Habitacion numero 34

***

Ya, párate y vamos. No quiero pensar que el auto está chocado o dado vuelta al habérselo pasado a Antony para que lo estacione", dijo en tono de risa.

Valery sentía ese peculiar ambiente. No era solo familiar; era inquietante, como si fuera una especie de déjà vu, una advertencia que se negaba a escuchar. Pero no lo tomó en cuenta mientras seguían caminando lentamente, mientras conversaban.

"— ¡Hey, toma!", Héctor alcanzó a agarrar el peculiar objeto antes de que se le cayera. Hizo una pausa tensa y miró a su alrededor. "— Espera un segundo, en este lugar no hay bomba de gasolina, ni luz, ni señal, ¿y tienen cerveza bien fría?"

Antony, con una risa que sonó demasiado despreocupada, contestó: "— Hey, no me mires a mí, fue de Marck la idea".

El robusto hombre los miró con una cara de gracia, pero sus ojos permanecían en sombras. "— Como mochilero no puedo tener mi 'tanque' vacío. Aparte, estas las compré en el pueblo anterior, por eso están así. Es mi forma de agradecer que me trajeron".

Héctor se miró confundido, "— No sé si deberíamos. No tengo dónde dejar el auto y tampoco sé dónde dormiremos ni nada. Y lo peor, no sé si me dé más de un kilómetro el auto por la baja gasolina que le queda".

"— Hey, amigo, recuerda lo que te dije. En este lugar tengo familia. A dos cuadras de acá viven mis tíos, y tienen garaje", la voz de Antony era tranquilizadora, quizás demasiado. "Les pediré si puedes dejar tu auto ahí, y mañana vemos cómo vamos a tratar la forma de cargar gasolina al auto. ¿Qué dices?".

Héctor miró de reojo a Valery: "— ¿Qué piensas, fea?"

En eso, el súbito sonido de una cerveza abriéndose rompió el silencio. "— Por mí no hay problema, estoy bastante estresada para no beberme unas, con la condición de que mañana nos vamos".

"— Trato hecho", afirmaron Héctor y Antony, un acuerdo sellado verbal .

"— Hey, Marck, no se preocupen, desde ahora son mis amigos. No los dejaré acá a la deriva, vamos todos".

Valery, al escuchar que no estarían solos o que pasarían la noche bajo techo, intentó convencerse de que eso la calmaba y que podría darse un descanso. Pero una parte de ella gritaba lo contrario. Todos se subieron al coche felices, riendo como si se hubieran conocido toda la vida. La única que no tenía una muestra de gracia en el rostro era Tatiana; solo miraba por la ventana con un rostro en blanco, una tensión fría que no encajaba.

"— ¿Estás bien?", preguntó con curiosidad Valery, que al mirarla sintió una punzada de alarma.

Tatiana dio un pequeño brinco de asombro, como si estuviera desconectada del mundo: "— Amm, sí, sí estoy bien, disculpa. Solo estaba pensando unas cosas, solamente, pero no te preocupes", e hizo un gesto de sonrisa fingida con los ojos cerrados, una máscara perfecta.

Valery aún se preguntaba por qué, cuando les preguntó cuánto tiempo llevaban por la obsesión de ser mochileros, ambos contestaron de forma que no coincidían el uno con el otro. Eso la tenía con una espina helada en la espalda que no se podía quitar. Justo en aquel momento que le iba a preguntar, Antony da un brinco, rompiendo el momento de lucidez.

"— ¡Es acá! ¡Esa es la casa de mi tío! Y hey, míralo, allá está cortando el pasto. ¡Hey, Tío Andrés!".

Un sujeto alto, muy delgado, con lentes pequeños y circulares, se da vuelta y, ajustando sus lentes, pregunta sorprendido: "— ¿Antony? ¡Mi niño, cómo estás! No esperaba esta sorpresa. ¡Vieja, ven a ver quién llegó! ¿A qué debo tu alegre visita, mi niño, y quiénes son tus amigos?".

"— Oh, disculpa mis modales. Te los presento: el muchacho de acá es Héctor y ella su hermana Valery, y ellos son Marck y Tatiana".

Todos se acercaron para saludar al tío de Antony, el cual estrechó su arrugado brazo tiritón y les dio un apretón a cada uno. "— Mucho gusto, soy Andrés".

"— ¿Qué pasa, viejo?", preguntó una señora de cabello corto y maciza.

"— ¡Antony, corazón de vida! ¿Cómo estás, mi niño?", Héctor y Valery se miraron automáticamente con una mueca de burla en sus rostros.

"— Tío, quería pedirle un favor pequeño. Mis amigos se quedaron sin combustible y no tienen dónde quedarse. Quería ver si nos prestas tu garaje y si podríamos quedarnos por esta noche".

"— ¡Pero por supuesto que pueden quedarse todo lo que quieran! Y claro que pueden usar el garaje. Déjame voy por la llave para abrir el candado".

Mientras el tío de Antony caminaba dentro de la casa en busca de aquella llave, Héctor miró a Antony y le dijo, con una risa silenciosa: "— Gracias, mi niño precioso, corazón mío".

"— Hey, hey, para, viejo, jaja. Ese mismo amor me lo da tu mamá", al cual todos se rieron, un sonido que en ese extraño lugar, Valery sintió que resonaba en el vacío.




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