Háblame sin mirarme

10. Verdades



El oxígeno entraba con dificultad a los pulmones de Diana. Y el latido frenético en su pecho comenzaba a doler. Quería dejar de ser. Desaparecer. 

No quería seguir en ese cuerpo que tanto la hacía sufrir con esos episodios. Las lágrimas rodaban por sus mejillas ante la impotencia de no poder hacer nada por ella misma. Todo a su alrededor parecía dar vueltas y su cerebro no funcionaba de forma correcta, no podía pensar. Lo único que la atosigaba eran imágenes violentas en su mente, con sangre y golpes de por medio.  

- Vamos Diana. Respira. Concéntrate en mí. - escuchaba la voz serena de su amiga que la abrazaba mientras caminaba abrazándola hacia la salida.  

Y ahí estaba otra vez su monstruo, nublado su mente, debilitando sus fuerzas y llenandola de pensamientos terribles.  

No podía ser que hace rato se encontraba en perfecto estado y asegurándose que todo iba por el camino correcto. Se volvía a sentir como una completa fracasada porque un evento de hace un año seguía interfiriendo en su vida diaria. No podía comprender cómo es que alguien podía ser tan débil emocionalmente.  

Cuando escuchó su voz a lo lejos gritando su nombre, sintió como una pequeña espina en el corazón. Odiaba en lo que él se había transformado en su vida. Ya no era Daniel el chico lindo que conoció y que la hacía sentir especial, cuando se dió la vuelta vio a otra persona, la persona que más odiaba en el mundo, detestaba que fuera así y que su mente hiciera eso con algo tan bonito como lo que había experimentado estando en la terraza.  

- Sigue caminando  

- ¡Diana por favor! ¡Necesito hablarte!  

A su lado, Adriana se crispó, la soltó y se dió la vuelta en dirección a Daniel.  

- No es un buen momento para ella y vista tu condición, tampoco para ti. Aléjate de ella. Lo último que necesita en su vida es alguien con... tu clase de problema.  

Diana seguía de espaldas caminando hacia la salida, quería alejarse lo antes posible de ese lugar. Hasta que sintió como Daniel agarraba su mano obligandola a mirarlo de frente. Se asustó. Sus pupilas seguían temblando y estaba fuera de sí.  

- ¡NO ME TOQUES! - gritó tan fuerte que hasta ella misma se sorprendió de su reacción.  

Daniel la soltó con los ojos muy abiertos, los tenía rojos y un tanto vidriosos.  

Adriana la alcanzó rápidamente.  

- Diana tienes que escucharme... - intentó acercarse para tomar su mano nuevamente, pero en definitiva ya no era lo mismo.  

- Siento asco hacia ti - dijo mirando el rostro de Carlos frente a sí.  

En el instante en que lo dijo se dió cuenta que cometió un error, que quién estaba ahí no era aquel tipo, si no quien le hizo cosquillas y con quién se rió como loca. Sin embargo, su mente seguía en otro lado. Por eso no se rectificó y dejó que se diera la vuelta con expresión dolida. Sabía que lo ofendió. Se arrepintió de sus palabras.  

Las dos chicas caminaron hacia el auto en silencio. Tampoco habló durante todo el camino que recorrieron, primero dejando a Adriana en su casa y luego llegando a la suya. Subió a su habitación y se vistió como en automático.  

Esa noche las pesadillas volvieran a atormentarla. Sin embargo, sus sueños fueron diferentes, porque su atacante tenía el rostro de Daniel.  

***  

Todo el día siguiente Diana parecía un zombie por toda la casa, realizando las actividades que normalmente hacía diariamente, pero sin ganas, sin siquiera hablar. Sólo respondió un par preguntas sobre la ubicación de cosas que hacían sus hermanos. Ellos por supuesto notaron su estado de ánimo, preguntaron pero solo recibieron una mirada furibunda y un "Estoy bien".  

