Valery lo miró. Cinco segundos de horror mudo, donde el rostro de Antony se distorsionó por el miedo que ella misma sentía. Luego, Valery vomitó. El ácido gástrico quemó su garganta, pero el terror puro superó la náusea.
—El bosque... el bosque es donde las cosas que no existen, se vuelven... reales —repitió Valery con voz hueca, el efecto calmante del Clonazepam ya pasado, sustituido por una lucidez gélida y la certeza de que estaban cazados. Su mente trabajaba con una claridad aterradora.
Se giró hacia Antony, sus ojos fijos no en su cara, sino en la herida superficial de su mano que ya había desinfectado con una precisión inquietante. La herida era solo un rasguño, pero Valery la veía como una fisura en su piel, una invitación abierta a algo que no tenía forma.
—Lo siento por eso, fue una reacción del momento. Entiéndeme, por favor.
Antony se volteó a mirarla con una ceja levantada, pero su sonrisa era forzada, tensa en los bordes.
—¿No tendrás alguna enfermedad? ¿Como la rabia? —dijo en tono de broma, una broma que se sintió pesada, peligrosa.
Valery se quedó mirando sus pies por tres minutos aproximadamente, mientras el silencio se hacía más denso, más opresivo. Un grito ahogado, casi un graznido arrancado de su pecho, acompañado de una posición fetal, incomodó a Antony, el cual no sabía qué sucedía. Era la primera mujer con la que tenía un contacto tan cercano. En su mente pensaba: "Recuerda esa revista para conquistar chicas". Le dio tres palmaditas en la espalda, sintiendo la columna de ella fría y rígida bajo su mano, y le preguntó cuál era su libro favorito, no era el lugar ni el momento indicado .valery lo miro incredula esperaba de todo menos eso ,menos en ese ambiente , pero por alguna razon eso logro que dejara de llorar.
—¿Antony, es en serio? Esa revista no funciona con las chicas —terminó con una risa coqueta, que sonó quebrada mientras se limpiaba las lagrimas , al borde de la histeria, al ver que Antony se encogía de hombros, avergonzado.
Valery se hizo la desentendida, como si jamás la hubiera leído.
—Amm, jajá, lo digo porque Héctor las lee —por dentro, ella sabía que era fiel seguidora de esa tal revista—. Ya vámonos y deja de ser un estúpido.
—Tienes razón, vámonos —dijo Antony, recogiendo la linterna de Don Juan que había caído en el suelo polvoriento, e hizo lo imposible para encenderla. estaba pegajoso, como si estuviera cubierto de sudor seco o algo peor. Valery lo miraba, sin parpadear.
Valery sacó un encendedor de su bolsillo y lo prendió. La pequeña llama bailó, arrojando sombras que se movían con una vida propia.
—¿Sabes, Valery? Quiero mucho a tu hermano, pero no quiero morir. Me duele que tu hermano esté así, la verdad. Siento su presencia en el aire. Es un peso. No quiero que me corte.
Valery se limitó a poner los ojos en blanco, pero tomó la delantera. Antony cortaba la oscuridad de la antigua casa con la linterna, revelando el musgo espeso que trepaba por las paredes interiores y las vigas podridas del techo como si la casa cual vieron de dia desaparecido y pusieron esta en su remplazo . El silencio era tan denso que casi podían olerlo: un hedor a moho, a carne olvidada y a óxido, una mezcla que se adhería a su piel y a su ropa. El ambiente le daba más ansiedad.
—Valery, deberíamos ir al bosque y no volver a la casa. Esta casa está respirando. Me da un mal presentimiento.
Valery, cegada por la ansiedad de saber qué había pasado con su hermano, quería encontrar respuestas. Por ejemplo: si Don Andrés no estaba allí, ¿fue una ilusión o un injerto en su mente? ¿Cómo fue que ella vio ese trozo de diario, lo guardó, y luego lo encontró en su pantalón? Las preguntas no eran sobre la lógica, sino sobre su propia cordura. Eran preguntas que ella necesitaba responder.
Mientras cruzaban el vestíbulo hacia la puerta principal (o lo que quedaba de ella), Valery se detuvo abruptamente. El aire se volvió frío de golpe, como si una nevera se hubiera abierto sobre sus cabezas. Su espalda se tensó y su cabeza giró lentamente hacia un pasillo lateral, oscuro como la boca de un lobo. No, como una garganta abierta, húmeda y receptiva.
—¿Qué pasa? —susurró Antony, sosteniendo la linterna. Su voz era solo un escape de aire forzado.
Valery levantó una mano, pidiendo silencio absoluto. Su respiración se aceleró y su mirada se tornó vidriosa, como si estuviera viendo algo que él no podía percibir, algo proyectado directamente en la fina membrana de su retina.
Se había olvidado completamente de que Héctor, o bueno, lo que trataba de ser él, estaba dentro de esa casa. Debía de ser el efecto sedante de la pastilla que tomó en aquel baño. El hombre estaba mirando hacia la nada con una respiración agitada, tan ruidosa que parecía que intentaba inhalar el polvo y el moho de las paredes. Valery, con los ojos llorosos, quería abrazarlo y decirle que todo estaba bien.
Era su hermano, su ser más querido, a tal nivel que ella pensaba que lo amaba más que a papá y a mamá.
Avanzó solo medio metro hasta que Antony la sostuvo del brazo, sus dedos hundiéndose en su piel con una fuerza que dolía, pero que la anclaba. Le hizo un signo de silencio y, en voz baja, le dijo:
—Recuerda, él no es Héctor. Es solo una carcasa. Una cosa que se parece a él.
Trataron de subir al segundo piso. Antony venía detrás de Valery cuando, de repente, Valery sintió un cosquilleo en todo su ser, como si miles de patas de insecto recorrieran su espalda bajo la ropa. Cosa que ignoró. Mientras ambos caminaban lentamente, sintió un empujón en el pecho, brutal, sólido, pero al mirar no había nadie. Al mirar hacia atrás, solo vio a Antony, que venía cual soldado de sigilo tras la guerra, con la misma cara y el mismo entusiasmo . Valery notó algo que la heló: un rastro casi invisible de sangre que seguía el borde de su suela, y sus ojos estaban demasiado abiertos, sin pestañear.