Habitacion numero 34

***

El miedo ya no era una ráfaga; era una helada que petrificaba a Valery desde adentro, cristalizándole la sangre. Antony, con el rostro sudoroso y los ojos desorbitados, mostraba una desesperación temblorosa, casi la misma que Valery había sentido al romperse la pierna en su 'sueño'. Pero lo que más la aterraba era la humedad glacial que emanaba de Antony, una sensación que no se correspondía con su piel febril.

—¿Qué estás diciendo, Antony? ¿Tatiana? —logró articular Valery, la voz reducida a un graznido—. ¡Si cuando desperté ella estaba durmiendo junto a Marck!

Antony se apresuró a cerrar la puerta del baño con la mayor suavidad posible, pero el clic del pestillo sonó como un disparo en el silencio aplastante.

—Escúchame, Valery. Tienes que creerme. Sé que cuesta creerlo, pero... —susurró Antony, su mirada recorriendo los azulejos como si esperara ver algo reflejado en ellos—. Ella nunca estuvo durmiendo. Estaba... esperando.

Valery sintió el corazón en la garganta. —¿Y cómo sé que no me estás mintiendo y todo esto es una broma macabra?

Una voz, amplificada por la casa, resonó desde el piso de abajo, profunda y desprovista de calor. Era la voz de Héctor, pero debajo, vibraba una segunda frecuencia, gutural, un bajo áspero que hacía temblar el agua del inodoro.

—¡Valery, baja de inmediato o esta vez lo de la pierna no será solo un sueño! —refunfuñó Héctor.

El silencio se transformó en el sonido de él abriendo las habitaciones una a una, pero no con la simple manipulación de un pomo. Eran golpes secos, como si el pomo se hubiera desprendido y él estuviera golpeando la madera con algo pesado para forzar la entrada.al cual antony temía que estuvieran sus tíos

Valery se quedó helada. La agitación, los mareos, las manos sudorosas... No era un ataque de pánico normal. Era la respuesta de su cuerpo a lo irreal. No, otra vez no, por favor, ahora no.

Antony se revisó la mano que sangraba por el ataque de Valery. Abrió el cajón del baño con espejo; en lugar de un reflejo claro, la superficie del espejo era oscura y turbia, como si contuviera agua estancada. Sacó una venda y alcohol.

—... ¡Gualá! Curado. ¿Valery? ¿Estás bien? —su voz era forzada, pero la manera en que desinfectó su herida era demasiado precisa, demasiado calma para el horror que los rodeaba.

La angustia de Valery era física: su corazón pugnaba por salirse de su pecho. Miró a Antony, incapaz de articular palabra, el nudo de terror ahogándola.

—¡Oh, Valery, mierda! ¡Mierda! Recuerda, recuerda... ¡Verdad! Héctor me comentó de tus crisis. Para tu suerte, mi tío sufre de convulsiones... debe tener alguna pastilla, Clonazepam, por acá.

Antony encontró un pequeño paquete. Solo contenía una pastilla, pero la etiqueta estaba rasgada y manchada con algo marrón oscuro. Valery, temblorosa, con lágrimas que corrían como un río en invierno, se la tragó. Al cabo de unos minutos, notó que su cuerpo mejoraba. La angustia se retrajo, pero no desapareció; simplemente fue reemplazada por una claridad fría y brutal.

—Gracias, Anto...

—Shh —la interrumpió Antony, tapándole la boca con un dedo. El lugar estaba tenso, pero lo que escuchaba ahora era un sonido distinto: el roce húmedo de una tela siendo arrastrada por un piso de madera, acercándose lentamente a la escalera.

—Valery, hermana, recuerda: llegamos juntos y nos vamos juntos. Ya le cargué combustible al auto. Vámonos... vámonos... vámonos... —Cada "vámonos" se notaba cómo se distorsionaba la voz de Héctor, volviéndose más lenta, más profunda, como si la frase estuviera siendo grabada al revés.

Valery callada observaba a Antony. Su aura había cambiado. Ya no lo veía como un niño estúpido e infantil. Ahora, lo veía como un hombre y eso era incluso peor, porque ella solo admiraba a su padre.

—Valery, vamos. Por lo que escucho, tu hermano salió de la casa —dijo Antony, su respiración agitada—. Vamos a despertar a mi tío.

Antony y Valery abrieron cada puerta del segundo piso y nada. No había señales de sus tíos. Al bajar, el sonido de Héctor ya no estaba; solo un silencio que dolía.

—¡Mierda! Mis tíos, ¿dónde se meten cuando más los necesitas?

—¿Quién anda ahí? —Una voz inesperada. Antony y Valery quedaron cegados por una lámpara improvisada: una vela flanqueada por trozos de espejos rotos que refractaban la luz de forma errática.

—¿Don Juan? ¿Es usted? —Antony lo miraba como si fuera su salvador, pero el vecino tenía el rostro pálido y los ojos vidriosos, como si no hubiera parpadeado en horas.

—¿Antony? Pero ¿qué haces acá? ¿Qué es todo este ruido? Pensé que tus tíos aún seguían de visita donde tu prima. Ella los vino a buscar hace dos días. Me dijo que estaría allá una semana.

Ambos jóvenes se miraron a la cara como si hubieran visto un fantasma, pero para Valery, el terror era diferente: ella dudaba de si realmente había visto a esos tíos dos días atrás, o si esa memoria había sido implantada.

—Es imposible. Ellos estaban con nosotros hoy, nos recibieron, nos dieron de comer y beber...

—Ams, Antony, te vi llegar. No había nadie. Ustedes ya me están asustando, ¿saben? ¿Tu tío sabe que están en su casa?

En ese momento de tensión, se escuchaba a Héctor acercarse. Se escuchaba el sonido de un hacha rasgando la pared exterior, moviéndose en un patrón lento y deliberado, cada golpe resonando como una campana de ejecución. Antony apagó la lámpara improvisada del vecino.

—Hermana, sé que estás por acá. Ella no quiere que corras.

El silencio se rompió con un hachazo a la puerta del baño, un hachazo que venía desde adentro de la casa.

—¡VALERY!

Todos se miraron como si fuera el fin del mundo.

—Hey, jóvenes, no sé qué hicieron, pero ustedes se las arreglan. Soy muy viejo para estas cosas —Antony y Valery vieron cómo el vecino se iba, caminando hacia su casa ,oscura con un paso demasiado tranquilo para alguien que huía del peligro.




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