Estuvo la mayor parte del día acostada, leyendo, escuchando música y hasta intentó ver una película pero no pudo concentrarse para nada en la trama. Mantuvo su celular todo el día apagado, no tenía ganas de dar explicaciones a nadie.  

Al día siguiente fue a clases pero su ánimo no mejoró. Ausente y con la mente en otro lado, así se encontraba.  

Samuel intentó hablarle varias veces pero ella sólo guardó silencio. De hecho, ya no estaba enojada con él. Sólo no era el momento.  

Durante el receso se recostó en su mesa con los ojos cerrados. Se sentía muy estúpida,  como si no tuviera derecho a estar así. Aún no había profundizado en sus sentimientos y no tenía ganas de hacerlo. Eso fue hasta que vió a la profesora Martha ingresando al aula.  

- ¿Estás bien? - preguntó sentándose al frente de ella.  

- Mentiría si dijera que sí.  

- ¿Quieres hablarlo?  

La verdad no tenía ganas, pero si quería solucionar el lío en su mente, descifrar lo que sentía y porqué reaccionó de tal manera con Daniel. Le dijo que sí.  

Fueron las dos hacia la oficina de la profesora Martha .  

- ¿Y bien? - comenzó.  

Ya le había comentado lo sucedido con Daniel hasta cuando él se fue. Le contó todo lo que sucedió el fin de semana, la profesora la felicitó por los avances que tuvo hasta que llegó a la última parte.  

- Ya no lo veía a él, si no al otro tipo. No sé cómo actuar, no sé cómo manejarlo. Es como si mi mente estuviera en mi contra, arruinando todo lo bueno. Por eso le digo "el monstruo" 

- Entonces, ver en ese estado a Daniel hizo que lo vieras como si fuese el hombre que entró a tu casa - lo anotó.  

- Exacto. Le dije algo feo, estaba como ciega. Todo esto me hace repensar las cosas y es que, no estoy emocionalmente lista para ver a alguien así, me preocupa y no quiero que las cosas queden así pero ¿Y si lo vuelvo a ver en ese estado? Temo que mi reacción sería la misma. Anoche dejé de ser yo por un momento y... - suspiró - Creo que lo lastimé.  

- Te entiendo pero piensa en esto. Daniel es uno más de millones ¿Qué va a pasar cuando estés caminando por la calle y veas una persona fumando drogas? O.. ¿Qué tal si alguien cercano a ti también las utiliza? ¿Vas a taparte los ojos? ¿Vas a alejar a personas que aprecias porque están enfermos?  

- ¿Enfermos?  

- Claro que sí. Como cualquier otra. Las adicciones son igual de graves que una enfermedad física - Pasó y se levantó sentándose al borde del escritorio - Diana no puedes huir de la realidad del mundo. Esto no se trata solo de Daniel, también de ti. Tienes esa llaga y te está provocando dolor.  

-¿Cree que debería hablar con él?  

- Es tu decisión si quieres que él permanezca en tu vida. Pero piensa bien en las razones por las que lo estás haciendo. Alejarte porque no eres estable no es una buena razón. Y más si es alguien tan... especial - con lo último sonrió provocando que Diana se sonrojara un poco.  

- Creo que le debo una disculpa. Yo no he pensado mal de él, no lo he juzgado porque soy la última persona que podría hacerlo, claro, en el caso que tenga un problema. Pero entiendo que di a entender que lo hice y necesito remediarlo - por fin entendió.  

Fue como si algo hiciera clic en su mente, y veía todo con mayor claridad. Daniel seguía siendo el mismo. Un aspecto en tu vida no cambia quién eres. Él la entendió cuando cualquier otro habría evitado la complicación de una chica insegura que le aterraba todo. No sólo la entendió, si no que además hizo todo lo posible para que se sintiera mejor. No cualquiera lo hacía. 

