— "Chicos, ¿está todo bien?" — inquirió Antony, la preocupación apenas disimulada bajo su voz.
— "Sí, todo en orden. Solo... terminamos el cigarro y ya entramos," — replicó Hector, cruzando una mirada demasiado rápida y significativa con Valery.
— "Hector, una pregunta: ¿y tu chaqueta? ¿No fuiste a buscarla?"
— "Ah, me arrepentí," — mintió Hector con una pausa incómoda. "Me dio calor con el cigarro."
— "Bien. Denme un minuto, busco unas cosas y nos vamos."
Hector asintió. Valery lo imitó, sintiendo de pronto cómo un frío antinatural se instalaba en la casa. No era la temperatura; era algo que se colaba bajo la piel. Antony reapareció, cargando una mochila inexplicablemente enorme.
— "¿Y bien, Hector? ¿En tu auto... o en el mío?"
Hector sonrió forzadamente. "Pero si ni siquiera tienes auto, ¡jaja!"
Antony soltó una risa hueca. "Sí, tengo. Está en la tienda, pero aún no saben que es mío, ¡jaja!"
Valery lo miró. Intentó convencerse de que era solo un adulto inmaduro, tal como su hermano ,niños en cuerpos de adultos , pero su mente no soltaba una imagen que había capturado en el mural: la fotografía de la abuela de Antony. La imagen la quemaba por dentro.
— "Hey, Antony, una pregunta... ¿aquella mujer de la foto, en el mural, era tu abuela?"
Antony confirmó con un lento cabeceo. "Quizás no era la mejor abuela del mundo, pero para mí sí. Ella me cuidó cuando quedé solo tras ese accidente... Ella siempre maldecía ese pueblo con todas sus fuerzas. Cuando yo viajaba para las fiestas, ella prefería quedarse aquí."
Hizo una pausa que se sintió eterna.
"Uno de los niños desaparecidos era su hijo, mi tío. Hermano de mi padre. Mi padre no desapareció del colegio ese dia porque el .Él no fue al colegio ... se había quebrado el brazo al caer de la escalera. Había una foto de él de niño. Mi abuela pidió que la enterraran junto a esa foto. Lo único que recuerdo es que siempre me decía que tenía ojos de diferente color. Eran hermosos."
Valery quedó rígida, helada. Apretó la mano de Hector hasta el dolor.
— "Es... el niño del cuadro que tenía la anciana," — susurró, la voz apenas un siseo.
— "¿De cuál cuadro hablas?" — preguntó Hector, pero su voz sonó demasiado alta en el silencio.
Valery le clavó los dedos en el brazo, forzándolo a callar. La verdad ahora era un peso palpable entre ellos.
— "Chicos, solo un detalle," — interrumpió Antony, alegremente ajeno a la tensión que se cocinaba. "En ese pueblo no hay señal, ni redes, ni siquiera luz. Así que, si quieren hacer una llamada o algo, háganla al tiro. Luego será imposible."
Hector actuó por instinto, una oleada de paranoia fría recorriendo su espalda. Envió su ubicación a su madre: y recalco "20 kilómetros al sur." Una precaución que sonaba a locura, pero en ese momento, se sentía como la única cuerda de salvación, si es que les pasaba algo y nadie sabia de ellos .
— "¿Y bien? ¿Todo listo? ¿Podemos partir ya?" — exclamó Antony, su euforia chocando violentamente con la ansiedad de los otros dos.
Guardaron las cosas en el maletero. Se subieron al auto. El motor rugió, iniciando su descenso hacia el vacío.
Luego de conducir apenas cinco kilómetros, se toparon con una silueta en el camino: una pareja con mochilas gigantes. Estaban pidiendo aventón. Hector se detuvo por inercia, a pesar de la sensación de que debían seguir conduciendo.
— "¿A dónde van, chicos?" — preguntó.
— "Donde nos dejen. Somos mochileros. Viajamos a pie. Es la forma más hermosa de conocer el paisaje," — respondieron con una sonrisa que no parecía encajar con el ambiente.
— "Vengan, ¡súbanse!" — dijo Hector con una falsa alegría. "Nosotros vamos hasta el próximo pueblo, ojalá les sirva."
El muchacho de la mochila, con un aspecto robusto, casi de leñador forzado, se presentó: "Me llamo Marck, y ella es mi esposa, Tatiana." Una joven flaquísima, rubia, con una mirada demasiado fija.
Marck se inclinó hacia adelante. "¿Se dirigen allá por vistas familiares... o por otros asuntos? He oído cosas terribles de ese pueblo."
Hector se permitió una mueca de misterio que no tranquilizó a nadie. "Nosotros vamos a explorar los misterios de Nortoum, ¡uhuuhu!" Hizo un gesto teatral que Valery cortó con una mirada de "basta ya".
Tatiana sonrió lentamente. "¿Podemos acompañarlos?" Su voz era extrañamente plana. "Nos gusta juntar historias para nuestro futuro hijo... si algún día tenemos."
Valery, desesperada por una aliada, gritó: "¡Sí, por favor! ¡Necesito compañía femenina lejos de estas bestias!"
Hector asintió. "Bueno, entre más gente se una a nuestra expedición, mejor será."