El grito de María aún resonaba en los túneles cuando Elena emergió a los pasillos del pabellón norte. La luna nueva proyectaba una oscuridad absoluta a través de las ventanas, una oscuridad que parecía respirar y moverse con vida propia.
Los símbolos en su piel ardían como brasas, respondiendo a un llamado primordial que surgía desde las entrañas del edificio. El conocimiento prohibido que había obtenido del contacto con María se filtraba en su mente como veneno: imágenes de dimensiones imposibles, de seres que existían más allá del tiempo y el espacio, de verdades que ninguna mente humana debería contemplar.
Las criaturas emergieron de las grietas como pesadillas hechas carne. Sombras con dientes que se arrastraban por las paredes, masas amorfas de tentáculos y ojos que palpitaban con una luz enfermiza. Entre ellas, Elena reconoció rostros: pacientes desaparecidos, personal del hospital, todos transformados en avatares grotescos de los antiguos.
El Dr. Márquez apareció al final del pasillo, su bata manchada de un líquido negro que se movía por voluntad propia. —¡Hay que sellar el pabellón! —gritó, su voz quebrada por el pánico—. ¡Los símbolos están completos! ¡El portal se está abriendo!
Las paredes comenzaron a latir como un corazón monstruoso. De las grietas brotaba una sustancia viscosa que formaba patrones hipnóticos en el aire. Los gritos de los pacientes resonaban como un coro demente, sus voces mezclándose con sonidos más antiguos que la humanidad misma.
Elena corrió hacia la salida, pero cada paso la llevaba más profundo en el laberinto del pabellón. Los pasillos se retorcían como intestinos, las puertas se abrían a espacios imposibles donde la geometría euclidiana no tenía significado.
—¡Las puertas! —gritó Márquez mientras una masa de tentáculos emergía de las paredes—. ¡Hay que cerrar las... —Sus palabras se cortaron en un gorgoteo cuando la oscuridad lo envolvió. Su cuerpo se fragmentó en ángulos imposibles, su carne abriéndose para revelar más ojos, más bocas, más horror.
El ritual que el Dr. Hernández había iniciado décadas atrás estaba llegando a su culminación. Los antiguos, hambrientos tras eones de cautiverio, emergían en toda su gloria terrible. Sus formas desafiaban la comprensión humana: geometrías no euclidianas hechas de carne y sombra, seres que existían simultáneamente en múltiples dimensiones.
Los miembros de seguridad encontraron el cuerpo del Dr. Márquez a la mañana siguiente, o lo que quedaba de él. Sus restos estaban desmembrados y dispuestos en un patrón ritual que pulsaba con luz propia. Cada fragmento de su carne había sido marcado con símbolos que quemaban los ojos al mirarlos.
En las paredes, escritos con una sustancia que parecía moverse bajo la luz, estaban los últimos pensamientos coherentes del director:
"LOS ANTIGUOS HAN DESPERTADO. LA PUERTA ESTÁ ABIERTA. QUE DIOS TENGA PIEDAD DE NUESTRAS ALMAS."
Pero Dios había abandonado el pabellón norte mucho tiempo atrás. En su lugar, algo más antiguo y hambriento había hecho su hogar entre las paredes sangrantes del Hospital General San Rafael.
Y la noche, la terrible noche de luna nueva, apenas comenzaba.