Habitación – 407

Capítulo 4: La Enfermera Nocturna

El amanecer encontró a Elena encerrada en el baño del tercer piso, temblando incontrolablemente. Su bata blanca estaba manchada de sangre y otra sustancia que prefería no identificar. Las marcas en sus brazos habían formado patrones, símbolos que parecían moverse cuando los miraba directamente.

—Necesito respuestas —murmuró para sí misma, mientras se lavaba la sangre seca de las manos. El agua del grifo salió negra por unos segundos antes de aclararse.

María Gómez, la enfermera jefe del turno nocturno —la verdadera, no el espectro de Carmen— la encontró revisando los archivos antiguos en el sótano del hospital. Era una mujer robusta de unos sesenta años, con ojos que habían visto demasiado.

—No deberías estar aquí abajo —dijo María, su voz tensa—. Hay cosas que es mejor no saber.

—Vi algo en la 407 —respondió Elena, sus manos temblando mientras sostenía los expedientes—. Algo que no debería existir. Y Carmen... ella...

—¿Carmen? —El color abandonó el rostro de María—. Dios santo... entonces es cierto. Ha vuelto a empezar.

María cerró la puerta del archivo y encendió una única bombilla que arrojaba sombras grotescas sobre las estanterías metálicas. —Yo estaba aquí en el 87, cuando pasó lo de Carlos. No fue suicidio, ni automutilación. —Sus manos se crisparon sobre su uniforme—. Algo entró en su habitación esa noche. Algo que se arrastró desde las grietas entre las paredes.

—Los símbolos —murmuró Elena—. Están por todas partes.

—Son antiguos. Más antiguos que el hospital, que la ciudad misma. —María extrajo una llave oxidada de su bolsillo—. Hay algo que debes ver.

En una habitación oculta tras los archivos, María le mostró fotografías que nunca debieron existir. Imágenes de las primeras víctimas, antes de Carlos. Cuerpos retorcidos en posiciones imposibles, con la piel marcada por símbolos que hacían doler los ojos.

—El Dr. Hernández no solo experimentaba con sus pacientes —explicó María—. Realizaba rituales. Decía que había encontrado una forma de abrir puertas hacia... otros lugares. —Su voz se quebró—. Lugares donde habitan cosas que no deberían ser nombradas.

Un ruido sordo interrumpió su explicación. Algo se arrastraba por los conductos de ventilación sobre sus cabezas.

—No están contentos —susurró María, sus ojos fijos en el techo—. No les gusta que hablemos de ellos.

El sonido se intensificó, acompañado ahora por un goteo viscoso que caía desde las rejillas de ventilación. El líquido era negro y espeso, y donde tocaba el metal, este comenzaba a corroerse.

—María —la voz de Carmen resonó por el conducto, distorsionada y múltiple, como si fueran varias voces hablando al unísono—. María, vieja amiga... Es hora de que te unas a nosotros.

Las luces parpadearon violentamente. En los destellos, Elena vio con horror cómo las sombras en las paredes cobraban forma, extendiéndose hacia María como garras oscuras.

—¡Corre! —gritó María, empujando a Elena hacia la puerta—. ¡No dejes que te atrapen! ¡Ellos necesitan-!

Su frase fue interrumpida por un sonido húmedo y desgarrador. Las sombras habían atravesado su pecho, levantándola del suelo. La sangre brotó en chorros oscuros mientras María era arrastrada hacia el conducto de ventilación, su cuerpo contorsionándose de formas imposibles para caber en la abertura.

—Los antiguos están hambrientos —la voz de Carmen susurró, ahora mezclada con los gritos agónicos de María—. Y tú, Elena... tú eres la llave que han estado esperando.

Elena corrió por los pasillos del sótano, perseguida por los ecos de los gritos de María y el sonido de algo masivo arrastrándose por los conductos. Las luces explotaban a su paso, y en la oscuridad, juraba ver docenas de ojos observándola desde las grietas en las paredes.

Solo encontrarían el uniforme de María a la mañana siguiente, empapado en sangre y algo más oscuro, frente a la puerta de la habitación 407. Los símbolos en la tela parecían moverse bajo la luz, contando historias de horrores inimaginables en un lenguaje que ningún ser humano debería comprender.

Y en algún lugar de los conductos de ventilación, dos enfermeras nocturnas esperaban a su próxima víctima, sus risas distorsionadas resonando en la oscuridad del pabellón norte.



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En el texto hay: terror psicológico, hospital, suspense

Editado: 29.10.2024

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