Háblame sin mirarme

11. Don


  • - ¿Quién de ustedes es Diana? - preguntó seriamente inspeccionandolas a las dos. El tono la intimidó. Sonaba acusatorio. 

    Aún así, sabía que tenía que enfrentarlo, ya estaba ahí y no podía dar marcha atrás 

    - Soy yo - y realmente odió que su voz siempre sonara tan insegura y tímida. Se ponía en una posición inferior al resto de la gente y algunos incluso la miraban con pena. Por lo menos aquel hombre parecía de los que no perdían su el tiempo sintiendo pena. 

    Se limitó a mirarla de arriba abajo, quizás no sabía lo maleducado que era hacer eso, o simplemente no le importaba, de cualquier manera, le tomó todo su esfuerzo no dar un traspiés y salir corriendo. La estaba analizando sin ningún reparo. 

    Su amiga carraspeó la garganta llamando la atención de los dos. 

    - ¿Está o no está? 

    Él solo asintió y giró la cabeza indicadoles que pasaran. Las dos se miraron intuyendo el pensamiento de la otra. No iban a entrar, no lo conocían, no sabían si quizás estaba mintiendo. En un mundo donde se contaban tantas historias tétricas sucedidas a mujeres, incluida Diana, confiar en un desconocido no se les estaba permitido. Y el instinto de Diana con el que notaba si una persona era fiar o no, estaba fallando bajo la presión del momento. 

    - ¿Puedes decirle que venga? Tenemos prisa - su amiga volviendo a salvar el día.  Se hizo un recordatorio de más tarde recompensarle con un postre de los que tanto le gustaban. 

    Él sólo se encogió de hombros. 

    - Como quieran - dijo y entró dejando la puerta abierta. 

    En cuanto estuvieron solas, Adriana murmuró: 

    - Benditos genes los de ésta familia ¿No? - su comentario alivianó un poco la tensión y le provocó una sonrisa. - Me pregunto cómo será el papá  - añadió con descaro. 

    - Casado - le respondió de inmediato - Y no digas esas cosas aquí que te podrían oír - advirtió llena de paranoia. 

    A la luz del día,  el lugar parecía más elegante que aquella noche, hasta había un pequeño jardín en la entrada. Frunció el ceño. Nunca fue buena con las plantas, lo intentó un par de veces pero siempre se morían. Tenía muy mala mano con ese tipo de cosas. 

    La espera hizo que los nervios aumentaran y su ritmo cardíaco siguiera acelerado. 

    - ¿Será que se olvidó que estamos aquí? - comentó Adriana pateando un piedra mirando distraídamente alrededor. 

    Iba a responder que a lo mejor debían irse. Cuando escuchó que una puerta se abría dentro de la casa. Daniel salió de ella. 

    - ¿Diana? - lucía realmente sorprendido de verla de nuevo, se quedó paralizado hasta que si hermano apareció detrás de él tomando su hombro y susurrando algo a su oído. 

    Daniel estaba diferente. No podía descifrar qué era exactamente, solo podía describirlo como apagado, era como si hubiesen absorbido toda la energía tan radiante que siempre desprendía. Si antes Daniel era como un rayito de sol, ahora se acercaba más a la tormenta. Le preocupó. 

    - Hola - lo saludó mostrando una pequeña sonrisa. Daniel solo pestañeó varias veces. Por un momento creyó que no se movería y que tendrían que hablar con algunos metros de distancia entre ellos, hasta que comenzó a caminar lentamente hacia ella, ignorando a su hermano y soltándose bruscamente del agarre que mantenía en su antebrazo. 

    Cuando por fin estuvo a sólo dos pasos de ella, su mirada fue intensa, de esa clase de miradas que te transforman en un vidrio transparente y pareciera como si tuviese acceso al espacio más recondito de ella misma, no hacía falta decir lo expuesta e incomoda que se sintió. Fue entonces cuando de un momento a otro estaba rodeada por sus brazos. El movimiento fue tan inesperado y repentino que ni siquiera notó cuando se había soltado de su amiga. 

