Háblame sin mirarme

12. Menta y Chocolate

*N/A
Antes que nada. Una debida disculpa a las personas que se tomaron el tiempo de leer esta historia y se toparon con que no estaba completa. La verdad es que tenía planeado subir muy seguido, gracias a que Hablame sin mirarme en gran parte ya está escrita. La razón por la que decidí dejarla en pausa un tiempo fue porque a medida que leía el material escrito me di cuenta que tenía muchas incosistencias que debía corregir, la otra razón (ésta es más personal) es que durante estos meses, la señorita aquí presente se mató estudiando para asegurar su ingreso a la educación superior. Tuve que priorizar mi futuro y dejar de lado todo lo demás.
Sinceramente no sé si esta larga pausa tendrá consecuencias en las leídas, de por sí ya tengo pocas, pero si tú que estás leyendo esto me das otra oportunidad. Me va a encantar seguir compartiendo esta historia que aunque no es perfecta, tiene todo mi corazón.
Eso es todo. ¡Gracias por leer!
- Estás muy tensa. Debes dejarte llevar, sin importar si te equivocas. Te sale mal porque precisamente en lo único que piensas es en no hacerlo mal. Concéntrate en las notas. Vamos.
Diana volvió a intentarlo siguiendo las instrucciones del profesor de música. Era una persona muy paciente y agradable con ella. La animaba a mejorar y le había dicho que podía ser muy buena en esto si se esforzaba.
- Así está mucho mejor.
El profesor Fabián sonrió cuando por fin pudo completar la canción sin equivocarse.
Era un hombre de alrededor de cuarenta años, calvo y con un bigote que resaltaba en la forma ovalada de su rostro. Desde el principio Diana se sintió en confianza con él. Aunque le seguía resultando incómodo que la miraba a los ojos al hablarle. O que se acercara para explicarle algunas cosas.
Diana no sabía si era porque ella estaba afectada por lo que le sucedió, pero le parecía que se le acercaba demasiado, pero cuando vió que con Elisa y con todos los demás hacía lo mismo se dió cuenta que el problema quizá era de ella. A veces Diana tendía a malinterpretar todo para mal.
La clase se acabó y Diana salió del salón con sus dos amigos a lado de ella.
- ¿Cómo está tu mamá? - quiso saber Diana.
La madre de Elisa tuvo un accidente que la dejó en silla de ruedas. Elisa le didicaba todo el tiempo que podía a su madre. Otra razón más para admirarla como persona.
- Espero que mejorando. En una semana iremos al hospital para saber sus avances.
- Vas a ver que estará mejor. - la animó Diana. - ¿Crees que algún día la podamos conocer?
Elisa enarcó las cejas sorprendida por la propuesta. La misma Diana no sabía de dónde vino aquello, y aunque interactuar con personas nuevas todavía le resultaba difícil, su interés en conocer a su madre era genuino debido a lo mucho que Elisa hablaba sobre ella, la definía como una mujer asombrosa que había viajado por todo el mundo y que siempre tenía una buena historia que contar.
- Estaría muy bien eso. A mamá le encanta que la visiten.
- ¿Puedo llevarle un pastel?
- Siempre y cuando me des a mi también.
- Trato.
El descanso pasó rápido mientras conversaba con Elisa y Samuel. Obviamente Diana estaba al pendiente de sus pequeñas interacciones y por supuesto no se le pasó por alto algunas miradas. Y el constante desafío en sus conversaciones que terminaba con una pequeña sonrisa por parte de uno de los dos.
Pero con lo tercos que eran, Diana se iba a morir de vieja antes de verlos juntos.
- Diana dile que no es cierto.
Le tomó por sorpresa eso ya que estaba más concentrada viendo el amor florecer. Así que respondió como pudo.
- No es cierto.
- ¡Oye! Eso fue traición. - le reclamó Samuel.
Dado que no sabía de qué hablaban solo se encogió de hombros y siguió disfrutando de la comedia romántica en vivo y en directo.
***
Diana se miraba en el espejo. Su aspecto no le convencía para nada. Hacía calor ese día y los pantalones eran insoportables.
Tenía puesto un conjunto con unos shorts pero no le agradaba la idea de salir así a la calle. Probó con otra ropa, pero nada le convencía. Hasta que en el fondo de todo encontró un vestido que no había visto en años. Un vestido era una buena opción. No la asfixiaba por el calor y tampoco mostraba demasiado.
La prenda era de color celeste pastel con mangas largas aireadas que le daban un aspecto romántico. Lo compró en línea hace bastante tiempo pero no le atinó a la talla y le quedó muy grande. En aquella época tenía 15 años y hasta la fecha actual consideraba que había crecido.
Cuando se lo probó, se alegró saber que le quedaba a la medida. Se hizo dos pequeñas trenzas que las juntó a modo corona. Se volvió a ver en el espejo e hizo una mueca porque seguía sin gustarse. Esperaba que algún día llegara el momento en que se mirara al espejo y viera a una mujer hermosa.
