y contuvo un grito. En la oscuridad, docenas de ojos la observaban, parpadeando de forma asincrónica. Una sonrisa imposiblemente amplia se abrió en la penumbra, revelando hileras de dientes afilados.

—Bienvenida, doctora —susurró la cosa en el techo, con la voz de Carmen—. Llevábamos tanto tiempo esperándola...

Elena retrocedió hacia la puerta, pero esta se cerró de golpe. En las paredes, las escrituras comenzaron a sangrar, formando nuevos patrones. Los símbolos parecían moverse, retorcerse, como si estuvieran vivos.

"Carlos Rodríguez", leyó en un expediente caído. "Último paciente de la 407. Causa de muerte: auto mutilación severa tras reportar 'visitantes nocturnos' en su habitación. Fecha: 1987."

Un líquido frío goteó en su hombro. Al alzar la vista, el rostro de Carmen estaba a centímetros del suyo, su boca abierta en un ángulo imposible, sus ojos completamente negros.

—¿Quieres conocer la verdadera historia de la 407, doctora?

Las luces explotaron en una lluvia de chispas y cristales. En la oscuridad total, Elena sintió docenas de manos frías tocando su piel. Y entonces, los susurros comenzaron a contar su historia...

El grito que siguió se perdió en el laberinto de pasillos del pabellón norte, mientras las sombras danzaban y los muertos compartían sus secretos con la nueva residente.



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En el texto hay: suspenso, terror, halloween

Editado: 29.10.2024

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