Habitacion numero 34

***

—...Amor? —La voz de Mark se quebró ligeramente, un hilo fino de duda—. ¿Estás realmente segura de querer ir allí?

El silencio se cernió sobre ellos, pesado, solo roto por el crujido de las ruedas en el camino de grava.

—Sabes todo lo que se rumorea de ese sitio —continuó, su mirada clavada en la silueta indefinida del pueblo que se acercaba—. Que la gente es extraña, como si el tiempo se hubiera detenido de forma antinatural. Si es que a eso se le puede llamar vida. Sin contar que no tienen energía eléctrica, ni comunicación, nada...

Tatiana lo miró. En sus ojos, la emoción se mezclaba con una obstinada terquedad, una chispa que desafiaba el miedo.

—Mark, ¿acaso no es esa la esencia de explorar el pais a pie ? —Su tono era bajo, casi un susurro conspirativo—. Descubrir los lugares de los que todos hablan, los que la gente teme. Debemos verlo con nuestros propios ojos. No dejemos que los comentarios de unos pocos nos paralicen. Sí, será rústico, y sí, tiene un pasado frío, lo sé. Pero las décadas pasan, amor.

Valery observó la interacción desde el asiento trasero, una sonrisa tensa en el rostro. Sabía quién marcaba el ritmo en la relacion .

—Y díganme, viajeros... —Valery rompió el tenso intercambio—. ¿Desde cuándo esta obsesión por lo remoto? ¿Desde cuándo esta necesidad de ver la vida así?

Tatiana y Mark cruzaron una mirada. Una sincronía extraña, una historia oculta.

—Seis meses —dijo uno.

—Un mes —contradijo el otro.

—Es... complicado de explicar —concluyeron a la vez, y el silencio volvió a engullirlos. Un silencio lleno de preguntas sin respuesta.

—¡Es aquí! —Antony rompió la atmósfera con un grito forzado, impulsándose desde su asiento como si necesitara escapar del habitáculo.

—¿Y bien? —preguntó, intentando parecer entusiasta mientras miraba a su alrededor, a las casas oscuras—. ¿Por dónde empezamos a... explorar este sitio?

Miró a Héctor, quien, con el ceño fruncido, examinaba nerviosamente el tablero de control.

Valery se estiró para ver qué ocurría y, al percatarse de la aguja, se cubrió el rostro con una mano temblorosa.

—¿En serio, Héctor? —Su voz era un hilo de incredulidad y rabia contenida—. Estuvimos en una gasolinera anoche, y ¿no se te ocurrió cargar el tanque? ¿Solo pensaste en unos panes y bebidas?

Héctor la miró, una mezcla de culpa y asombro en sus facciones.

—Si mal no recuerdo —dijo, su voz rasposa—, sabes muy bien por qué tuve que salir de ahí tan rápido. Si me hubieras acompañado, no habría sucedido lo que sucedió, y no habría olvidado lo más importante. Y dime, Antony, ¿dónde puedo repostar aquí?

Antony se recostó, la cara pálida.

—Amigo, mira por la ventana. La gente aquí solo camina, usan carretas... No hay gasolineras. La más cercana está a dos kilómetros desde mi casa , pero hacia el norte... y estamos muy al sur. Estamos... atrapados viejo, ¿sabes?

En el denso, sofocante silencio, se escuchó un sonido débil, un sorbeteo, seguido de un sollozo ahogado. Valery abrió la puerta con una sacudida violenta.

—¡Eres un estúpido, Héctor! —gritó, antes de desaparecer en la oscuridad creciente.

Héctor la miró, completamente perdido.

—Oye, amigo —Antony se acercó con cautela—. ¿Qué demonios pasó en esa gasolinera?

El peso de la culpa era una losa visible sobre Héctor. Sus hombros se hundieron.

—Oh, mierda. Qué hice... No debí... ¡VALERY! Antony, aparca el auto donde no moleste, por favor. Vuelvo enseguida.

Desesperado, Héctor corrió tras ella, sabiendo que acababa de cometer un error irreparable. Una imprudencia dicha frente a desconocidos, en un lugar donde nadie debía saber de sus debilidades.

—¡Hey, Valery! —la alcanzó, jadeando—. No debí decir eso. No debí hacerte recordar ese suceso. Lo siento, hermana. Sabes que a veces soy un idiota. De verdad, perdóname.

Valery estaba hecha un ovillo, acurrucada detrás de un contenedor de basura, un escondite precario y patético. Lo miró por encima del hombro, y sus ojos estaban llenos de una vulnerabilidad que él rara vez veía.

—Héctor, ese día fue demasiado para mí —murmuró, su voz apenas audible—. Siento mucho miedo. Aparento haberlo superado, pero no. Solo intento hacerme la fuerte, autoconvencerme... De verdad quiero estar bien, pero siento que por mi culpa te están pasando estas cosas. Solo te he traído mala suerte en este viaje. Me sentí tan culpable y despreciada, como si hubiera sido mi error que ese tipo se me acercara y me agarrara el brazo, para... Dios, ¿quién sabe lo que quería hacerme? A veces me siento tan débil... tan sola...

Héctor se agachó. Apoyó la espalda contra el frío metal del contenedor y miró hacia el cielo.

—Escúchame —dijo, su voz recuperando algo de firmeza—. Tú nunca, jamás, has sido un error. Y este viaje... por el momento, es el más jodidamente misterioso y paranormal que he tenido. Jaja. Sabes, fea, me aterra.

Cambió el tema abruptamente, buscando el alivio de la broma.

—Sigo pensando que los cigarros que nos fumamos tenían algo raro, ¿eh? Aún no me explico lo de la anciana. ¿Será solo paranoia de hermanos? ¿O serán los químicos del basurero de donde te recogimos cuando te adoptamos? ¡Jaja, es broma, es broma!

Valery sonrió a pesar de sí misma, sus lágrimas aún frescas.

—¡Ay, Héctor! ¡Intento estar triste y tú me lo arruinas! Jaja. ¿Por qué eres así?




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