Salió de la habitación nerviosa por la reacción de sus hermanos. Aprendió a no anticiparles que iba a salir, casi siempre hacían mucho problema. Cuando ya estaba lista, no les quedaba más opción que dejarla ir.
Bajó las escaleras muy suavemente sin llamar la atención, creyó que ya había logrado su objetivo cuando estuvo a punto de llegar a la puerta, tenía la nota que decía que iba a salir puesta en la mesita de la sala. Todo iba bien hasta que Gabriel se atravesó.
- ¿Por qué estás caminando así? - preguntó señalando sus pies que iban en puntillas.
- Iba a salir de incógnita - confesó frustrada. Solo esperaba que sus berrinches no la hicieran llegar tarde. Diana era muchas cosas menos impuntual.
Tomó una papa de la bolsa que tenía en las manos. Masticó fuerte queriendo dar un toque aterrador, pero lo único que le provocó a Diana fue desagrado por el modo en que comía.
- ¿Y con permiso de quién?
- No necesito permiso.
- ¡Mientras vivas en esta casa vives bajo mis reglas! ¡Porque yo soy el hombre de la casa cuando papá no está! - gritó tan fuerte que Diana dió un respingo por el susto.
- Mentira. Es Tomás - respondió intentando esquivarlo pero su hermano era como un tanque con una desesperante actitud infantil.
- ¡Mientras papá y Tomás no estén!
- ¿Y Manuel? - replicó
- ¡Mientras que papá, Tomás y Manuel no estén!
¡Bien! Sólo estaba Gabriel, no tendría que enfrentarlos a todos..
- Eso no fue nada autoritario.
- ¿En serio? - dijo cruzandose de brazos - Lo estuve practicando desde que te vi entrar y salir del baño con ropa diferente - comentó pensativo y en tono mucho más suave.
- ¿Y que es esa tontería de "el hombre de la casa"? Me rehúso a vivir en un patriarcado.
Me voy - avisó abriendo la puerta pero su hermano se volvió a interponer. El Uber que pidió comenzó a pitar
- Sabes bien que no te puedo dejar salir sin saber a dónde vas o con quién.
Diana rodó los ojos ante las mismas preguntas de siempre. Sabía que no iba a salir si no le decía.
- Voy a Colinas Banali, no creo que me demore mucho. Y si quieres saber con quién. Puedes imaginartelo - respondió.
Antes de Gabriel protestara se escabulló debajo de su brazo y salió corriendo al auto que la esperaba.
- ¿Novio tóxico? - preguntó la chica que conducía el Uber.
- Hermano radioactivo - le dijo sin pensar.
La chica rió un poco y siguió conduciendo.
Eso era lo que siempre hacía, pedía que fuese una chica la que la llevara a su destino. Se sentía más segura así. Era consciente de que las personas podían ser malas sin importar su género. Sin embargo, no podía evitar sentirse más en confianza con chicas, mujeres que viven día a día los mismos problemas sociales que aquejan a todo un género. Diana creía firmemente que aún existía ese acuerdo implícito entre chicas de protegerse mutuamente.
Cuando llegó, la chica se despidió amablemente. Diana se bajó.
Buscó con la mirada.
Uno de sus mayores miedos era que la dejara plantada. Sería un golpe duro a su frágil ego, además, no quería volver derrotada a casa luego de la forma en que se impuso con su hermano. Caminó lentamente mirando a todos lados, el problema era que estaba repleto de gente a su alrededor. No habían muchos lugares turísticos en la ciudad y los pocos que existían se llenaban.
Colinas Banali era un lugar precioso. Se trataba de una colina llena de flora, con un camino de ladrillo en medio color naranja. La vegetación te rodeaba por todas partes y te sentías parte de ella. Cuando llegabas a lo más alto de la colina, podías ver toda la ciudad de manera panorámica. Era hermoso.
Alrededor habian varios puestos de ventas para los visitantes. Se acercó a comprar una botella de agua. Si Daniel pensaba que no iban a subir hasta lo más alto se equivocó, Diana venía muy dispuesta a disfrutar de la vista que ofrecía el lugar.
- Diana - escuchó su nombre y giró.
Daniel se encontraba parado atrás suyo. Demasiado cerca pero sin llegar a tocarla. El latido de su corazón se aceleró en cuántos sus ojos se encontraron con los de él.
- Daniel - saludó con tono nervioso.
Sus miradas estaban conectadas, ella estaba casi hipnotizada por él. Sentía que había pasado mucho tiempo desde que lo vió por última vez aunque no fuera así. El hecho de que le pareciera casi surreal verlo frente a frente hizo que notara que realmente lo extrañó muchísimo.
Una persona les pidió permiso para llegar al puesto, lo que hizo que se dieran cuenta que estaban estorbando el paso a las personas por estar embobados.
Se rieron los dos y se apartaron de allí.
- Te traje esto. - sacó de su bolso una recipiente con algunos rollos de canela adentro, los había hecho antes de venir, de los rollos que hizo aquel día solo quedaron migajas que dejaron la jauría que eran sus hermanos, había disfruta hacerlos antes de venir, para contrarrestar los nervios del encuentro.
