Diana llegó a su casa sumamente cansada. Tenía unas irresistibles ganas de acostarse en su cama y no despertar hasta el otro día. Las clases en la mañana, las de piano en la tarde e ir a casa de Daniel luego la dejaba agotada. Bueno, en realidad la última era como un un delicioso helado luego de haber caminado mucho tiempo bajo el sol.
La metáfora era extraña ya que cuando estaba con Daniel, siempre parecía que el clima subía de temperatura. Además, ese día ni siquiera pudo ir con él, la clase piano se extendió porque se quedó perfeccionando una canción que estaba preparando.
Pero no podía acostarse. Bueno, sí que podía pero no quería hacerlo. Sus hermanos llegarían y no habría nada que cenar. Ellos podían hacerlo perfectamente claro, pero una parte de ella se sentiría culpable que al llegar mucho más cansados del trabajo que ella, encima tengan que encargarse de la cena. No le parecía justo. Además, ella solo estaba agotada mentalmente así que se obligó a levantarse a buscar en la nevera.
No había nada.
Se chocó la mano contra la frente enojada consigo misma. Lo olvidó. En la mañana ella tendría que haberles dicho a los chicos que había que ir al súper pero salió tan apresurada que no lo recordó.
Regresó a la sala pensativa.
En realidad no debería ser algo malo. Podría ser una oportunidad. Diana no salía a la tiendasolo desde hace mucho tiempo. Más que nada era porque los chicos siempre la acompañaban, y porque estaba tan cerca que no podía ir hasta allí en taxi. Era un gasto innecesario.
¿Sería ese el día en que Diana superara uno de sus mayores miedos?
Suspiró y abrió la puerta.
Miró a su alrededor. La gente iba y venía sin siquiera imaginar lo que ella estaba pasando. Volvió a cerrar la puerta y se arrimó contra la pared cayendo lentamente hasta el piso.
Se sostuvo la cabeza deseando que alguien, mágicamente y con un varita le quitara todos sus miedos. No sucedería. Todo dependía de ella. Ser consciente de eso apestaba.
Intentando darse ánimos, recordó el ejemplo que le dió la psicóloga acerca de los agorafobicos. Si no lo superaba ese día, el miedo iba a crecer dentro de ella. Se levantó y salió de su casa.
"Bien, ya estamos aquí. Ahora a caminar"
Lo hizo. De modo tembloroso y tenso.
"No. Así no, estúpida. La gente va a creer que saliste de un manicomio"
Respiró hondo y alzó la cabeza. Caminó recto.
"Eso está mejor" pensó.
Por lo menos ya no llamaba la atención entre la gente, no podía evitar mirar paranoica a todos, buscando algún posible peligro. No había, pero no dejó de estar alerta. Aunque la sensación de estar siendo observada persistía. Es más, hasta sentía un escalofrío en la nuca. Suspiró e intentó ignorarlo. Últimamente tenía un delirio de persecución grave. Se obligó a no mirar hacia atrás y seguir con la cabeza en alto.
Abrió mucho los ojos cuando vió un grupito de chicos venir de la calle contraria, comenzaron a caminar hacia la misma dirección que ella solo que unos pasos más adelante. Eran compañeros de su anterior colegio. No la vieron, y con suerte no lo harían, al menos que uno de ellos volteara y la reconociera, si lo hacían, era muy probable que descubrieran quien era. Al fin y al cabo, se conocían de muchos años.
Es más, Diana pudo reconocer a algunos de ellos solo viéndole la espalda. El de la izquierda con abrigo verde militar y rubio, era Raúl, Diana había tonteado un para de veces con él antes que le creciera el caparazón de introversión. El de la derecha, con abrigo azul y caminata confiada era Gregorio, era el gracioso de la clase y sabía hacer muy buenas imitaciones, los otros dos eran Tim y Jhon, mellizos opuestos, con ellos no había sido muy cercana. No pudo reconocer a los otros dos.
Estuvo tan abstraída pensando en sus compañeros y en su antigua vida que ni siquiera se dió cuenta que llegó al supermercado. Un guardia de seguridad la saludó amablemente a lo que Diana solo respondió asintiendo. ¿Fue grosera? El pensamiento ansioso de si debió o no responder la persiguió hasta que llegó a la sección de alimentos.
No compraría mucho, solo para la cena y el desayuno del día seguiente, en realidad, era lo único que le alcanzaba con lo que encontró en la cajita de dinero para emergencias.
Agarró lo más básico y fácil de hacer: pasta. Claro si es que lograba alcanzar el paquete que lo habían puesto en la parte más alta, como burlándose de ella. Tuvo que estirarse hasta que por fin estuvo en sus manos. Le faltaban lo ingredientes para hacer una salsa, fue por ellos y luego pasó por algunos cereales y leche.