    No le devolvió el abrazo a pesar de que el aferraba con fiereza a ella. Estaba demasiado sorprendida. Se quedó ahí parada, casi estática, tratando de asimilar rápidamente lo que estaba pasando. No lo entendía. 

    Tampoco era la primera vez que lo tenía así de cerca, pero era diferente. Él no era el mismo a sus ojos y tampoco se comportaba igual. Algo iba mal. 
    Otra cosa que cambiaba todo era que aún estaba enojada por lo de su hermano. Le resultó inevitable albergar resentimiento por el pasado. Daniel se apartó y se notaba que no esperaba aquella falta de respuesta. 

    Cuando lo tuvo de frente, fue capaz de mirarlo directamente y se dio cuenta que haber ido fue una mala idea. Lo empujó hacia atrás poniendo distancia entre los dos. 

    - ¿Estás drogado en este momento? 

    Tragó saliva y se quedó en silencio. Esta vez fue él el que dirigió su vista a otro lado. 

    - Hablaremos en otro día. - fue lo único coherente que pudo salir de su boca. Se dió la vuelta con todas las emociones invadiendola y un nudo en la garganta. 

    - Por favor quédate, tengo mucho que decirge - a Diana le estremeció que rogara y más porque su hermano presenciaba la escena a unos metros de ellos. 

    Se regresó. 

    - No hay forma en la que yo me dirija a ti estando en ese estado - se acercó aún más a él para que lo dijera no la escucharan sus acompañantes - No puedo con esto Daniel. Te juro que no puedo. Vine aquí con intención de pedirte perdón por el modo en que te hablé y también hablar sobre otro tema. Realmente pensé que podría hacerlo, imaginé que quizás estarías así y me preparé para ésto... Pero no soy capaz.. No así Daniel. - terminó tocando su mejilla brevemente. 

    Él cerró los ojos ante el contacto. Y los mantuvo así hasta que se fue. 

    *** 

    Pasaron días y no supo nada de Daniel. No intentó buscarlo, ni siquiera miraba por la ventana durante sus clases como antes lo hacía, esperando verlo cerca
    Se propuso enfocarse en su propio crecimiento. Dando pequeños pasos como un bebé, por ejemplo, salió con Adriana a buscar ropa de se ajustara a su cuerpo debidamente, la que tenía actualmente era dos tallas más grande. Pasó varias tardes con su amiga en el centro comercial, eso también fue otro paso, estar en un lugar público. No podía mentir y decir que fue sencillo o que de repente ya se sentía cómoda realizando aquellas actividades. Claro que tener a Adriana mejoraba muchísimo la experiencia, sin embargo lo seguía sintiendo como un deber que cumplir y no como un simple ocio. 

    La canción ya no le afectaba. 
    Volvió a bailar con sus mejores pasos, por supuesto no aquella canción. Diana lo sintió como un reencuentro con su yo anterior, bailar siempre fue su dosis diaria de dopamina. Otro cambio fue que consiguió otra amiga, Elisa. No fue algo intencional para ser sincera, ella noo estaba interesada en  ampliar su círculo social, pero su convivencia terminó por agradarle, aunque fuese producto de la fuerza, ya que Samuel y Elisa pasaban mucho tiempo juntos por lo de la banda. 

    En ese momento estaba entrando al Centro de detención con su familia detrás de ella. En cuanto lo vio a lo lejos supo que algo iba mal y una fina daga se instaló en. su pecho. Su padre había envejecido a tiempo récord en su tiempo en prisión, las canas ya pintaban sus cabellos, bajó de peso y aquellas pequeñas arrugas que aparecieron, se veían más profundas a causa de la preocupación. Cuando lo saludó como siempre, lo sintió extraño. 

    Y al parecer no fue la única que lo percibió porque en cuanto se sentaron todos, Manuel preguntó. 

    - ¿Qué pasa? 

    Su papá hizo una mueca sin saber cómo empezar. 

    - ¿Algo salio mal con el abogado? ¿Lo de la reducción de la pena? - inquirió Diana pensando lo peor. 