Daniel tomó el recipiente.
- No los he probado y siento que van a ser mi sueño hecho realidad. - abrió la tapa dispuesto a sacar uno pero Diana lo detuvo.
- Mejor en tu casa.
- ¿Por qué?
- Porque sí - acotó.
La verdad era que tenía miedo que a Daniel no les gustaran, no sabría cómo enfrentar algo así. Prefería que los comiera en su casa con libertad y sin presiones.
- Y luego dices que yo soy infantil. - canturreó sonriendo mientras guardaba el recipiente en una mochila que llevaba, Diana supuso que había venido del instituto de arte directo hasta allí.
Daniel se veía diferente a la última vez que lo vió. Tenía un mejor aspecto. Aunque igual notó una sombra oscura debajo de sus ojos e intranquilidad en su lenguaje corporal.
- Lo eres.
- Claro que no.
- Claro que sí.
- Que no.
- ¿Lo ves? Lo estás haciendo de nuevo. - observó.
- Te ves hermosa - soltó repentinamente.
La dosis de valentía de hace un momento se le agotó con esas simples palabras, volteó la cabeza incómoda.
- Yo siempre gano. - murmuró divertido. Recibió un empujoncito por el costado como respuesta.
- Daniel...
-Si lo sé, hay cosas serias de las que hablar pero ¿Cómo iba a dejar pasar el hecho de que te ves como un ángel?
Se quedó callada un momento hasta que finalmente respondió.
- No sé qué responder a eso.
- Un "Gracias, tienes razón" sirve.
- Gracias. - expresó.
Caminaron unos metros en silencio, no sabía como iniciar la conversación y para ser sincera, aún no quería hacerlo, deseaba disfrutar más tiempo el estar a su lado e imaginar que no existía ningun problema entre ellos dos.
De vez en cuando alzaba la mirada y su perfil la dejaba embelesada, de repente sus dudas acerca de él se convertían en pura fascinación.
Iba tan distraída pensando en lo que diría, que casi tropieza cuando Daniel se detuvo y se giró en dirección a los árboles que rodeaban.
Revisó por todos lados si alguien los miraba cuando el se internó dentro del bosque.
- ¿Qué haces? Eso es prohibido.
- ¿Dónde lo dice?
Diana frunció el ceño porque tenía un punto. No existía ningún letrero que lo dijera, la razón por la que las personas no entraban era porque simplemente lo asumían.
Así que lo siguió un poco dudosa porque a pesar de vivir en esa ciudad toda la vida y de haber estado en Banali millones de veces, nunca se atrevió a entrar.
- ¿No vamos a subir?
- Arriba es lindo pero te estás perdiendo de mucho en el camino.
Tenía ganas de llegar a la cima pero la curiosidad por saber a dónde la llevaba era mayor. Asi que no protestó.
Daniel siguió caminando sin decirle nada, iba abriéndole paso, moviendo algunas ramas y ofreciéndole la mano para pasar encima de un tronco caído. La caminata no fue muy larga hasta que se detuvo y la miró con una sonrisa radiante señalando el hermoso rinconcito en el que estaban.
- No muchos se atreven a entrar a este lado de la colina. Por alguna razón piensan que está prohibido. Pero no lo está.
Había un círculo en medio de los árboles, como una mini planicie, árboles altos dibujaban el límite de la circunferencia. Daba la sensación de estar en un domo hecho de naturaleza, incluso las copas de algunos árboles se juntaban, dándole una forma circular al espacio.
Daniel caminó hacia el centro y se acostó mirando hacia el cielo. Su rostro se relajó y se veía que sentía paz, Diana envidió ese sentimiento y quiso sentir lo mismo. Se acercó un tanto insegura y se agachó intentando no mostrar hasta el alma mientras lo hacía.
El piso no la iba a ensuciar, estaba lleno de hojas secas que caían de las copas. Se acomodó tímidamente a su lado procurando no tocarlo. Y miró hacía el cielo.
Era maravilloso.
Las copas de los árboles se ceñian arriba de ellos pero los rayos del sol se filtraban entre las ramas. Se sentía pequeña ante la inmensidad de lo que le rodeaba. También admiró la vida en aquel lugar y se conectó con ella, podía escuchar los pájaros cantando y ver algunas aves volando alrededor de los árboles.
- Podría morir en paz aquí - susurró Diana sintiendo una brisa fresca.
- Siento igual.
Estuvieron en silencio, disfrutando lo que la naturaleza les brindaba. Sonrió ante la sensación reconfortante. Por el rabillo del ojo notó ahora era Daniel quien miraba su perfil.
Diana giró. Ya no sintió nervios o incomodidad al mirarlo fijamente. Estaban compartiendo ese momento y lo sentía como su cómplice, su compañero de sensaciones, de la completa paz, que hace tiempo no sentía.
Conectó con él de un modo que no se podía describir. Se decían todo sin hablar. Era estremecedor. La mano de Daniel tomó la suya suavemente. Ella la sostuvo firme.