- Diana, un consejo. Intenta no involucrarte demasíado, como te dije antes, es algo delicado. Él debe tener la iniciativa de dejar de hacerlo. Por lo que me has contado, es claro que el muchacho tiene un interés en ti. Las cosas se pueden poner un poco difíciles. Puede que sea algo que hace de vez en cuando como tantos chicos lo hacen o puede que en realidad esté en un problema. Habla con él. Escúchalo. Luego puedes decidir que hacer.  

Una parte le llamó la atención de lo que dijo, y es que hay gente que lo hace por mera diversión, siempre había satanizado las drogas porque eso le habían enseñado desde pequeña, por eso era que veía con tan malos ojos el uso de estupefacientes. Quizás le hacía falta abrir su mente un poco. Tenía demasiadas cosas en la que pensar  

Al salir de la oficina de la profesora decidió que no hablaría con Daniel ese día. Antes, tenía que aclarar un asunto que también le daba vueltas en la cabeza.  

***  

Diana batía rápidamente la preparación para el pastel que tenía pensado hacer. Era de chocolate. Lo raro era que a ella ni siquiera le gustaba tanto el chocolate, disfrutaba cocinar postres pero no comerlos. 

- ¿Qué estamos celebrando? – preguntó Manuel entrando en la cocina. - ¿Dónde está la leche? – dijo revisando en el refrigerador. 

- ¿No puedes dormir pequeño? 

- Cállate. 

- Me la acabo de gastar toda aquí. Tienen que ir a comprar. 

Manuel se resignó y tomó un jugo de cajita que siempre compraba Gabriel, sus gustos eran muy infantiles. 

- Reitero mi pregunta. 

- Nada. Solo me relaja. 

- Tus relajaciones me están costando mi leche – dijo haciendo una mueca al jugo que tenía en la mano. 

Lo miró. 

¿Sabría algo? Manuel tenía cara de "yo no fui" así que era difícil descifrarlo simplemente mirándolo a los ojos. Terminó su bebida y se dirigió a su habitación silbando. 

Puso la mezcla en el recipiente y lo metió al horno. Tendría que estar muy al pendiente. Diana era muy distraída, había quemado muchos pasteles porque olvidó que los tenía cocinando. 

En ese momento Tomás entró a la casa y cerró la puerta atrás de él, escuchó las llaves si no lanzadas en la mesita de la entrada. 

- Hey – saludó acostándose en el mueble. Se veía cansado. 

- Hey – le respondió acercándose. 

Dudó. No sabía si era el momento adecuado para referirse al tema que tenía en la cabeza. Sin embargo, sentía que tenía que quitarse la espinita lo antes posible. 

- El sábado ví a Daniel en la fiesta – confesó. 

Tomás levantó la cabeza abriendo mucho los ojos. 

- ¿Qué? 

- Sí, lo hice. No quería ocultarlo 

- Di lo que tengas que decir Diana – dijo con tono cansado mirando al techo. 

- Sé lo de las drogas Tomás. 

Le sorprendió que no dijera nada y se limitara a alzar las cejas sin siquiera mirarla. 

- Supongo que esa fue la razón por la que no querías que se acercara. 

- Entre otras cosas... 

- ¿Qué cosas Tomás? 

- No voy a hablar de eso 

Parecía que a medida que avanzaba la conversación se ponía más molesto. Era claro que el tema le incomodaba. Y no era al único. Hablar de chicos le resultaba difícil también a ella. Pero la intriga y la duda que tenía era más grande. Así que lo soltó. 

- ¿Es porque tú estuviste metido en eso verdad? 

Tomás se levantó de forma rápida. Su reacción confirmó sus sospechas. 

Lo sabía, hace meses notó cambios en él. Estuvo distante, distraído, con cambios de humor repentinos, ojos rojos, pupilas dilatadas y se desconcentraba fácilmente, hasta se dejó de preocupar por su aspecto. Diana se fijaba mucho en los detalles y todos estos cambios no pasaron desapercibidos para ella. Lo buscó en Internet y sus resultados hablaban sobre el uso de estupefacientes. No lo quiso creer. Se repitió a si misma que malinterpretó todo y que sus cambios se debían al estrés por lo que estaba pasando en la familia en ese momento. 