    - No hija, no es eso - se rascó la cabeza - Eso va muy bien. 

    - ¿Entonces? - su mamá tocó sus manos brevemente animándole a hablar. 

    - Recibí amenazas - declaró si siquiera mirarlos de frente y tamborileando las manos contra la mesa, algo muy impropio de él. - No sé quién, pero alguien cercano a Carlos está ofreciendo dinero a cambio de venganza. 

    La notícia cayó como un balde agua fría a todos los presentes, y un pesado silencio los inundó. Todos sabían lo que aquello significaba. El peligro inminente. 

    Una pesada roca se instaló al final de su garganta impidiendo hasta hablar. 


    - Tenemos que hacer algo - intervino Tomás levantándose tratando de hablar lo más bajo posible - Habrá algo que pueda hacer el abogado. 

    - Es difícil, teniendo en cuenta que fue una amenaza de boca. No hay ninguna prueba, son rumores. De todas formas, Gutiérrez ya está moviendo sus contactos - el comentario debió sonaba esperanzador pero sonaba resignado. 

    - ¿Y si te pedimos protección? - opinó Gabriel - Como en las películas, le pedimos a alguien que te proteja. 

    Su padre torció la boca sopesando la idea. 

    - En el caso de que eso fuera posible.  Piden mucho dinero y no estamos en condiciones para pagar algo así. 

    Tomás carraspeó la garganta. 

    - Pa, deberíamos llamar a... 

    - Si lo sé, conversaremos de eso más tarde. 

    Era evidente que aquella pequeña interacción escondía un secreto pero a nadie pareció importarle y siguieron sopesando posibilidades. 

    - Podríamos ahorrar 

    - La cifra es muy alta. De todas formas, es una buena idea - al ver que todos estaban en su propio mundo, llamó su atención - Pero ¡Hey! No pongan esas caras largas. Se los conté porque son mi familia y nosotros no tenemos secretos, pero no quiero que se preocupen. Necesito que confíen en mí - les pidió con los ojos brillantes. Y a pesar de que no existía persona en la que confiara más, no podía evitar seguir temblando de miedo - Ya tengo en mente una solución. 


    El silencio volvió a reinar entre ellos, aunque el ambiente se relajó un poco, Javier Luna era un hombre de armas tomar, no se quedaría de brazos cruzados. 

    Y si embargo, la impotencia los invadía. No era justo. Su padre no tendría que estar pasando por algo así. En todo ese tiempo Diana no podía procesar ni aceptar el hecho de que la vida fuera así ¿Por qué los buenos pasaban por cosas malas? ¿Era una especie de piedra que les ponía la vida para llevarlos al límite? 

    Los chicos que seguían hablando pero su mente ya estaba en otro lado. 

    El miedo de que alguien que amas fuera lastimado era el mayor de todos los que en algún momento podría sentir. La colapsaba. 

    No se dió cuenta que los demás se habían ido. Quedaron los dos solos. Estaba casi en shock. Mil y un imágenes horribles se acumulaban en su cabeza. Todas involucraba sangre. 

    El tacto de su padre la sacó del hoyo en el que se encontraba. 

    - Mi niña... mírame. 

    Levanto la mirada y la sostuvo. 

    - ¿Cómo podría vivir sin ti pa? - dijo con la voz rota - La sola imágen... Me quita la respiración. ¿Cómo puedo vivir con la duda constante de que te pueden hacer daño? - un nudo en la garganta le hacía difícil hablar. 

    Javier miró a los guardas pidiéndoles permiso. Ellos asintieron en un acto de humanidad. 

    Su padre se sentó a su lado abrazándola muy fuerte meciondo su cabeza como cuando era niña y se caía. Casi podía sentir el paralelismo de aquellos momentos en los que ella entre llantos decía "papi me duele mucho". Era misma la queja pero ahora le dolía el corazón. 

    - Todo va estar bien mi niña hermosa. No tengas miedo, encontraremos la manera. Como siempre.- acunó su rostro limpiando sus lágrimas - Te voy a proteger toda la vida ¿Me oíste? 