- Todo ese tiempo en el que decidí encerrarme y hacer de mi mundo las cuatro paredes de mi habitación, tenía la sensación de que me estaba perdiendo de algo. Aquí afuera hay mucho que damos por sentado - una fuerza arrasadora proveniente de las entrañas de la madre Tierra se apoderó de ella - No somos nada hasta que no sentimos
No lo había pensado así antes, ¿Que eran los seres humanos si no experimentaban esto? ¿Qué eran los seres humanos sin el sufrimiento, sin la alegría, sin el miedo, sin el amor? Solo masas vivientes que existen por existir. Que pasan por la Tierra sin motivo, sin una razón.
Antes no entendía cuando decían "Disfruta la vida" ahora ya lo hacía, quizás lo que querían decir en realidad era "Siente, experimenta, vive"
Daniel la miraba de un modo que le retorcía las entrañas, como si ella fuese la persona más interesante del planeta y eso la descolocaba porque no era capaz de ver en sí misma lo que quizás, el veía en ella.
- Tenemos que hablar pero no quiero arruinar este momento. - declaró volviendo a mirar al cielo.
- No lo hagas - susurró girando todo su cuerpo hacia ella. Su mano tomó su mentón hacia él - Vuélveme a mirar de ese modo. Que todo vale la pena cuando lo haces.
No quitó su mano, acarició su mejilla delicadamente. Diana cerró los ojos permitiendose disfrutar su tacto sin miedos de por medio.
Lo sintió moverse y acercarse a ella. Sin abrir los ojos podía sentir su rápida respiración.
- Diana - pronunció su nombre.
Ella alzó la mirada. El sol provocaba un efecto de brillo en su cabello y en parte de su perfil. Era una imagen perfecta digna de una fotografía.
- Lo lamento.
No pudo seguir acostada y se sentó sobre sus rodillas para mirarlo por primera vez. Hacerlo de verdad. Contemplar quién era Daniel Goldstein, sin filtros, sin más secretos, con errores defectos que lo convertían en un ser humano real, y cómo no, con virtudes que le fascinaban y que provocaban que no quisiera permanecer lejos de él.
- Le hice daño a tu familia al involucrar a Tomás con las drogas. No fui un buen amigo, ni tampoco buena persona, estoy realmente avergonzado por eso y no sabes cómo me gustaría tener la oportunidad de decírselo a Tomás.
- No entiendo por qué lo hiciste.
Suspiró pesadamente y no se atrevió a mirarla cuando respondió.
- No estoy justificando mi comportamiento de mierda pero estaba atravesando un momento difícil, Tomás también. En mi estupidez del momento, me gustaba la idea de tener a alguien que esté en la misma situación que yo.
- Elegiste una horrible forma de manejar todo - concluyó
- Fuí egoísta. Estaba un hoyo y quise arrastrar conmigo a todo el que conocía. Ahora soy consciente que es la cosa más horripilante que he hecho en mi vida.
Una ráfaga de comprensión la atravesó al percibir su claro arrepentimiento.
- Creo... - comenzó y Daniel levantó la cabeza - que soy la peor persona que podría juzgar a otra respecto a formas de lidiar con el dolor - dijo con una pequeña sonrisa.
En realidad no era nadie para juzgar el pasado de otros. La persona que le interesaba estaba a su lado, el presente de Daniel era al que quería tener cerca. Su pasado con Tomás era un tema que deberían arreglar entre los dos, a Diana le bastaba con que aceptara que había cometido un error y estuviese arrepentido, tal y como en ese momento lo demostraba.
Le gustó como el brillo característico de alegría regresó a su rostro. Sus labios se movieron en su usual mueca traviesa que siempre ponía tan nerviosa a Diana.
- Quisiera capturar tu sonrisa y llevármela a todos lados, lo juro.
Su comentario le robó una risita.
- ¿Estudias arte? Porque deberías ser poeta.
- El mundo no está preparado para los versos que te escribiría.
- ¿Crees que con decir palabras bonitas vas a lograr que te perdone por mentirme?
- Quizás ¿Está funcionando? Puedo seguir por horas. ¿Mencioné que en vez de corazoncitos dibujo lunas en las esquinas de mis cuadernos?
Se rió tanto al imaginar a Daniel haciendo algo así durante sus clases como todo un colegial enamorado, que él mismo terminó contagiandose de su risa.
- No sabía que apreciabas de esa forma a Tomás - bromeó, ya que nunca especificó a cual de los Luna se refería.
En vez de corregirla como cualquier persona normal, él le siguió el juego.
- ¿Quién no? ¿Has visto su cabello?
No se había reído así hace mucho tiempo y darse cuenta que llevaba meses sin tener momentos de espontánea felicidad como este, hizo que apreciara más aquel encuentro.
- ¿Te puedo hacer una pregunta?
- Que sean dos
Era una duda que cambiaría mucho su percepción de Daniel y que había estado rondado su cabeza desde hace días.
- ¿Tú.... - no había modo delicado de decirlo así que fue directa - consumes de vez en cuando o se convirtió en un hábito?
Hubo un largo silencio en el que Diana pensó que quizás no quería responder, o que se incomodó.
