Su hermano yacía arrodillado mientras era torturado por Lenox y Max. Su rostro deformado era como ver un reflejo de sí mismo, de su verdadero yo.
Deimos miraba a Atlas fijamente con una pequeña sonrisa, el pelirrojo no sabía el porqué su mirada le erizaba la piel. No sabía con exactitud lo que estaba sucediendo en el maldito pueblo, pensó que al ya no estar su familia todo iría bien, pero al parecer sus padres y los habitantes tenían secretos profundos que no eran posible ocultar. En este momento debía ser inteligente, pues algo le decía que su pellejo estaba en juego.
— Ven— le dijo a Deimos mientras salía de aquel hueco en la pared hacia la sala.
Cuando ambos estuvieron en la sala Atlas pensó muy bien en cómo decir lo que quería sin que su cuello peligrara. El peliblanco lo miraba con una sonrisa que lo ponía incómodo, no sabía si era porque él ya conocía su verdadera naturaleza o simplemente era algo más.
— ¿Para qué me llamaste?— su sonrisa se ensanchó — pensé que estabas disfrutando del show
Atlas simplemente guardo silencio, suspiró y habló rápidamente queriendo terminar con todo de una vez.
— Me iré del pueblo.
La sonrisa de Deimos se desvaneció dando paso a una oscura mirada. La piel de Atlas se erizó alertando del inminente peligro.
— ¿Qué?— murmuró lentamente
Atlas tragó saliva tratando de tranquilizar sus nervios.
— Me iré — repitió
Deimos no dijo nada, hasta que finalmente comenzó a reír a carcajadas aterrorizando a Atlas.
— No te puedes ir sin mi permiso — su risa cesó — a menos que te vayas sin vida en tu cuerpo
Altlas contuvo su respiración, fue cuando la puerta sonó que el pelirrojo pudo escapar de aquel aterrador momento. Una vez abrió la puerta un Leo nervioso se encontraba al otro lado.
— Hola— murmuró — solo venía a preguntarte si vas a ir al festival
Altlas recordó aquellas pancartas y se preguntó por la repentina celebración.
— Será la próxima semana ¿no?
— No, la fecha cambió, será mañana
Atlas no tenía ganas de ir, y cuando se iba a negar Leo lo interrumpió
— Tengo algo importante que decirte, y lo haré en el festival
Atlas lo miró extrañado. Leo se comportaba muy raro, pero sentía como Deimos lo miraba fijamente desde atrás por lo que suspiró y respondió
— Te veré en el festival
Cerró la puerta y se giró enfrentando a un Deimos cabreado.
— ¿Solo porque ese imbecil te invitó a salir ahora no te irás?
Atlas no respondió, se encontraba intimidado. Deimos se acercó y acarició suavemente el cabello del pelirrojo.
— Tengo muchos planes para ti— susurró — y en ninguno está dejar que alguien más te tenga.
Atlas se estremeció al sentir su cuerpo tan cerca, pero su cerebro gritaba el peligro que tenía frente a él. Su lucha interna se desataba mientras su cuerpo se estremecia por el toque del peliblanco.
Cuando sintió su boca deslizarse por su cuello y morder ligeramente tembló de miedo.
— No me iré — susurró débilmente
Deimos río gravemente en el hueco de su cuello.
— Solo te puedes ir conmigo.
Y después de eso todo se volvió negro
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Había dejado pasar muchas cosas raras del pueblo por sus pocas ganas de ahondar en aquel mugroso lugar. Tiempo atrás no le daba curiosidad, hasta que se dio cuenta de que tal vez su vida estaba en juego.
Todas esas cosas que había dejado pasar por alto estaban volviendo a su cabeza. El abuelo de Leo, el anciano de la cruz de madera, sus padres y el investigador. Todo eso carcomida su cabeza en una ansiedad incontrolable. Miró a su alrededor y se hallaba acostado en su cama con Deimos a su lado.
¿Por qué siempre perdía el conocimiento?
Deimos se removió hasta que sus ojos color carmín lo miraron, sonrió ligeramente para después murmurar
— El hambre me está matando.
Sus ojos se encontraron llenos de lujuria, aquella que solo podía ser proporcionada a través de la adrenalina del peligro y la muerte. Ambos mordieron y chuparon la piel del otro, y Atlas dió rienda suelta a su obsesión, aquella que ya no iba dirigida hacia Leo si no hacia el hombre frente a él.
— Mañana sabrás todo— dijo el peliblanco entre jadeos— no importa qué pase, tú serás mío.
Sus palabras solo avivaron el fuego que ambos sentían. Si el infierno se sentía así a Atlas no le importaría visitarlo. Sus bocas se saboreaban sin control alguno y los gemidos se oían por toda la habitación.
No le tomó importancia a las palabras de Deimos y ni siquiera ahondó en ellas, más sintió como algo se removía en su interior. Pero no importaba, al fin y al cabo siempre tendría a donde volver, aún si era al mismo infierno.