    - ¿Y quién te protege a ti? 

    - Hija, en serio necesito que estés tranquila. Lo tengo todo bajo control  Además - dijo recostandose en su silla muy confiado -  ¿Tan indenfenso crees que soy? - hizo unos golpes imaginarios al aire como boxeador - Unos amigos me enseñaron algunos trucos ¡Denme un cuchillo y me convierto en Jhon Wick de nuevo! - dijo lo suficiente alto para que los guardias le gritaron "¡Hey!" 

    -¡Papá! ¡No bromees con eso! - le reclamó un poco divertida pero con lágrimas todavía rodando por sus mejillas. 

    Esa habilidad que tenía su padre de sacarle una sonrisa en los momentos más difíciles era lo que más extrañaba de él. Añoraba la fortaleza que le transmitía con tan solo un par de palabras. 
    Cuando tienes a tu caballero de armadura brillante de tu lado, es fácil ser valiente. 

    - No aguantan ni una broma ustedes - les dijo a los guardias. 

    Diana se rió y aprovechó para abrazarlo nuevamente. 

    - Necesito un consejo - le dijo cuando estuvo más tranquila. 

    - Tu sabio y atractivo padre escucha - cruzó los brazos guiñándo un ojo. 

    - Conocí a alguien... 

    - ¡Ay no! Sabía que este momento llegaría. Dile a los chicos que preparen mi metralleta. 

    - ¡Papá! Estoy hablando en serio 

    - Está bien - alzó las manos -. Continúa. 

    Se rascó la cabeza sin saber cómo empezar. Su padre era la persona en la que más confiaba y sentía que podía ser completamente abierta con él, eso no cambiaba lo extraño que era hablar de eso con él. 

    - Primeramente, es mi amigo - lo pensó - o lo era. No lo sé. 

    - Ya... - tenía que darle crédito por no perder los estribos al escucharle hablar de chicos teniendo en cuenta sus antecedentes. 
    Hace un tiempo, su padre se volvió cercano al muchacho que atendía en el súper que estaba cerca de casa, iba seguido al lugar y ya se tenían confianza. Hizo falta que el chico se atreviera a decirle en broma "suegro" para que su padre jurara por todos sus ancestros que nunca más pasaría ese lugar. 
    Por su necedad, tenía que salir a hacer compras en un supermercado que quedaba casi a veinte minutos que el primero. 

    - Es una buena persona papá, de verdad que sí. Lo siento aquí - dijo tocándose el pecho. Él asintió - Lo que quiero decir es que es alguien que vale la pena conocer. 

    - Lo entendí. Y te creo. Tienes un buen sentido para eso. 

    - Pero está en una época oscura en su vida. No sé si es correcto. Cometió un error muy grave en el pasado. Es algo contradictoria ¿Sabes? quiero estar ahí para él pero a la vez, me da miedo salir lastimada. O no ser capaz de quedarme y empeorar todo. 

    Su papá le acarició la cabeza. 

    - Lo único que te puedo decir esto hija. Tienes este don hermoso, y es el ver lo mejor de las personas. Sólo quería resaltar ese dato - dijo sonriendo -  ¿Sabes otro dato de ti que desconoces? Brillas. Eres un rayo de sol. Lo noté cuando naciste hija, te tuve entre mis brazos e iluminaste todo el lugar. 

    >> Pero no eres todo luz. Y eso es perfecto, verás, las personas somos una extraordinaria unión entre el caos y el orden, la luz y la oscuridad, si me dices que este muchacho vive un momento oscuro, encuentra un equilibrio. Brindale un poco de tu luz. Si hay algo que he aprendido en este lugar, con tantas personas que como él "cometieron errores" mucho más graves claro, es que todos merecen una segunda oportunidad. Solo ten cuidado, hay una clase de oscuridad que consume, que se lleva todo a su paso. La clave, es lo que te dije antes, el equilibrio, la perfecta combinación de los dos. 

    - No me siento como un ser de luz. 

    - Pero lo eres ¿Y sabes que es lo curioso? Que la luz no existe sin oscuridad. Y viceversa. 