- No tengo idea de cómo responder eso - contestó con voz grave, levantando una hoja seca y despedazandola entre las yemas de sus dedos - No es fácil aceptar ni admitir que comencé a perder el control
- No tienes que hacerlo.
Lo detuvo y de forma instintiva su mano se apoyó en su hombro. Daniel levantó la cabeza tan sorprendido por el contacto como ella misma.
- Si debo - aseguró levantando la mano libre y tomando la suya - Las probé por primera vez en un momento difícil de mi vida, mi tío a quien amaba como un padre murió, y a partir de ahí todo fue en picada, su muerte reveló secretos familiares que me alejó de mis padres también. En conclusión, no quería divertirme, quería escapar.
Su confesión la impactó y cambió su percepción general acerca de las adicciones.
Nos ponemos en una posición de superioridad a quien sufre este tipo de enfermedad porque es mucho más fácil juzgar abiertamente sus elecciones culpandolos a ellos mismos por su situación actual que preguntarse las razones que los llevaron a ese punto. Hay tantos factores que empujan a una persona hasta sus límites, al punto que elegir ese camino no es solo una elección, si no que, ante la perspectiva de una persona herida por las circunstancias, es la única salida.
Y como para confirmar sus pensamientos, Daniel continuó:
- Sé que pude haber manejado todo de maneras más saludables. Pero en aquel momento, no las conocía. Y tomé la primera salida que encontré.
>> Y si te digo la verdad, no había sentido las consecuencias hasta esa noche, en la que sentí que perdí la oportunidad con la chica que me robó el aliento desde el día uno.
- Daniel...- quería disculparse y decirle que su reacción tan contundente no tenía nada que ver con él.
- Nunca me había sentido tan avergonzado de la persona en la que me convertí hasta esa nefasta mirada de decepción que me dirigiste.Y tus palabras fueron un golpe duro
- Lo siento tanto - intervino pero el negó con la cabeza.
- Un golpe duro que necesitaba - agregó con seguridad - hermosa, no te disculpes por favor, porque me hiciste reaccionar. Me prometí que si alguna vez lograba que me volvieras a hablar, nunca más me verías de esa forma y me haría merecedor de ese brillo tan maravilloso que aparece en tu rostro cuando estás feliz.
Con un nudo en la garganta y con el cerebro funcionando a mil por hora respondió:
- ¿Qué quieres decir? - debía oírlo.
- Que esa época de mi vida se cierra. Que lucharé contra esto y si todo sale bien entre nosotros - Diana pudo sentir como su corazón se frenaba abruptamente ante el sonido de la palabra "nosotros" - la única que me va a dominar serás tú - agregó con un dejo de picardía - Claro, si es lo que quieres.
Hasta aquel día, muy pocas veces Diana había actuado conforme sentía, sus acciones siempre tenían detrás un montón de preguntas que ella se hacía para estar segura. En definitiva, la espontaneidad no era lo suyo. Pero al escucharlo tomar una decisión tan importante, se alegró tanto por él que cuando sus brazos lo envolvieron con la más pura sinceridad del momento, se sintió natural.
- Eso es grandioso estoy muy feliz por tí - murmuró.
Quizás su repentino abrazo sorprendió unos segundos a Daniel, en los que se quedó estático. Pero cuando por fin la estrechó contra él de una forma que aquel contacto se sentía más como una necesidad para él que un simple gesto entre amigos. Aprovechó para disfrutar lo bien que le hacía a su corazón su cercanía, en la terraza ya había experimentado esa sensación acogedora entre sus brazos pero estaba segura que aunque recibiera cientos de sus abrazos, seguiría sintiendo la misma emoción.
- Siento mucho lo que te dije. La última persona que ví en ese estado fue mi agresor, colapsé y de pronto ya no eras tú si no él, el que estaba frente a mí.
- ¿Quieres decir que no te desagrado?
- Me provocas muchos sentimientos, menos ese - de inmediato se tapó la boca con las manos sin poder creer que eso había salido de ella.
El pánico la abordó cuando sintió su rostro calentarse, se puso de pie y sin pensarlo mucho, le dió la espalda rogándole a quien le escuchara que el rubor de sus mejillas desapareciera o que en ese instante la tierra se abriera y la tragara.
El sonido de la risa de Daniel que tanto le encantaba, ésta vez la mortificó. Intentó levantarse pero él sostuvo su brazo. Cuando se atrevió a mirarlo de nuevo, tenía una sonrisa de oreja a oreja, sus hoyuelos hicieron su aparición y los rayos del sol le daban un aspecto casi celestial a su cabello.
Por supuesto que le provocaba un montón de sentimientos que no estaba dispuesta a admitir. Tuve que tragarse su orgullo y decir con la mayor decencia que pudo:
- Olvidemos lo que acabo de decir.
- Diana, estamos en un punto en el que no te negaría nada de lo que me pidieras. Pero esto es algo que no voy a dejar pasar.
- ¿Por qué? - refunfuñó con voz exhausta porque era imposible soltarse de su agarre.
