Habitacion numero 34

capitulo dos bienvenidos a Nortoum

—Hey, fea. Estamos a unos pocos kilómetros de mi amigo, eso quiere decir que estamos a poco de ese pueblo del que tanto hablan... Bueno, solo yo, pero se entiende la idea, ¿cierto? —En ese momento saca su celular y hace una llamada—. ¡Hey, cara de ojete! Estamos llegando, espérame donde acordamos.

Luego de manejar por unos quince minutos bajo un cielo plomizo y opresivo, llegaron a casa de Antony, un joven con cara de soldado ruso y con el cabello a ras de piel. La casa era silenciosa, con ventanas que parecían ojos vacíos mirando hacia el camino.

—¡Ohhhh, Antony, viejo amigo! ¿Cómo estás? —preguntó Héctor, eufórico, intentando llenar con su voz el pesado silencio que rodeaba la propiedad.

—Bien, acá estaba con tu mamá, ¿no le quieres mandar saludos? —Antony sonrió, pero sus ojos permanecieron fríos, y la broma sonó desagradable en el ambiente.

Ejem. Valery hace un gesto con su garganta para hacerse notar de su presencia, sintiendo una punzada de incomodidad.

—Oh, Antony, te la presento, ella es Valery, mi hermana, mi fea, mi compañera de aventuras —dijo Héctor.

—¿Cómo alguien tan hermosa puede tener parentesco con este espécimen? —dijo Antony en tono de risa, una risa que no alcanzaba a sus labios—. Vengan, pasen, fue un viaje largo hasta acá. Les serviré una taza de café y unas tostadas.

—Ams, yo con un tesito estoy bien —dijo Valery, incapaz de sacudirse la sensación de que los estaban observando desde la penumbra de la casa.

—¿Y cuéntenme qué les trae por estas tierras? ¿Por qué quieren ir a Nortoum? Ese lugar es aburrido, parece un pueblo de vaqueros, me imagino que ni siquiera saben lo que es una televisión en ese pueblucho —dijo Antony, con un tono que mezclaba desinterés y una advertencia oculta.

—Viejo, ese pueblo es un enigma, ¡mira esto! —Héctor procede a pasarle el trozo de periódico.

—Sí, esta historia ya me la sé, mi abuela me la contaba siempre como historia de terror. Cuando me comportaba mal con ella, me hacía una broma de mal gusto: que lo que se llevó a esos niños me llevaría con él, y yo como estúpido le creía todo ese cuento.

—Espera, ¿algo se llevó a esos niños? —dijo Héctor, sintiendo un escalofrío helado que no era solo por la mención del enigma.

—No lo sé, la verdad, esos niños solo desaparecieron. Y tengo entendido que al director le hicieron una entrevista y luego desapareció sin dejar rastro desde entonces. Y lo más raro es que los lugareños hacen como que eso jamás ocurrió, como si fuera un perro que atropellaron y dejaron a la orilla de la calle. Es una amnesia colectiva, o algo peor. En sí, mi abuela me contaba mil y una historias antes de fallecer, con un brillo extraño en los ojos. Ella me aseguró que, a veces, si el viento soplaba del norte, podías escuchar los nombres de los niños perdidos en un susurro.

Valery observaba la casa mientras Héctor y Antony hablaban. El ambiente no era acogedor, sino cargado, como antes de una tormenta. Había todo un mural de fotos. Al pasar la vista por las caras de la familia, las mascotas, y las fotos ridículas de antony de bebé , Valery notó algo: en todas las fotos de grupo, sin importar la época, la misma sombra parecía extenderse sobre un rincón de la imagen. Una anomalía que su mente se negaba a procesar.

De pronto, Valery quedó pálida como estatua. No era solo la sombra. Una de las fotos en blanco y negro, una anciana con ojos penetrantes y una sonrisa ausente, la paralizó. Dejó caer la taza de té de las manos. El estruendo alertó a Héctor y a Antony. El líquido oscuro se esparció por el suelo de madera, y Valery juró que el vapor se elevó con una forma espectral.

—¡Hey, fea! ¿Qué sucede? ¿Estás bien? Déjame te ayudo con eso. ¡Hey, viejo! Disculpa la taza, te la reembolsaré.

—Héctor... es ella —susurró Valery, con la voz rota—. Es la anciana que se me aparece en los sueños, esas pesadillas que puedo sentir en carne y hueso. ¡Es ella!

—Ams, Valery, salgamos a fumarnos un cigarro. ¿Nos darías unos minutos, Antony? Voy y vuelvo, dejé mi chaqueta en el auto —dijo Héctor, levantándose de golpe y forzando una sonrisa.

Valery miró la cara neutra de Héctor, una máscara gélida, como si ya no fuera él.

—Valery... ¿estás segura de lo que estás diciendo?

—Sí, te lo juro, es ella, ¡te juro que es ella!

—Valery, yo también vi a esa mujer, pero la vi en la fila de la tienda de la bencinera. Me dijo: "¿Se nota que no eres de acá, hijo, de dónde eres?". Yo la ignoré porque estaba apurado. Sentí un escalofrío que me caló hasta los huesos al ver sus ojos, que parecían no tener pupilas. Luego replicó, su voz era un crujido de hojas secas: "Ustedes no deben ir", y lo dijo sin mover los labios. Me di vuelta para preguntarle a dónde se refería, y ya no estaba, solo quedaba un rastro de aire frío y el olor a tierra mojada. Pensé que era producto de mi imaginación por el cansancio, pero ahora que lo veo en tus ojos, supe que no era así. Supe que nos sigue.

—¡Hey, Héctor! ¿Todo bien? Ya recogí la taza, amigo, no te preocupes por eso —dijo Antony, con un tono que sonaba demasiado alegre. Su mirada se detuvo en el lugar donde estaba la foto de la anciana por un segundo más de lo normal—. Prepara tus cosas, en 20 minutos saldremos al pueblo que tanto anhelas conocer.

Héctor asintió con su cabeza y le dijo a Valery en voz baja, con los dientes apretados: —Que esto no salga de acá, solo se queda con nosotros, ¿ok? Si Antony sabe algo, no lo dirá. Y algo me dice que no está solo en esta casa.

Valery le confirmó y dio un gran respiro, pero no de alivio, sino de resignación. estas palabras resonaban en su mente: —Debí ir donde el abuelo y que me contara la historia de las vacas y el vino.




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