Pero sus dudas regresaron cuando descubrió a Daniel, todo pareció encajar. Quizás y hasta fueron compañeros en el uso de esas cosas. 

- No me tienes que confirmar nada. Ya me di cuenta que es verdad – respondió amargamente 

Con su hermano no cometió el error que con Daniel, no lo juzgaba por el modo en que decidió afrontar todo lo que pasó. Su padre era cercano a él, se imaginó por lo que debió haber pasado. En realidad, solo necesitaba procesarlo, también le dolía que su hermano haya estado metido en ese mundo. Quiso estar sola así que se dio la vuelta para irse. 

- Diana espera. 

Cuando giró su postura era diferente. Se encontraba con los codos apoyados en las piernas y con sus manos cubrían su rostro. 

- No es algo de lo que me guste hablar... Me avergüenzo de esa época de mi vida. Pero si tengo la oportunidad de mantenerte alejada de ese mundo lo haré, no quiero que cometas mis errores. 

- ¿Piensas que Daniel sería capaz de llevarme por ese camino? 

La mirada de su hermano le respondió todo. 

- Lo hizo conmigo – dijo con voz grave apartando la mirada – Salí a tiempo, me di cuenta que ustedes me necesitaban. Pero estuve a punto de tocar fondo. 

Una sensación amarga le recorrió todo su cuerpo. Cerró los ojos con fuerzas intentando no llorar. ¿Qué era sensación? No podía ponerle un nombre. Se sentía como si descubrieras el otro lado de una moneda brillante y el lado oscuro fuera completamente horroroso 

- Diana... Tu inocencia y tú credulidad no te lo permitieron ver. ¿Nos comentaste el consejo que te dio tu psicóloga? Está bien escoger a las personas que nos hacen bien en nuestra vida. 

Su corazón se había roto. Era difícil afrontarlo, se trataba de su hermano, la familia iba más allá de cualquier interés romántico. Amaba a Tomás, y pensar que Daniel pudo hacerle ese daño, la destrozaba. 

- Creí que era buena persona – dijo en voz alta más para ella misma. 

- Puede serlo Diana. Ese aspecto en su vida no lo define como persona – a Diana le asombraba la madurez con la que estaba llevando la situación – Pero en este momento no es su mejor versión. 

- Yo tampoco lo soy. 

- Por eso mismo lo digo. ¿Crees que dos personas inestables pueden ser de ayuda para la otra? Es como un ciego tratando de guiar a un ciego. 

- ¿Crees que soy inestable? 

- No lo sé Diana, pero no estás en tu mejor momento para afrontar algo como eso. Todavía tienes episodios de ansiedad, lo que no te hace menos, pero si vulnerable. 

- Necesito pensar – solo dijo, dirigiéndose a su habitación. 

Ya en su cama repasó su conversión con Tomás. Y se formuló algunas preguntas para aclarar las cosas en su mente. Primero y lo más importante: "¿Qué sentía por Daniel?" cuando estuvo en la terraza con él lo supo, le gustaba mucho pero no entendía lo que sentía en ese momento 

¿Lo que hizo lo convierte en mala persona? Su respuesta pareció salir inconscientemente: No. No era capaz de encapsularlo por un error, o los que cometiera, tenia que hablar con él, convencerse de quién era Daniel realmente. Al tener definido eso se formuló la tercera pregunta. 

¿Sus sentimientos cambiaron? Si. De alguna forma, cuando se enteró del daño que le causó a su hermano. No lo podía evitar. Estaba molesta, su familia era lo más importante para ella y era protectora hacia ellos. Tocó una fibra sensible. Sin embargo, todavía había un lío dentro, porque todavía le gustaba. 

Pensó en su conversación con la profesora Martha, se sorprendió sintiendo que aún le debía una disculpa a Daniel, a pesar de todo, lo trató muy mal. 