No sabía en qué momento se había acercado tanto, pero en aquel instante los cinco centímetros que los separaban le estaban robando la razón. Porque la distancia comenzaba a desvanecerse con cada angustiante latido en su pecho, que le indicaban que estaba a punto desde perder la cabeza por alguien a quien casi no conocía, y que quizás no le convenía.
- Porque de saber que tengo aunque sea una mínima oportunidad contigo... - sus pupilas se movieron emocionadas revisando cada fracción de su rostro.
- ¿Qué pasaría? - respondió con verdadera curiosidad.
Una sonrisa traviesa cruzó su rostro.
- Tendrás que averiguarlo - contestó petulante, luego levantó la mano y con una delicadeza casi inhumana sacó una hoja seca que se había quedado enredada entre sus cabellos.
Para su sorpresa, todo aquel juego le resultó divertido, claro que no cambiaba el hecho de que estuviera muriéndose por dentro con los nervios a flor de piel pero de repente, ya nada de aquello le generaba deseos de huir, si no que quería quedarse y descubrir que nuevas emociones Daniel era capaz de despertar.
Y que tan lejos podía llegar esta nueva Diana que aparecía cuando lo tenía cerca.
- Estás jugando conmigo - le dijo con los ojos entrecerrados fingiendo molestia.
Ahora los cinco centímetros eran solo tres y Daniel estaba teniendo tal efecto en ella, que no le molestaría si estos se transformaran en dos.
- Tu comenzaste
- ¿Yo? ¿que hice?
- Llegaste a mi vida luciendo como todo lo que podría desear y más. No es justo ¿Sabes?
- Pero..
- Y lo peor... Oh ¡Diana! Eres malvada. Es que no te has rendido conmigo, de modo que me haces creer que te importo.
- Estás loco - fue lo único que pudo responder.
Aunque existía algo especial en él que hacía que en realidad fuese ella la que comenzaba a enloquecer. Si alguien se lo preguntara, no podría explicar con palabras la razón por la que Diana confiaba en él. A otra persona le parecería una locura si la escucharán decir que con solo verlo a los ojos sabía en su corazón que era sincero en sus intenciones.
Y todavía no podía asimilar el hecho de que él sentía lo mismo por ella.
A decir verdad, aunque supiera que ese sentimiento que comenzaba a florecer en su interior terminaría mal, de todos modos no daría marcha atrás. Permitirse querer a alguien era una experiencia que no se quería perder.
Los dos seguían frente a frente y en lo único que podía pensar era en lo perfecto que era todo. Estaba segura que muchos años después seguiría grabado ese instante en su memoria, porque la forma en que un mechón de su cabello caía rebelde en su frente le parecía adorable, porque la comisura de sus labios formaban una sonrisa tan real que le costó creer que ella era la causa, porque sus ojos no mentían y adelantaban una verdad que ninguno podía negar: ambos estaban al borde de un precipicio.
Una felicidad nunca antes descubierta hizo hueco en ella cuando Daniel se acercó a y depositó un corto beso en su mejilla.
- Tú...- susurró - No creía en el destino hasta que te encontré de nuevo.
La declaración le cayó como balde de agua fría.
- ¿Te refieres a lo del estacionamiento? ¿A esa coincidencia? - preguntó hallar el sentido.
- No te acuerdas de mí - parecía hablar con él mismo - Por supuesto que no, me viste un segundo.
- No estoy entendiendo.
La distancia entre ellos se volvió más corta cuando Daniel llevó su mano a la nuca de ella. El tacto le resultó cálido y familiar. Quiso retorcerse como un gato al sentir la caricia en su cuello.
Intentó poner en orden sus pensamientos y descubrir el hilo de recuerdos que ponía a su alcance Daniel pero no lo logró.
- ¿Estás segura que no nos habíamos visto antes?
¿Qué estaba diciendo? La primera vez que lo vió fue en su primer día de clases. Lo recordaría si lo hubiese conocido. El único que tuvo contacto con el Daniel del pasado fue Tomás que...
Y entonces todo fue más claro.
- ¡Tú eras el amigo de Tomás que siempre me saludaba cuando lo pasabas dejando! ¡Yo te odiaba!
Daniel arrugó la nariz de una forma que le pareció sencillamente tierna.
- Lo presentía, dado que respondías a mi saludo frunciendo el ceño y dirigiéndome miradas de odio justo antes de tirar la puerta.
- ¿En serio recuerdas eso?
- Por supuesto. Tu eras la razón por la que siempre ofrecía llevar a Tomás a casa. Moría de curiosidad por ver que dibujo animado de los noventa tendrías en tu camiseta cada noche.
Se tapó el rostro riéndose de sí misma. Era increíble que tuviera tan cerca al chico al que maldecía cada fin de semana cuando Tomás llegaba arrastrando a casa.
- A veces fantaseaba con salir de casa con un bate y destruir tu estúpido auto al que ni siquiera sabías estacionar bien.
- ¿Perdón?
- Mataste a mis plantas varias veces.
Cuando escuchó esa risa ronca y sexy al mismo tiempo, Diana supo que ese sonido sería su nueva obsesión.
