Las luces del pasillo parpadearon violentamente mientras Elena corría, dejando un rastro de gotas negras en el suelo. Los símbolos en su piel ardían cada vez más intensamente, como si respondieran a un llamado primordial que resonaba desde las profundidades del hospital.
Un ruido metálico la detuvo en seco. Provenía de los túneles de mantenimiento, un sonido húmedo y arrastrado, como si algo masivo se moviera por las entrañas del edificio. Y entonces lo escuchó: un canto. La voz de María, pero distorsionada, mezclada con otras voces más antiguas que el tiempo mismo.
Contra todo instinto de supervivencia, Elena siguió el sonido. Los túneles de mantenimiento eran un laberinto de tuberías oxidadas y cables expuestos. El aire era denso, cargado de esporas y un hedor metálico que le recordaba a sangre vieja.
La encontró en una intersección de túneles. O lo que quedaba de ella.
El cuerpo de María estaba suspendido en el aire, su forma contorsionada en ángulos imposibles. Sus extremidades se habían elongado grotescamente, y su piel... su piel se movía como si algo se arrastrara bajo ella. Cuando giró su cabeza 180 grados para mirar a Elena, sus ojos eran pozos negros que reflejaban verdades innombrables.
—Por fin has venido —dijo María, su voz resonando en frecuencias que hacían vibrar las paredes—. Ellos me han mostrado la verdad. La hermosa, terrible verdad.
Su cuerpo se retorció como una serpiente, descendiendo del techo. Donde sus pies tocaban el suelo, el metal comenzaba a corroerse, formando los mismos símbolos que ardían en la piel de Elena.
—Los antiguos son hermosos —continuó María, su boca abriéndose más allá de lo humanamente posible para revelar hileras interminables de dientes—. Nos muestran realidades que ningún mortal debería contemplar. Y una vez que las ves... —Su risa era el sonido de huesos quebrándose—. Una vez que las ves, ya no puedes dejar de mirar.
Elena retrocedió, pero las tuberías detrás de ella comenzaron a palpitar como venas, exudando un líquido negro que formaba patrones hipnóticos en el aire.
—Tu sangre canta para ellos —susurró María, arrastrándose por las paredes como una araña deforme—. Los símbolos te han marcado. Eres la llave que han estado esperando desde que el Dr. Hernández abrió la primera puerta.
De su boca brotaron palabras en un idioma desconocido, sílabas que dolían al ser escuchadas. Los símbolos en la piel de Elena respondieron, ardiendo con una luz enfermiza.
—¡Déjame mostrarte! —gritó María, lanzándose sobre Elena con una velocidad sobrenatural. Sus dientes, ahora afilados como navajas, brillaban en la penumbra.
El forcejeo fue breve y violento. Elena logró esquivar las primeras dentelladas, pero los tentáculos que brotaban de la espalda de María la atraparon, quemando su piel con un frío antinatural. El dolor era insoportable, pero algo peor que el dolor era el conocimiento que se filtraba en su mente con cada toque de esos apéndices alienígenas.
En un último acto de desesperación, Elena agarró una tubería suelta y la atravesó hacia adelante. El metal oxidado atravesó el cuerpo de María como mantequilla, empalándola contra la pared. Pero en lugar de sangre, de la herida brotó una sustancia negra y viscosa que comenzó a formar símbolos en el suelo.
María sonrió, sus dientes manchados de negro. —No entiendes... esto no es un final. Es una transformación.
Su cuerpo comenzó a cambiar, la carne abriéndose como pétalos de una flor grotesca. De las heridas emergían tentáculos y bocas, ojos que parpadeaban en secuencias hipnóticas. Los símbolos en el suelo brillaban cada vez más intensamente.
—La sangre es la llave —cantó María con varias voces a la vez—. La carne es la puerta. Y tú, Elena... tú eres el sacrificio que completará el ritual.
Las paredes del túnel comenzaron a palpitar al ritmo de un corazón monstruoso. En la oscuridad, algo antiguo y hambriento se movía, atraído por el olor de la sangre marcada.
El grito de Elena se mezcló con la risa de María mientras las sombras cobraban vida, y los antiguos moradores del hospital reclamaban otra alma para su festín eterno.
La noche en el pabellón norte estaba lejos de terminar, y las paredes tenían hambre de más sacrificios.