El arrastre cesó con un golpe sordo, y Valery fue depositada sobre una superficie que se sentía extrañamente sólida y fría, muy diferente a la tierra del bosque. La bota se detuvo a su lado. Era una bota de trabajo gruesa, de cuero desgastado. Logró levantar la cabeza, a pesar de la punzada de dolor que le recorrió el cuello.
Lo primero que notó fue el olor, un hedor penetrante y clínico a amoníaco y lejía barata, que intentaba enmascarar la fetidez de la decadencia orgánica y el desinfectante quirúrgico.
La silueta que la había arrastrado finalmente se hizo tangible. Era un hombre macizo, vestido con un uniforme de cazador sucio y holgado, con la tela áspera en el cuello y los puños. Su rostro estaba hundido, cubierto por una barba de tres días y unos ojos que parecían no verla a ella, sino algo detrás. Tenía la expresión distante y apagada de alguien que ha visto lo suficiente como para haber perdido el concepto de sorpresa.
—Toma, bebe esto, te hará sentir mejor —habló el hombre con una voz áspera y gruesa.
Valery, aún mareada, hizo todo el esfuerzo posible para ponerse de pie.
—¡Hey, toma! Siéntate en esta silla.
Valery tomó el brebaje amargo con gusto a plantas.
—¡Puaj! ¿Qué es esto? ¡Está horrible!
El sujeto la miró con una mueca de risa. —¿Qué esperabas? ¿Té de manzanilla?
—¿Qué es esto, dónde estoy y quién es usted? —Valery preguntó, sobándose la cabeza como si hubiera bebido toda la noche.
—Me llamo Gregory —dijo mientras se servía un vaso de whisky.— Te puedo preguntar, ¿Qué hacías tú sola en ese bosque? ¿No sabes que es peligroso ir para allá sin protección? En ese lugar hay una especie de abertura en el suelo que emana un gas que corta el oxígeno del aire y causa alucinaciones, desmayos o, peor aún, la misma muerte. Tienes suerte de que estuviera cerca en ese momento.
Valery se quedó en blanco y callada con lo que le dijo aquel hombre, preguntándose si lo que vio en el bosque solo eran alucinaciones causadas por ese gas. ¿Era Tatiana, o solo una alucinación?
—Y cuéntame, joven, ¿Qué te trae por acá? Creo que jamás te he visto. Bueno, no es que conozca a toda la gente; prefiero quedarme aquí en vez de ir a ese pueblo. La gente es... más, cómo decirlo... rara.
—Ams... Me dirijo al manicomio de este lugar —dijo Valery en voz baja, como si hubiera dicho algo malo.
Gregory se quedó quieto y dejó el vaso lentamente en la mesa, mirándola con unos ojos profundos.
—¿Para qué quieres dirigirte a ese lugar? Ese no es sitio para una joven, es un lugar peligroso. Ni siquiera a mí me gusta acercarme allí.
—Tengo una gran excusa y propósito para dirigirme allá. Es muy importante para mí ir.
Gregory la miró con la intriga de lo que realmente quería hacer Valery en ese manicomio, un sitio al que él jamás se acercaría ni en sus peores pesadillas, a menos que fuera por un buen propósito.
—Joven, piénsalo bien. Es un lugar donde no querrías estar. ¿Cuál es tu propósito?
Antes de que Valery pudiera articular una respuesta, un golpe demoledor sacudió la pared contigua, seguido por el chirrido gutural de hierro oxidado y cadenas siendo arrastradas con una violencia enfermiza. Valery dio un brinco convulso, la silla raspó el suelo como un lamento, y miró a Gregory con un rostro pálido y sudoroso, la viva imagen de quien ha visto abrirse un abismo.
—Ams... No te preocupes por eso. Es solo... un sujeto que atrapé ayer. Lo encontré devorando uno de mis corderos cerca del linde del bosque. Y lo peor —la voz de Gregory se hizo un susurro áspero y perturbador—, es que no lo había sacrificado. Se lo estaba comiendo vivo, trozo a trozo. Aún delibero qué hacer con él; esa clase de depravación no es normal.
Los golpes se intensificaron, convirtiéndose en una embestida rítmica y frenética contra la madera. Ambos se giraron, hipnotizados por la pared vibrante de la habitación sellada.
—¡Valery, estás aquí! Puedo olerte, perra. Sabía que te encontraría en algún momento —La voz no era solo grave; era un ronquido cavernoso, una vibración inhumana que laceraba el aire.
Los forcejeos de las cadenas se volvieron un sonido metálico y desesperado, un crescendo de furia bruta. Gregory ladeó la cabeza, su expresión de curioso se deslizó hacia algo más oscuro.
—¿Conoces a esa cosa?
Valery negó con la cabeza histéricamente, el terror estrangulándole el aliento. Tartamudeó que no, que estaba sola cuando entro en el bosque.
—Valery, te siento. Sé que estás justo ahí. Tu olor al miedo es delicioso, puedo saborearlo...
El forcejeo cesó de golpe. Un silencio denso y frío, cargado de promesa de horror, se extendió por tres segundos eternos.
Luego, la puerta explotó.
No se abrió; fue hecha añicos. Una figura gigantesca y deforme irrumpió a través de la abertura rota, emitiendo un grito primario, un chillido de ultratumba que pareció arrancar el alma de las vigas del techo. Su cuerpo, estaba empapado en sangre —tanto suya como ajena—, y trozos de madera astillada se habían incrustado en su carne viva durante su huida. Los restos de las cadenas pendían de sus muñecas, terminando en muñones destrozados.
—¡¿Mark?! ¡Mierda, no puede ser posible!
El rostro cubierto de mugre y sangre, Mark se volteó lentamente hacia Valery. Una sonrisa amplia y horrible, cubierta de una capa pegajosa de sangre reseca, se dibujó en sus labios mientras la voz que salió de él no era la suya, sino un chillido reptil y resonante:
—Hola, Valery. ¿Me extrañaste?