- ¡Increíble! Ni siquiera luces culpable - lo regañó
- Me parece que tendré que recompensarte.
- ¿Cómo?
- Bueno, dado que las plantas son seres vivos, igualar su valor será difícil, así que empezaré por el regalo que tengo para ti.
- ¿Qué es?
Hizo una mueca pensativa.
- Lo sabrás si me dejas comprarte un helado - contestó poniendose de pie y ofreciéndole una mano para que ella pudiera levantarse también.
No la soltó cuando lo hizo. Si no que su agarre se volvió más firme al pasar por el bosque.
Se le escapó una risita.
- No recuerdo la última vez que probé helado - contempló en voz alta. Ni ninguna cosa dulce.
La cara que puso Daniel fue de total indignación.
- Realmente me necesitas en tu vida peque - respondió.
- ¿Peque? Eres cinco centímetros más alto que yo.
- Son diez - refutó muy seguro de sí mismo - ¿Cuántos años tienes?
- Dieciocho.
- Tengo dos años más de experiencia y sabiduría, seguirás siendo peque - quise responder pero no se lo permitió - Volviendo al tema que nos preocupa...
Y entonces comenzó una larga discusión en la que Daniel no aceptaba que existían personas en el planeta que sencillamente no amaban lo dulce. Ya estando en el puesto de helados los sabores también los llevaron a otra discusión.
Daniel pensaba que el helado de menta era una aberración y Diana que el chocolate no debería ser helado. Él se sentía ofendido de modo especial ya que era su sabor favorito.
Estaban sentados de pie uno al lado del otro apoyados en la barandilla viendo el panorama de la ciudad. Diana ya iba por la mitad del cono de helado.
- ¿Estás lista para ver tu regalo?
Ella asintió algo cautelosa. Comenzaba a aprender que de Daniel podría esperar cualquier cosa.
- Iba caminando por la calle y lo ví en un escaparate. De inmediato pensé en tí y en lo absurdo que era que nunca te he visto con uno puesto.
Diana se quedó boquiabierta con el collar que colgaba de la mano de Daniel. La medialuna en el centro resaltaba por el detalle en su estructura, con pequeñísimos piedrecitas brillantes puestos en la enredadera de plata que rodeaba la luna.
- Es..- no tenía palabras.
- ¿Te gustó?
Tuvo que pestañear varias veces para que sus ojos no evidenciaran las ganas de llorar. Levantó la vista nuevo y se encontró con el rostro expectante de Daniel, parecía preocupado de que no le haya gustado.
- Precioso. Es la joya más bonita que he visto.
Existía algo emocionante en el hecho de recibir un regalo. Iba más allá del regalo en si, Daniel podría haberle regalado una servilleta con una nota y ella sentiría la misma tibieza en el pecho. Le gustaba más la idea de imaginarlo viendo el collar y que le hubiese recordado a ella que el mismo collar.
- Gracias. En serio muchas gracias - dijo mirándolo a los ojos. Él no tenía idea de lo que aquello significaba para Diana.
Quería ponérselo en ese mismo instante y saber cómo le quedaba. Era cierto, su apellido era Luna ¿Cómo es que no tenía ninguna referencia a luna en su diario vivir? Se llevó la cadena al cuello pero estaba tan ansiosa y nerviosa por todo que sus mano olvidaron como cerrarlo. Resopló frustrada.
- ¿Me permites?
Casi se le cae el collar de las manos al entregárselo y ponerse de espaldas.
Se estremeció cuando sintió su cálida respiración en la nuca mientras acomodaba su cabello a un lado con suavidad.
- ¿Cómo se ve? - le preguntó girandose para mostrarle.
- Perfecta - tragó saliva - quiero decir, se ve perfecto en ti.
- Lo voy a llevar todo el tiempo. Será como mi sello personal - pensó en voz alta.
- Aún no me puedo creer que no tengas ninguna referencia a la Luna en tu vida. Es absurdo. Conocí a un tipo con tu apellido que utilizó una imagen de dos medialunas entrelazadas como marca registrada de su empresa, siempre lleva un traje negro y un broche de luna en su pecho.
- Wow
- Todavía no acabo, cada detalle de su casa tiene una Luna de por medio. Incluso tiene un observartorio.
Diana alzó las cejas sorprendida. En el mundo existía gente desquiciada.
- Bueno, eso es un tanto extremo - comentó - Debes ser muy cercano a ese hombre para estar al tanto de esa información.
Hizo una mueca pensativa y se llevó el cono de helado a la boca.
Y ahora era ella la que tragó saliva porque no pudo evitar pensar en lo atractivo que se veía haciendo esa simple acción.
Definitivamente algo iba muy mal con ella ese día, porque se desconocía.
- Hacía negocios con papá. Lo conocí en esa época en la que él todavía tenía esperanzas de que siguiera sus pasos y me llevaba a todas las reuniones - contó con diversión - Era un viejito cascarrabias pero daba gracia - sus ojos se abrieron al unir ideas - ¡Hey! ¿No será algún pariente tuyo?
