Háblame sin mirarme

14. Moon Song

Diana volvía a llorar frente a Daniel. Con la diferencia que en esa ocasión no se encontró con la simpatía o el consuelo de él, si no que su llanto estaba acompañado de su risa.
- ¡No te rías! - lloriqueó
Los ojos le ardían y las lágrimas no paraban de salir. La cebolla siempre había sido su parte menos favorita de cocinar. Daniel paró de reír aunque conservó una sonrisa boba mientras se acercaba más a ella. Diana dió un paso atrás como por instinto, era muy estúpido considerando la intimidad a la que habían llegado minutos antes estando en su estudio, aún así, su cercanía no dejaba de provocarle un cosquilleo en el estómago.
Daniel sólo le limpió las lágrimas con el pulgar y le quitó el cuchillo de las manos, apartandola con suavidad para ocupar el puesto frente a la tabla de picar.
- Picar todas las cebollas a partir de ahora. Anotado. - murmuró como si estuviese hablando consigo mismo.
A continuación metió la mano en su bolsillo y sacó un chicle de forma dramática como si fuera el fin de un truco de magia. Diana cruzó los brazos esperando una explicación.
Se metió el chicle a la boca y lo comenzó a masticar.
- Mira como lo hace un experto - presumió tomando el cuchillo como todo un profesional y picando la cebolla como si de cualquier cosa se tratara.
Diana se quedó observándolo como quien mira una obra de arte. No sabía por qué pero la imagen de él cocinando era muy agradable a la vista. Cortaba con extrema delicadeza y lograba hacerlo rápido.
- Tendré que traerte más seguido a mi cocina para que me sigas mirando así - dijo sin quitar la vista de su trabajo. Un orificio se le marcó en la mejilla sonriendo.
Diana dejó de hacerlo de inmediato y giró a buscar otra cosa para no distraerse más.
- ¿Los tomates? - preguntó.
Daniel señaló la bolsa que había traído Aarón hace rato, éste había dejado las cosas y volvió a salir de inmediato. Diana imaginó que estaba aprovechando que ella estaba ahí para hacer cosas pendientes ya que esos días se la pasó sin salir de casa.
Tuvo que inclinarse y extender la mano para tomar el tomate que estaba al otro lado de Daniel, pero cuando quiso volver se quedó atrapada en él.
En su mirada.
Que agradable era no escapar de ella, ahora Diana permitía que la absorbiera, todavía flaqueaba por lo minucioso que era cuando la veía de ese modo, como si estuviese grabando a detalle cada centímetro de su rostro.
- Ser observada por un pintor es toda una experiencia. Creo que inconscientemente, de eso escapaba cuando te pedía que me hablaras sin mirarme- confesó sin moverse.
La curiosidad brilló en sus ojos.
- ¿Por qué?

- Tienes todos los conocimientos de anatomía, sombras y perspectiva. Tu mirada es especial, se siente como si me estudiaras.
Apretó los labios de forma divertida y ladeó la cabeza.
- Me atrapaste. Te he pintado de tantas formas que mis profesores sienten que ya te conocen.
Por supuesto que no lo creyó. O bueno, se convenció de que Daniel no estaría tan loco. Rodó los ojos y alcanzó la bolsa.
- Gracioso - contestó secamente.
Eso no le quitó la gran sonrisa.
- ¿Quieres saber cómo es tu mirada? - le preguntó dejando el cuchillo a un lado.
Diana entrecerró los ojos preparándose para otra respuesta poco seria.
- Está bien
Sus labios se inclinaron hacia arriba.
- Siempre tienes un brillo especial, diría que estás llena de vida, eres cálida y sincera incluso cuando lloras. Tienes una mirada transparente
- ¿A qué te refieres?
- Que lo que no dices, tus ojos lo gritan.
- No sabía que era un libro abierto. ¿Y qué estoy diciendo ahora?
Daniel la analizó unos segundos.
- Que tienes las cebollas muy cerca - contestó risueño y las puso a un lado - Si te soy sincero, tus ojos son un dolor de cabeza a la hora de dibujarlos, es difícil retratar lo que provocas en los demás con solo tu mirada. Supongo que son los límites del pincel.
Frunció el ceño.
- ¿Estás hablando en serio con lo de pintarme?
- No bromeo - contestó como si estuviese diciendo algo obvio y siguió su trabajo con las cebollas hasta terminarlo - Tienes un rostro muy simétrico, es perfecto para dibujar.
La curiosidad le picó en todo el cuerpo.
- Quiero verlo.
- No
- ¡Estás usando mi imagen sin permiso! ¡Es lo mínimo que merezco!
- Lo verás algún día. Pero no hoy.
Pero Diana no se conformaba con esa respuesta. Cuando algo le intrigaba, no se detenía tan fácilmente
- ¿Y si mañana me muero?
- Lo colgaré en tu funeral.
Diana resopló. Se había encontrado con la orma de su zapato, era igual de terco que ella. Daniel en cambio parecía disfrutar de su evidente frustración y le dió un empujoncito.

El seguia sorprendiendola. No podía creer que el chico triste de hace unos minutos en el estudio, podía ser el mismo que ahora se comportaba juguetón y relajado.

Era como si pudiera cambiarse de estado de ánimo con la misma facilidad con la que se cambiaba de ropa.
- ¿Cocinas todos los días en tu casa? - quiso saber Daniel. - ¿Lo pongo aquí? - señaló el sartén.
- Pon aceite primero, pero no mucho. Y sí, casi todos los días. Yo llego más temprano por lo que es lógico que ya debo tener la comida preparada. Mis hermanos dicen que... - hizo una pausa quedandose con los ojos muy abiertos - ¡Mis hermanos! - exclamó asustada dejando todo y saliendo de la cocina en busca de su celular.
Casi suelta el celular de la impresión cuando vió que en pantalla decía que tenía trece llamadas perdidas de sus hermanos. ¿Cómo es que no lo había escuchado? No lo pensó mucho. Daniel salió de la cocina con expresión divertida.
- ¡Lo olvidé! Olvidé decirles que no iba a llegar a casa. Conociéndolos... es probable que ya hayan ido a la policía - se llevó el celular al oído cuando el timbre de la casa sonó.
Daniel fue a abrir mientras ella esperaba con desesperación que respondieran. Cuando su cuerpo quiso relajarse al escuchar que al otro lado de la línea descolgaban, giró hacia la puerta a mirar quién llegó y todo cambió.
Colgó el celular tragando saliva. Y Tomás también lo hizo.
Irrumpió en la casa empujando a Daniel, quien no apreció a los invitados inesperados a juzgar por los puños apretados y la respiración lenta pero tensacara que puso.
Era como si el director de la película que estaban viviendo hubiese gritado "¡Cambio de personalidad!" por tercera vez en ese día y Daniel obedecía al pie de la letra.
El chico juguetón y adorable abandonó la escena y lo reemplazó un inexpresivo pero furioso Daniel con la mandíbula apretada, le dió la sensación de que procuraba contenerse para no provocar un conflicto.
No duró mucho porque Tomás decidió llegar hasta ella y agarrarle la muñeca con fuerza. Diana lanzó un gemido de dolor mientras la jalaba hacia la puerta.




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