Tendría que verlo de nuevo. 

La sólo idea la puso nerviosa. 

¿Será que lo llamaba para quedar en algún lugar? Sacó su celular. Tecleó su nombre con las manos temblorosas. Odiaba que siguiera teniendo ese efecto en ella. 

Lo tenía apagado. Qué raro. 

Bueno lo intentó. 

Su alarma comenzó a sonar, avisando que tenía que ir a sacar el pastel del horno. 

Ni se hubiera molestado. En cuanto bajó se topó con sus hermanos revoloteando alrededor del pastel. Gabriel lo sostenía mientras que Manuel metía la mano intentando sacar pedacitos para probar, ya habían comenzado a discutir. Bueno los que lo hacían era Gabriel y Tomás porque Manuel estaba muy callado con una sonrisa pícara comiendo lo que podía. 

- ¿Se puede saber que están haciendo? – les gritó corriendo a quitarle el pastel de las manos. 

- Te hacíamos un favor, se iba a quemar – respondió inocentemente Gabriel. 

- ¡No es verdad! Está en el punto perfecto. 

- ¿Ya nos vas a dar? 

- El pastel no se come caliente – dijo poniéndolo a un lado. 

- Tengo hambre 

- Hay comida ahí – les señaló la cocina – No se les va a caer las manos por hacer su propia comida. No estoy de humor. 

La verdad es que tenía sueño y ni una pizca de hambre. Volvió a su habitación, no sin antes advertirles que no tocaran su pastel. 

*** 

Al siguiente día se sentía más animada. Habló con Samuel, y todo parecía volver a la normalidad. A la hora del receso se dirigió al banco en el que siempre se encontraba con Daniel, con la esperanza de que apareciera, pero no lo hizo. No le sorprendía, era normal que quizás no quisiera hablar con ella luego de lo que pasó. 

Volvió a marcarle al celular pero seguía apagado. 

Le marcó a otra persona. 

- Hola Diana – saludó Adriana a otro lado de la línea. 

Hablaron un rato hasta que por fin se atrevió a pedirle lo que necesitaba de ella. 

- Necesito hablar con Daniel pero no da señales de vida. 

- ¿Y eso que tiene que ver conmigo? 

- ¿Hablas con su amigo no? 

Se quedó en silencio un momento. 

- No desde aquel día. ¿Estás segura que quieres hablar con él? Mira, no quiero meterme en tu vida pero no me parece que volver a hablarle sea una buena idea. 

- Necesito aclarar muchas con él Adriana, antes de decidir eso. 

- Te voy a ayudar pero sólo porque espero que le des el cierre. 

Le agradeció y esperó a que le volviera a llamar con noticias. Pasaron 10 minutos hasta que su amiga le timbró. 

- Está en su casa. Sus amigos no han hablado con él desde el sábado. 

- Muchas gracias. – iba a despedirse y a colgar pero la voz de Adriana la detuvo 

- ¿Vas a ir a su casa? 

- Si 

- Diana, esto no me da buena espina. ¿Por qué no esperas un poco hasta que aparezca? O simplemente deja las cosas así. 

Quizá tenía razón, pero Diana necesitaba resolver el asunto rápido, alargarlo solo provocaría que lo pensara demasiado, se arrepintiera y se quedara con la duda de qué pudo haber pasado. Necesitaba aprovechar esa repentina espontaneidad que sentía. 

- Necesito hablar con él lo antes posible. 

Escuchó que su amiga suspiró al otro lado de la línea. 

- Entonces déjame acompañarte. No quiero que vayas sola. 

Eso fue un gran alivio para ella, la verdad es que se lo iba a pedir, aún le costaba mucho salir de su casa sola. 

- Está bien. 

Se despidieron y colgó. 

*** 

- Salgo – anunció a sus hermanos que jugaban videojuegos en la sala mientras bajaba las escaleras. 

