Toda su atención estaba clavada en aquel objeto obsceno. Al enfocar la vista, el estómago le dio un vuelco: esa pequeña esfera era el ojo de cristal de una muñeca que Héctor le había regalado cuando apenas tenía diez años. El aire se volvió repentinamente gélido cuando el ojo, húmedo y demasiado realista, cobró vida propia. Giró lentamente en su cuenca invisible hasta fijarse directamente en Valery y, con un sonido viscoso, parpadeó.
El corazón de Valery parecía que iba a explotar contra sus costillas, amenazando con romperlas de tan rápido que latía. . El ojo comenzó a elevarse, levitando en una atmósfera cargada de estática. A su alrededor, el horror tomó forma. Fragmentos rotos de muñeca, cubiertos de una sustancia oscura y coagulada que parecía sangre vieja, emergieron de las sombras. Era una fusión grotesca de plástico derretido y algo que se asemejaba terriblemente a piel humana, uniéndose con chasquidos húmedos y crujidos de huesos para formar una abominación de tamaño descomunal. Aquella cosa era mucho más grande que cualquier humano. En la mente paralizada de Valery solo había espacio para un instinto primario:
Correr.
Impulsada por el terror puro, Valery corrió a ciegas. Sus ojos se fijaron en una única esperanza: una habitación iluminada al final del pasillo, una luz moribunda que parecía retroceder burlonamente cada vez que ella intentaba acercarse.
Detrás de ella, el infierno la perseguía. La criatura era una pesadilla extraída de la mente de un loco: una muñeca gigantesca de extremidades dislocadas y demasiado largas, que dejaban un rastro de fluidos oscuros al arrastrarse. Sus piernas estaban abiertas en un ángulo antinatural, obsceno, como en un parto monstruoso.
La voz que la perseguía no era humana; era una grabación infantil distorsionada, rota por estática y guturales sonidos de ultratumba que revolvían las entrañas de Valery:
— Valery... ¿acaso ya no soy tu amiga? ¿Por qué no quieres jugar conmigo?
Valery cerraba los ojos mientras sus piernas ardían, rezando para que su mente quebrada le estuviera jugando una mala pasada. Pero el sonido de los pasos pesados y arrastrados detrás de ella era demasiado real. Cuanto más corría, la puerta de luz más se alejaba, como en una broma sádica. Al no encontrar salida en ese laberinto de locura, se lanzó hacia un pasillo lateral sumido en tinieblas. En aquel manicomio hediondo a podredumbre y antiséptico, vio una vieja caja de madera y se arrastró dentro, tapándose la boca con ambas manos hasta hacerse daño para ahogar sus sollozos.
— Valery, amiga... sé que estás temblando por aquí...
La voz infantil se degradaba con cada palabra, volviéndose una resonancia grave, profunda, el sonido de la tierra cayendo sobre un ataúd.
— Puedo oler tu terror. Es delicioso.
La criatura comenzó a destrozar el lugar. Mesas volcadas con violencia, cristales rotos. Valery, en posición fetal, se tapaba los oídos y cerraba los ojos, deseando desaparecer. Los ruidos cesaron abruptamente. Un silencio sepulcral cayó sobre la habitación. Pasó un minuto eterno. Creyendo que el peligro se había alejado, abrió los ojos lentamente.
Ahí estaba.
A través de una rendija en la madera, un ojo gigantesco y muerto la miraba fijamente a menos de un metro. La respiración pútrida de la muñeca se filtraba en la caja. Estaba cara a cara con la muerte.
Valery soltó un grito desgarrador, una explosión de pánico, y pateó con todas sus fuerzas hacia la cara de porcelana agrietada.
— ¡Valery, solo quiero jugar! —aulló la cosa con furia.
Aprovechando el momento de confusión, Valery salió a trompicones y reanudó su huida desesperada. Sentía que estaba atrapada en un bucle de pesadilla. Su cuerpo estaba al límite, su mente fracturada. El pasillo parecía ahora infinito, oscura iluminada solo por ampolletas viejas que parpadeaban frenéticamente, mostrando destellos de sombras que parecían moverse en las paredes.
— Ya no tengo escapatoria —jadeó Valery, con el sabor metálico de la sangre en su boca de tanto correr.
En ese instante, una mano robusta y fría emergió de la nada, agarrándola con violencia y arrastrándola hacia el interior de un armario mohoso. La mano le tapó la boca con fuerza brutal mientras un dedo índice le hacía un gesto perentorio de silencio. La figura señaló hacia el pasillo a través de una rendija de la puerta: la muñeca pasaba justo enfrente, su silueta deforme recortada por las luces parpadeantes, gritando el nombre de Valery con una voz que hacía vibrar el suelo.
Cuando la abominación siguió su camino, dejando atrás un olor a muerte, Valery miró a su captor con ojos desorbitados. La tenue luz reveló un rostro familiar pero demacrado por el terror.
— ¡Ma... ma... Marck! —el susurro de Valery fue un gemido estrangulado al ver a alguien conocido en ese infierno. — Pero, ¿cómo es esto posible? ¿Cómo demonios estás tú acá?
Marck la miró con una mezcla de alivio desesperado y miedo profundo. La abrazó con fuerza, temblando. Valery, incapaz de procesarlo, se derrumbó entre lágrimas histéricas y risas nerviosas en sus brazos.
— Valery, escúchame bien, esto no es un sueño —susurró Marck con urgencia, sus ojos inyectados en sangre—. Es una especie de limbo, un matadero espiritual. Estamos atrapados entre los vivos y los muertos, por lo que he podido ver. Pero la diferencia es que tú todavía puedes salir de aquí, misteriosamente no se que conexión tienes con este sitio pero si logras despertar esto será como una mala pesadilla no se como logras ni como le ases .
Marck se quedo en silencio unos segundo luego con una respiración lenta -- Tatiana... ella lo sabía todo. Cuando les pedimos aventón, nosotros ya habíamos estado cuatro veces en este pueblo maldito. --
—Somos investigadores de lo oculto, pero la última vez que vinimos, algo se le pegó a ella. Algo oscuro. Se comportaba de forma extraña, inhumana. Cuando vimos su auto, me obligó a decirles que éramos mochileros. Yo le seguí la corriente por miedo, porque nadie quiere venir a este lugar, ¡pero ustedes cayeron en la trampa perfecta!