Habitacion numero 34

***

Antes de que ella pudiera siquiera abrir la boca, Marck ya le escupía la respuesta a su duda agonizante, con los ojos desorbitados por el pánico:

— Valery, lo vi... vi el momento exacto en que nuestras almas fueron arrancadas. Nuestros cuerpos quedaron atrás como envases de carne fría, marionetas grotescas sin dueño. Vi cómo la realidad se derretía, distorsionándose en formas imposibles. Corrí a ciegas, pero los alaridos de Héctor taladraron mi cerebro; sonaba como si algo lo estuviera devorando vivo, arrastrándolo hacia la oscuridad eterna. Fui un cobarde, no miré atrás, solo corrí mientras sentía el aliento de esa cosa en mi nuca. Lo que habita aquí no es humano, Valery. Al colapsar, comprendí que esto es una pesadilla lúcida, un infierno personal donde las paredes sangran lamentos y susurran tu nombre con hambre. Solo quiero huir, pero tú... tú eres la anomalía. Tatiana nos advirtió que "esas cosas" temen a una chica capaz de "despertar", una intrusa que podría rasgar el velo. Tenían que matarte para evitarlo. No sabía qué buscaban, pero ahora lo sé con horror: eras tú. Quizás tú seas lo único real en este delirio, o quizás seas otro producto de mi mente quebrada... ya no lo sé.

Antes de que Valery pudiera responder, un grito inhumano desgarró el aire; era la voz de Héctor, pero retorcida por un dolor infinito. Valery y Marck intercambiaron una mirada de espanto puro. Guiada por los aullidos, Valery caminó durante veinte minutos que parecieron siglos a través de pasillos que palpitaban como órganos vivos. Lo que encontró heló su sangre: Héctor estaba tras unos barrotes oxidados, encadenado como una bestia.

Estaba desnudo, con la piel pálida y amoratada. Sus ojos no tenían pupilas, eran dos esferas blancas vueltas hacia el interior de su cráneo. Valery gritó su nombre, golpeando los barrotes, pero la cosa que ocupaba el cuerpo de su hermano no respondió; estaba en un trance catatónico, emitiendo gorgoteos guturales y chillidos de agonía, babeando una espuma densa.

Valery cayó de rodillas, ahogada en llanto: — ¡Héctor! ¡Dios mío! ¿Qué te han hecho? ¡Es mi culpa, maldita sea! No debi confiar en esa perra —. Al girarse, vio a Marck llorando en silencio, con una expresión de locura y santidad mezcladas. Empuñaba un garrote pesado con ambas manos, mirándola con una euforia siniestra. — Perdóname, Valery... pero esta es la única salida. Si te reviento el cráneo aquí, despertarás en la luz. Encuentra el manicomio, allí es donde el alma de Tatiana se pudrió. Allí está la maldita respuesta.

Valery soltó un alarido de terror puro al ver el madero descender hacia su rostro. El impacto fue brutal. Sintió el crujido húmedo de su propio cráneo cediendo, la sangre caliente bañándole los ojos, y vio fragmentos de su propia piel y hueso estallar en el aire antes de que todo se volviera negro.

— ¡Niña! ¡Respira, por el amor de Dios!

Valery despertó con un grito que pareció desgarrarle la garganta, incorporándose en la cama con una bocanada de aire desesperada, como quien emerge de una tumba bajo el agua. Lo primero que enfocaron sus ojos fue el rostro pálido de Don Juan. — Creí que te perdía... estuviste convulsionando , arqueando la espalda como si algo quisiera partirte en dos. Escuché ruidos infernales en la casa, volví con la escopeta cargada y te encontré ahí, retorciéndote en el suelo con los ojos en blanco.

Valery, con el rostro bañado en sudor frío y lágrimas, no sabía si estaba viva o si el infierno simplemente había cambiado de forma. La línea entre la realidad y la locura se había borrado. De repente, la voz trémula de una mujer rompió la tensión, haciéndola sentir pequeña e indefensa ante el horror que la rodeaba.

— Amor... se activó la trampa del patio... la que pusiste para el perro que mataba las gallinas.

Don Juan y su esposa intercambiaron susurros cargados de miedo. Tras unos minutos eternos, el anciano llamó a Valery a la ventana. Lo que vio afuera hizo que deseara estar ciega.

Ahí, bajo la luz mortecina de la luna, estaba Héctor. O algo que vestía la piel de Héctor. Estaba atrapado en una trampa brutal para coyotes, un pozo de dos metros con hierros oxidados. Su voz no era humana; era el rugido de un demonio atrapado. Maldecía en lenguas extrañas, con una ira antigua. Cuanto más luchaba, más se destrozaba a sí mismo; los alambres de púas y los pinchos, diseñados para no dejar salir a la presa, arrancaban tiras de carne y músculo cada vez que se movía, exponiendo su piel.

Valery miró al fondo del pozo. La criatura la miró de vuelta. Esos ojos... no eran los de su hermano. Era una marioneta vacía ocupada por algo oscuro. Valery sintió náuseas y terror, pero sobre todo, una rabia volcánica. Juró sobre su propia vida que sacaría a su hermano de ese tormento, aunque tuviera que descender al mismo infierno.

Temblando, metió la mano en su bolsillo trasero y sus dedos rozaron el cuero frío de aquel diario que había olvidado en su pánico anterior. Lo abrió con manos torpes, sacudiendo el polvo de cementerio de sus páginas, y leyó con el corazón martilleando en sus oídos:

"Tras la desaparición inexplicable del director de la escuela de Nortoum, la institución cierra sus puertas tras décadas de educación . Los niños desaparecidos jamás fueron hallados. La gente del pueblo, enloquecida, se agolpa fuera del hospital psiquiátrico, jurando escuchar los gritos desgarradores de sus hijos emanando de las paredes del recinto por las noches. El director del manicomio se negó a hablar ante la turba que vandalizaba los portones con fuego y odio. Acorralado por la presión y los horrores que solo él conocía, testigos afirman que se voló la cabeza en su oficina. tras la presión del pueblo ,Sus últimas palabras dichas por testigos fueron 'Su mente es demasiado débil para comprender la abominación que está por ocurrir'."




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.