- ¿Con permiso de quién? – Tomás detuvo el juego alzando la cabeza. 

Diana frunció el ceño. 

- El mío. Desde que soy mayor de edad. Adriana me está esperando. Adiós 

Gabriel corrió y se interpuso en su camino hacia la puerta cruzado de brazos, Tomás atrás de ella juntando las manos en la espalda. Manuel simplemente se acostó a disfrutar el espectáculo sonriendo. 

- No te vas si no nos dices, a dónde vas, con quién, a qué, cómo vas a llegar y cuándo. - por un momento pensó que estaban bromeando. Pero no, su cara de imitación de papá le decía que estaba hablando muy en serio. 

Rodó los ojos mirando hacia afuera, dónde Adriana esperaba impaciente. Suspiró reuniendo toda la paciencia que tenía, no iba a pelear ese día. 

- Con Adriana, voy en Uber, regreso en dos horas. – respondió rápidamente intentando salir. 

- No respondiste la primera pregunta. 

- ¿Desde cuándo yo les debo explicaciones? ¡Yo nunca sé dónde están cuando salen! 

- No lo preguntas – Gabriel se encogió de hombros. 

- ¡Porque no me interesa! 

- A nosotros sí. 

Miró a Manuel en busca de ayuda ya que él era siempre el más racional. Pero él se limitó a seguir riéndose de la situación 

- Voy a casa de Daniel. 

Los tres cambiaron sus expresiones drásticamente. 

-¡Jo! – exclamó Gabriel sorprendido. 

-¿No habíamos hablado ya de eso? Creí que todo quedó claro y que por fin entraste en razón. 

- Las personas merecen una oportunidad para defenderse. No lo voy a tachar de mala persona sin haber hablado con él. 

- Bueno... puedes tener razón. ¿Pero en su casa? 

- No quiero seguir hablando de esto con ustedes. Es raro. Y si te preocupas por mi "dignidad" como sueles repetir, Adriana viene conmigo. Ahora sí, me voy. 

Empujó a Gabriel de dónde estaba y cruzó el umbral. 

- Se nos puso rebelde la muchacha – escuchó que a lo lejos Gabriel decía. 

Las chicas entraron rápidamente al automóvil que las esperaba. El trayecto se le hizo corto , ni siquiera habló con Adriana, repasando las cosas que tenía que decir. Sus dudas ya normales, fruto de su inseguridad comenzaron a surgir. ¿Y si no estaba? ¿Y si le cerraba la puerta en la cara? ¿Y si...? Y así siguieron más preguntas que no hacían más que aumentar sus nervios. 

Cuando ya estaban paradas al frente de la casa tomando el brazo de su amiga se arrepintió de haber ido. 

- Ya no quiero. Mejor vámonos. 

- Ya estamos aquí, además, tienes razón, no hay que darle más largas a este asunto. – Adriana la comenzó a llevar casi a la fuerza hacia la puerta. 

De hecho, fue su amiga la que tocó la puerta ya que Diana había perdido todo su sentido de valentía que se hizo presente con sus hermanos. 

- Creo que no está. Vámonos – dijo cuando se demoraban en abrir. 

Se estaban dando la vuelta resignadas cuando escucharon que la puerta se abría. 

- ¿Necesitaban algo? 

Las dos giraron sorprendidas porque esa no era voz de Daniel. 

- Wow – susurró Adriana. 

Frente a ellas estaba un hombre no mucho mayor que Daniel, parecido a él, pero no tanto, su rostro era más anguloso, las facciones mucho más marcadas que las de Daniel, que se podrían considerar más suaves a lado de la persona que estaba parada al frente de ella. Su mayor diferencia en el rostro, era que él tenía barba. En definitiva, ese era el hermano mayor de Daniel. 

Vestía más formal que él, con una chaqueta de punto oscura, también tenía más masa muscular que Daniel. Se cruzó de brazos esperando respuesta.  

- Buscamos a Daniel – se adelantó su amiga hablando por ella.

 




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