    Quizás a los oídos de otra persona lo que dijo no se relacionaba con lo que preguntó. Pero para Diana, lo cambió todo, lo entendió y aplicó perfectamente a lo que necesitaba. "No existe luz sin oscuridad" la frase se repitió en su mente hasta que llegó a su casa. Era tan básica, pero estando en su situación, tan llena de significado. 

    Algo en ella cambió con las palabras de su padre. Dejó de sentirse rota y como si no valiera nada. Había encontrado su propio valor. El sentirse así la puso de buen humor los próximos días.
    Entendió que a veces solo necesitamos un empujoncito para hallarnos. Una sola palabra llena de sinceridad y bondad, puede cambiar a una persona. V 

    Días que pasaron sin saber nada de Daniel. Tampoco lo esperaba dado que Diana fue la que no pudo estar con él y la que se fue. Su ausencia no le provocaba dudas ni inseguridad como lo habría hecho antes, pero si lo extrañaba y también quería saber cómo estaba, también entendía que los dos necesitaban un tiempo. 

    Las citas con la profesora Martha iban cada vez mejor. Su ayuda y sus consejos le eran de mucha ayuda cuando la necesitaba. En conclusión, cada día que pasaba se sentía un poco más libre. Su proceso aún no estaba completo (y dudaba que lo estaría en algún momento porque los humanos nunca dejan de aprender), aún se ponía nerviosa cuando hacían preguntas o al conocer una persona nueva. El ámbito social era algo más duro en lo que trabajar. Pero lo estaba intentando. 

    Estaba en receso cuando su amigo Samuel la invitó por primera vez a uno de sus ensayos, el profesor no se encontraba y tenían libertad para practicar como quisieran. 

    - ¡Te vuelves a equivocar! ¿En dónde tienes la cabeza hoy? - espetó Elisa, molesta con Samuel. 

    - ¿Yo? Te equivocaste en tres notas y sonó horrible - se defendió. 

    - O sea que estabas más ocupado prestando atención a mis errores y por eso lo haces mal 

    - ¡No es verdad! 

    - ¡Que sí! 

    - ¿Cómo es que ustedes dos se soportan dos días a la semana? - interrumpió Diana un poco risueña. 

    - Hipocresía y extrema tolerancia. Pero hoy no estoy de humor - gruñó Samuel tocando distraídamente algunos acordes. 

    A Diana le encantaba shippearlos, había leído algunos libros para creer en las historias de amor-odio, es decir que, cada vez que Elisa y Samuel discutían por una tontería, Diana veía chispas y se los imaginaba siendo novios. 

    Siguieron molestándose el uno al otro mientras que Diana se paseaba por el salón de música revisando con curiosidad cada uno de los instrumentos, no se imaginaba tocando alguno. Iba a volver con sus amigos cuando algo en el extremo del salón le llamó la atención. 

    Tapado con un lona estaba un hermoso piano digital, no estaba conectado por lo que cuando tocó algunas teclas, no sonó nada, pero se imaginó lo hermoso que sería poder tocar una canción. 

    Sintió una conexión inmediata con el instrumento. Siempre le había gustado la música en piano y su padre siempre la molestaba con que sus manos eran de pianista pero nunca lo había visto como una posibilidad. Ni considerado la idea de aprender a tocarlo. 

    Una emoción inexplicable la llenó mientras acariciaba el teclado. 

    - Elisa - llamó. 

    Ella se acercó. 

    - ¿Sabes tocarlo? - quiso saber todavía hipnotizada viendo al piano. 

    - Un poco, solo lo básico ¿Quieres que te enseñe un poco? - preguntó con una sonrisa en el rostro. 

    Diana asintió. 

    Los siguientes minutos le parecieron maravillosos, ya sabía algunas cosas básicas sobre música como las notas y un poco de escritura musical, por lo que no se sintió muy perdida, entendió que lo único que necesitaba era práctica. 

    - ¿Lo habías hecho antes? 

    - No. 