Unas voces muy altas al final del pasillo le llamaron la atención. Giró para ver y se arrepintió de inmediato. Gregorio la reconoció de inmediato y se acercó.
- ¡Cuánto tiempo Diana! ¿Cómo estás?
Diana sostuvo con fuerza el carrito e intentó calmarse.
"Sólo es una conversación casual. Vamos. Tu puedes"
- Estoy bien gracias. - respondió
La sonrisa de Gregorio desapareció detectando la clara incomodidad de la situación para los dos.
- Me alegra verte de nuevo.
Diana asintió sin saber muy bien cómo responder a eso.
- También me alegró verte Gregorio. Disculpa, tengo un poco de prisa. Hablamos otro día.
Gregorio frunció un poco el ceño pero aceptó y alzó la mano para despedirse. Ya estaba caminando hacia la caja cuando su voz la volvió a llamar.
- ¿Qué te pasó Diana? Antes eras reservada pero no así... Éramos amigos ¿Recuerdas? Te ahogabas de la risa cuando imitaba al Pato Donald - recordó lo talentoso que era para la imitación y la chispa tan graciosa que a Diana siempre la ponía de buen humor - Eran buenos tiempos. - confirmó - ¿No es así Luna? - preguntó usando la voz de Donald.
Diana giró y le dedicó una sonrisa.
- Ahora haz la de Popeye
- ¡Me han dicho que no te has estado comiendo las espinacas últimamente querida! - un par de señoras pasaron a sus lado negando con la cabeza un poco divertidas. A Gregorio no le importaba ser el centro de atención.
Diana volvió a reír, en efecto. Sus imitaciones eran su debilidad. Un poco más confiada regresó hacia donde estaba él.
- Siento mucho la impresión que te di - se rascó la cabeza intentando encontrar las palabras correctas - Últimamente no soy la misma. Pero créeme, estoy esforzándome por volver.
- Entiendo. Pero ¡Hey! Si alguna vez tienes ganas de hablar o de reír un rato solo tienes que llamarme. Entre los chicos y yo podemos pasar un buen rato. Hacemos fiestas muy seguido - aunque el gesto era lindo, no se imaginaba aceptando.
- Lo voy a tomar en cuenta. Gracias por el ofrecimiento. Nos vemos.
- Nos vemos. ¡Ah! Y a Raúl le encantará verte. Pregunta por ti todo el tiempo.
Diana sólo lo miró entrecerrando los ojos y sonriendo. Obviamente eso era una broma. Al llegar a la caja se sintió más aliviada. Pagó y salió de la tienda satisfecha consigo misma.
En el camino de regreso a casa estuvo repasando su pequeña charla con Gregorio, como siempre lo hacía luego de charlar con alguien. En serio se alegró de verlo.
Una pequeña sonrisa se le quería escapar.
"Mírate, una chica normal, caminando por la calle, como cualquiera" se emocionó y casi pudo disfrutar su caminata. Hasta que...
- Tstss guapa ¿A dónde tan sola?
El comentario le oprimió el pecho y la llenó de terror. Giró buscando a la persona que le dijo eso. Era un hombre en una esquina vestido con ropa deportiva, mucho mayor que ella. Diana siguió caminando más rápido pero el hombre seguía pisandole los talones.
- ¿Te gustaría compañía? Te podría llevar a mi casa y hacerte mi putita - dijo lo suficientemente bajo para que solo ella escuchara.
Estaba horrorizada. Miró con desesperación a su alrededor en busca de ayuda pero a nadie le parecía importar.
- Alejese.
- Vamos bebé, sé que no quieres eso.
Entonces su mano se posicionó en su cintura y todo cambió.
Era el más horrible deja vu que jamás había experimentado. Nuevamente un acosador la tocaba sin su permiso. Y ella estaba indefensa.
La impotencia le ardía en la garganta. Tenía rabia. ¿Por qué una mujer no podía caminar sola por la calle y sentirse segura? ¿Por qué tenía que soportar esto nuevamente?
No.
Ella no tenía que pasar por eso.
No lo pensó mucho. Sus manos actuaron por instinto propio y una fuerza que ni siquiera sabía que tenía la ayudó a empujarlo lejos de ella hasta dejarlo en el suelo. La adrenalina le corría por las venas cuando lo miró desde arriba sintiendo que por primera vez tuvo el control.
Fue consciente de que todos la miraban. Así que salió corriendo. Escuchó como le gritaba que era una zorra desde lejos pero a ella no le podía importar menos.
Regresó a ver de nuevo y el hombre por suerte no la seguía. Se sintió un poco más aliviada.
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Editado: 31.03.2024