No tuvo ni que considerarlo.
- No. Imposible. Mi padre es hijo único y sus padres murieron hace muchos años.
- Puede ser un tío de tu padre - opinó
- No lo creo. Papá siempre decía que los Luna están extintos- se le escapó una sonrisa al recordar las palabras de su padre - Y que somos la última estirpe familiar. Le encanta el drama.
- Se nota el cariño que le tienes a tu familia con tan solo oírte hablar.
Se encogió de hombros.
- Son unos idiotas a veces. Pero son lo más importante que tengo en la vida - explicó - ¿Te llevas bien con tu hermano?
Diana supuso que así era, por lo que vió cuando lo fue a visitar. Se notaba que su hermano estaba preocupado por él. Pero Daniel hablaba con añoranza de la familia, como si no conociera lo que es tener una.
- Si tengo una buena relación pero no tan estrecha como la tuya con tus hermanos. Aarón y yo siempre fuimos muy diferentes, como lo habrás notado cuando lo conociste. Él es el digno sucesor de mi padre y yo... Soy un pintor - lo dijo orgulloso y eso le encantó - No coincidimos en mucho, pero sé que puedo contar con él en lo que sea y él siempre va a contar conmigo.
Iba a comentar algo cuando sintió el infame recorrido de una gota de helado derretido a través de su mano. Había estado tan estusiasmada conversando con Daniel que se olvidó de tomar el helado. Maldijo en voz baja intentando limpiarse la mano con la servilleta que vino en el cono.
Daniel le ayudó agarrando su cono mojado mientras ella hacía lo posible por arreglar ese desastre.
- Te ayudaría terminandolo pero escogiste el peor sabor de todos.
Y aunque Daniel resaltaba lo mucho que odiaba la menta, no se le escapó el dolor que cruzó por su rostro cuando lo botó en el basurero. Parecía que estaba cometiendo un crimen.
Soltó una carcajada cuando lo vió regresar muy decepcionado.
- Lo siento mucho - dijo apenada.
- No me pidas perdón a mí. Pídeselo al heladero - dijo mirando de reojo al vendedor - creo que me insultó en ruso.
Comenzaron el camino de regreso por la colina. Y le gustó el silencio que se formó, para nada era incómodo, en cambio, sintió el placer de su compañía. No hacía falta palabras.
Se sentía feliz. Así que lo saboreó y lo capturó en su memoria. Quería recordar que esto era lo que la vida podía ofrecerle cuando sintiera que ya no quedaba nada.
Entendió que de eso se trataba. De ir recolectando momentos que se guarden en nosotros. Es así que, entre más tenías, más valía la pena seguir viviendo.
Por el rabillo del ojo notó como Daniel, cada pocos segundos levantaba la cabeza, la observaba con una sonrisa y luego regresaba a lo suyo. Cuando repetió la misma gesticulación varias veces, Diana se puso inquieta.
<<¿Será que tengo alguna mancha de helado en la cara?>> Pensó mientras se llevaba la mano al rostro.
En la sexta vez, ya no pudo quedarse callada.
- ¿Qué?
- Nada - contestó tranquilamente.
- Llevas mirándome de un modo extraño un largo rato. ¿Qué sucede? ¿Tengo algo?
Daniel parecía divertidísimo por su preocupación.
- Tienes una carita preciosa.
- Ah
- No puedo creer que los primeros días me privaste de ver tu rostro. Parece un acto criminal viéndote ahora. Eres la chica más hermosa que he visto.
Odiaba no ser normal porque quizás a otras chicas sus cumplidos le llenarían el corazón. Diana los sentía como un gancho en el hígado que venían con la advertencia de "estás cayendo, oh no, estás cayendo" Y no podía dejar atrás el hecho de que Daniel tenía una físico que no ayudaba para nada.
Caminó más rápido para adelantarlo y que no viera su tensión.
A Daniel eso le pareció de lo más cómico al parecer porque corrió hacia ella y la rodeó con un brazo en su hombro.
- ¡Oh vamos! No dije nada del otro mundo
- Es solo que me pones nerviosa
- Tendré que decírtelo todo el tiempo hasta que te acostumbres.
Estaban llegando al final del camino donde había una mayor cantidad de personas reunidas alrededor. Iba a anochecer en cuestión de minutos y los visitantes se duplicaban. Banali era más apreciado durante la noche, cuando las luces se encendían y al ser el punto más alto de la ciudad la vista del atardecer era todo espectáculo.
Pasaron a lado de un grupo de chicas y un rostro le resultó familiar, el de la pelirroja . Era una compañera suya. Sus miradas se encontraron un segundo en el que si no se equivocaba, Gina, se veía asombrada. No la saludó. No la conocía en absoluto, así como con el resto de sus compañeros de clases con los que no tenía ninguna relación.
- Ya debo irme - anunció mirando la hora en su celular y ya que estaba, le escribió a un taxi de confianza.
El resto de sus hermanos no tardarían en llegar a casa y debía estar ahí si no quería lidiar con sus preguntas.
- Te puedo acompañar a casa o en




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