Habitacion numero 34

***

La criatura, usando la cáscara del desaparecido Mark, se lanzó hacia Valery, un torbellino de carne destrozada y furia. Valery cerró los ojos, preparándose para el impacto, con el grito atorado en su garganta.

Pero el impacto nunca llegó.

En su lugar, se escuchó un CRUNCH seco y húmedo, como si se hubiera roto una fruta madura. Valery abrió los ojos.

Gregory no había huido. Estaba justo frente a ella, interpuesto, pero no usando un arma de fuego. En su mano, el hombre sostenía la botella de whisky que se había estado sirviendo. El vidrio, grueso y pesado, se había roto contra la sien de Mark.

La criatura se tambaleó, gimiendo; su avance fue frenado por un chorro de whisky y sangre que le empapó el lado del rostro. Gregory no dudó. Agarró uno de los trozos de vidrio roto del cuello de la botella, ahora un arma improvisada, y con una velocidad sorprendente para su constitución, lo hundió en el hombro de Mark.

—¡No! ¡No la tocarás! —rugió Gregory. Su voz ya no era la del cazador, sino la de un protector feroz, casi paternal.

La criatura chilló de dolor, un sonido tan alto que el cristal de las ventanas vibró. Dio un manotazo ciego que pasó a centímetros de la cabeza de Gregory, quien aprovechó el tambaleo para patear la pierna de Mark con la pesada bota de trabajo. Mark cayó de espaldas.

—¡La puerta trasera! —le gritó Gregory a Valery sin mirarla—. ¡Muévete, ahora!

Valery, saliendo de su parálisis, corrió hacia la puerta trasera que Gregory señaló. Mientras la alcanzaba, no pudo evitar mirar hacia atrás.

Gregory estaba ahora encima de Mark, forcejeando. El hombre tenía una fuerza brutal y desesperada. La criatura se estaba retorciendo, tratando de morderlo. En la lucha, la camisa de Gregory se rasgó en el cuello, revelando un collar de metal opaco, ceñido a su piel, con extrañas inscripciones grabadas y una pequeña foto. El collar brilló débilmente bajo la luz de una bombilla colgante.

Valery se detuvo de golpe. El aire se había vuelto denso y frío, como si la vida misma se estuviera drenando de la cabaña. No podía dejar a Gregory solo, no en ese lugar menos con Mark, cuya sonrisa sádica era más aterradora que cualquier bestia.

Tenía que actuar, y rápido. Giró la cabeza frenéticamente, sus ojos buscando algo, cualquier cosa, que pudiera inclinar la balanza en ese juego macabro.

Entonces la vio: una gruesa cadena de acero, colgando de un brazo oxidado que se alzaba sobre ellos. No era una grúa cualquiera; era la herramienta de Gregory, una máquina de carnicero que él usaba para alzar y colgar a sus presas... las que cazaba en el bosque. Y las otras. Estaba conectada a una especie de generador electrico a base de gazolina

Una punzada de asco y desesperación le dio la fuerza necesaria. Corrió hacia el panel sucio de la máquina, con el olor a sangre vieja y tierra húmeda quemándole las fosas nasales. Agarró la cadena, sintiendo el metal helado y pegajoso bajo sus dedos, y la lanzó con toda la rabia acumulada.

El lazo de metal se cerró sobre el cuello de Mark con un sonido seco y brutal.

Sin mirar atrás, Valery golpeó el interruptor polvoriento. Los motores viejos tosieron, y la grúa cobró vida con un chirrido insoportable que rasgó el silencio. La cadena se tensó.

Mark fue arrastrado por el suelo de tablas astilladas hasta que el motor se detuvo con un golpe seco y quedó suspendido. Sus pies pataleaban desesperadamente en el vacío, buscando un soporte que no existía. No emitía un grito, solo un gorgoteo ahogado que era aún más horrible, el sonido del aire volviendo a ser propiedad de la máquina.

Valery observó, con el corazón latiéndole como un tambor frenético. Los ojos de Mark estaban inyectados en sangre, mirándola con una mezcla de furia agonizante y súplica silenciosa. Ella no se atrevía a moverse, a respirar, viendo cómo la silueta colgada se mecía lentamente, el cuerpo entero forcejeando en una danza grotesca, esperando el momento en que la oscuridad final se lo llevara... o cuando la cadena fallara.

Gregory tomó a Valery de la mano y corrieron sin mirar atrás.

—Sea lo que haya sido eso, merezco una buena explicación —dijo Gregory, mirando a Valery con una mirada fría.

Después de correr un buen rato por el camino de tierra, se detuvieron debajo de un árbol a descansar.

Valery aún no podía procesar lo que estaba ocurriendo en ese lugar y en ese momento.

— hey, niña, ¿acaso solo te quedarás callada o me responderás qué mierda fue eso? —insistió Gregory.

Valery no sabía si podía confiar en él o en algún ser humano de ese maldito pueblo.

—Prométeme que no creerás que estoy loca —pidió Valery.

Mientras se sentaban y descansaban después del largo susto que ambos vivieron en el domicilio de Gregory, Valery le contó de principio a fin todo lo que le había ocurrido, lo de su hermano Héctor y lo de sus conocidos en aquel viaje. Le explicó lo de Mark y lo que, en teoría, le ocurría.

En ese momento, Gregory se apoyó en una roca. Su cara se transformó en un vacío existencial.

—Valery, ¿sabes por qué no me gusta hablar de tal manicomio? Cuando se perdieron aquellos niños, mi pequeña hija estaba con ellos. Ella estaba feliz, era su primer día de escuela y estaba emocionada de hacer amiguitos. Éramos nuevos en este pueblo de mierda. Cuando ella desapareció, no lo podía creer. Fui uno de los padres que quería entrar a ese estúpido manicomio y buscar a mi hija, pero jamás encontramos nada. Ese lugar guarda secretos muy grandes. No dejo de maldecir cada día de mi vida haber venido a vivir acá —dijo Gregory con una lágrima en su cara.

Se sacó aquel collar que colgaba de su cuello, lo besó y lo abrió.

—¿Sabes qué? Me recuerdas mucho a ella, a María. Era la niña más linda del mundo —dijo Gregory, y al pronunciar el nombre, su voz se quebró con una dulzura dolorosa, teñida de un anhelo que parecía consumirle.

Valery, al mirar la fotografía dentro del relicario, se quedó completamente muda. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, desde la cabeza hasta los pies. María, la hija de Gregory, era idéntica a Valery cuando ella tenía nueve años; era como si hubieran sido gemelas separadas. La similitud era impactante, especialmente considerando la evidente diferencia en el tiempo. Valery se quedó sin palabras, incapaz de articular un pensamiento o una respuesta. Quedó sumida en un silencio absoluto.




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