Habitacion numero 34

El viaje

—¡Apúrate, que se nos hace tarde! Tú sabes cómo se pone el tráfico a estas horas y son varias horas de conducción.

—Ya voy, ya voy —dijo de mala gana Valery, una altiva muchacha de cabello largo hasta la cadera, con ojos bien oscuros y piel pálida.

Como es costumbre, la familia de Valery le daba dos opciones: irse con ellos a la casa de sus abuelos o quedarse con su hermano Héctor.

Él, sin embargo, le dio una jugosa opción que no pudo rechazar: la invitó a un viaje que tenía planeado hacía meses, a Nortoum, un pueblo del que se decía que guardaba grandes secretos y misterios.

—¡Esto será legendario, fea! ¡He leído mucho de ese pueblo que parece sacado de un juego de terror! ¡Mira esto! —le dijo extasiado Héctor.

Era un periódico antiguo y magullado, cubierto de una capa plástica para que no se rompiera más.

1983, les ponemos al tanto de la desaparición de siete niños de alrededor de siete a diez años de edad, los cuales fueron vistos por última vez caminando de regreso a sus casas desde el colegio. El director de la institución nombra que el colegio no tiene nada que ver con la desaparición de dichos niños, que él no se hará responsable. El director culpa a padres descontentos, y dice que fue culpa de ellos por dejar que niños pequeños caminen solos a sus casas, que estaban a tres kilómetros de lejanía. Lo cual fue el último contacto que se supo de ese director, que luego desapareció sin dar aviso. Lo que más da de hablar es sobre el hospital psiquiátrico de Nortoum; la gente murmulla de los gritos que se escuchan a la lejanía.

—¿Y ya? ¿Solo es eso? —dijo confundida Valery.

—Al parecer sí, es todo lo que encontré. La página está rajada justo después de eso, ¡pero eso es lo que le da sazón a la cosa, el misterio que pasó con ese caso, qué le pasó al director y por qué luego de esa nota en el periódico no se habló más del tema! ¡Quiero ir allá, me interesa lo creepy... como tu cara, ¡ja, ja! —.

A Valery le encantaba la idea de ir a un pueblo nuevo, de alejarse de la ciudad unos días. Todo era mejor que estar con los abuelos y sus historias aburridas de cómo el abuelo compró dos vacas con solo un litro de vino.

Miró a Héctor: —¿Y tú cómo sabes cómo llegar a ese lugar tan misterioso, si es que se le puede decir así? —.

—Emm, un amigo con el que juego tiene familia a unos veinte kilómetros del dichoso pueblo y, como van una vez al año a celebrar las fiestas, él se sabe el camino de memoria. Si tenemos suerte, en unas horas estaremos en casa de él, que está en la ciudad vecina al pueblo. Si vamos a este ritmo, llegaremos por la mañana.

Valery, al mirar por la ventana, sentía una tranquilidad enorme al ver cómo se alejaba de la ciudad y de los ruidos urbanos que tanto le irritaban. Puede ser que este viaje le haga bien, ya que últimamente los ataques de pánico habían empeorado.

Héctor mira hacia un lado: —Hey, fea, ¿cómo te sientes últimamente? No he sido el mejor hermano, no te he preguntado cómo te has sentido o cómo te llevas. Supe de parte de mi madre que dejaste tu medicamento contra tus crisis. Espero que este viaje te despeje la mente y el estrés de la ciudad, y de las pesadillas que tienes recurrentemente.

—¿Te molesta si me pongo audífonos y leo un rato? —preguntó Valery.

—Haz lo que quieras. Al fin y al cabo, quedan como cuarenta minutos de luz solar, así que aprovéchalos.

—No sigas, no sabes lo que te espera —una voz de una mujer que provenía de la parte de atrás del auto.

—¿Qué? ¡¿Quién eres tú y cuándo subiste al auto?!

Valery se dio cuenta de que la mujer, de aspecto de ultratumba, con su piel flácida, pelo negro con canas y uñas desgarradoras, estaba mirando fijamente a Héctor. Ella se dio la vuelta para verlo: —¡¡HÉCTOR!!

La cara estaba desfigurada, como de haber recibido el peor golpe de su vida. La sangre corría y la cabeza estaba apoyada en el volante del auto. Valery gritaba de desesperación, la cual escuchó una voz:

—¡Despierta, despierta, DESPIERTA!

—¿Valery, qué te pasó? Estabas gritando. Todo fue una pesadilla, tranquila.

—¡¿Qué?! ¿Y la mujer que estaba acá? ¿Y tú? Tú estabas...

—Valery, será mejor que bajemos en la próxima estación de gasolina, así te refrescas o te fumas un cigarro o algo. Y yo igual, que casi me diste un infarto con tal grito. Estamos a unos diez minutos de la más cercana.

—Héctor, esta vez fue diferente, fue tan real. Ver tu cara así, estabas muerto y una anciana me decía: "No sigas, no sabes lo que te espera". Fue todo muy real.

—Tranquila, fea. Todo está bien, solo fue un sueño, nada más.




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