    - Entonces déjame decirte que tienes un don innato. Te sale muy natural. - era la segunda vez que alguien le decía que tenía un "don" para algo. Era extraño, hace algún tiempo Diana pensaba que ella no tenía nada destacable y que no era buena en nada. 

    Nuevamente la esperanza resurgió en su pecho. 

    *** 

    Ya en su casa, se dedicó a cocinar rollos de canela. Los había preparado varias veces y consideraba que eran su especialidad. Metió la bandeja en el horno y subió a su habitación para hacer tiempo. 

    Puso en su estéreo música, Smile de Nat King Cole llenó el silencio de la habitación. Abrió sus libros y comenzó a hacer la tarea. 

    Estaba muy concentrada leyendo sobre reacciones químicas cuando el timbre de su celular la sacó de su burbuja. 

    Contestó si ver quién era suponiendo que era Tomás, diciéndole que estaba a punto de llegar. 
    Se equivocó. 

    - Hola Diana. 

    Se levantó rápidamente de su escritorio corriendo a apagar la música que aún sonaba a todo volumen, con el corazón latiendo a mil. 

    - ¡Hey! Iba a llegar a la mejor parte - reclamó - And darling darling.. Stand by me, oooh stand by me - cantó. 

    - No cantas nada mal - comentó sentándose en la cama tamboriliando los dedos rápidamente ansiosa. 

    - Mi faceta de cantante son los miércoles, muchas gracias. 

    - ¿Cómo estás Daniel? - preguntó sinceramente. 

    Hubo un breve silencio al otro lado de la línea antes de escuchar un sonoro suspiro. 

    - Sé lo que quieres saber - declaró con voz más grave - Estoy limpio desde que nos vimos. 

    - Me alegra oírlo - expresó ella. 

    - Quiero verte Diana - dijo de repente - Claro, si es que quieres también. 

    Se acostó mirando al techo. Le sorprendía que él todavía tuviese ganas de verla, Diana fue muy cruel aquella noche y cuando lo visitó, tampoco fue muy compresiva. Pensaba en que quizás sería buena idea verse, le debía una disculpa. 
    Fue entonces que se acordó de algo que la hizo levantarse como un resorte. 

    - ¡Los Rollos! - exclamó en voz alta - Mierda - se le escapó mientras corría 

    - ¿Los bollos de mierda? ¿Es esa una manera de decirme que no quieres verme de nuevo? 

    - ¿Qué? Claro que no Daniel. Rollos. Dije rollos - le explicó con la voz entrecortada bajando por las escaleras. 

    Tomó unos auriculares para poder seguir escuchándolo mientras corría hacia la cocina. 

    - Estoy perdido. 

    - Me refería a los rollos de canela que dejé el horno - dijo sacandolos desesperada. Exhaló aliviada al verlos en su punto. 

    - ¿Rollos de canela? 

    - Si, son mi especialidad- respondió tomando uno a no los rollos colocándolos en otra bandeja para que se enfrien. - Buddy Balastro es un soquete a mi lado -  comentó en un arranque de espontaneidad. 

    - Buddy Balastro es un soquete a todas horas. 

    - Te voy a colgar si vuelves a referirte así de mi segundo padre. 

    Le sorprendió que conociera el programa. Pero solo Diana podía menospreciar a Buddy de vez en cuando, era su fan. Tenía derechos. Vió todas las temporadas de Cake Boss en dos meses durante su encierro, ese programa fue la razón por la que Diana amaba tanto la pastelería. 

    - Espérame un momento - pidió regresando a su habitación cerrando  la puerta detrás de ella- también quiero verte - confesó. 

    - ¿Puedo pasar por ti? 

    - ¿Acaso tienes ganas de morir? - cuestionó refiriéndose a sus hermanos. - Dime un lugar y ahí estaré 

    - Te paso la dirección por mensaje. Y... ¿Diana? 

    - Dime 

    - ¿Puedes llevarme ese manjar de los dioses que acabas de hacer? 

    - Por supuesto. 

    - Buenas noches Diana 

    - Buenas noches Daniel.
      
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