Háblame sin mirarme

16. Tornado

Diana cerró la puerta y no pudo evitar recostarse un momento en ella con una sonrisa tonta en el rostro. 

Se llevó los dedos a los labios sin poder creerse que los últimos minutos fueron reales. Aunque todavía podía sentir el fantasma de sus labios.
La adrenalina y la euforia se hicieron presentes y tuvo la necesidad de chillar, gritar, correr. Lo que sea para liberar esa emoción tan maravillosa que le recorrería el cuerpo. 

La felicidad era un manjar que pocas veces pudo saborear esos últimos meses. Así que no se iba a privar de la libertad de vivirla y disfrutarla. 


Caminó hasta las escaleras bailando al ritmo de una balada romántica que estaba solo en su cabeza. Iba dando brinquitos y vueltas mientras se dirigía a la escalera. 
Ni siquiera le importó que las ventanas estuviesen abiertas. 

Con Daniel, no tenía la certeza de hacia donde se dirigían o si estaba destinado a terminarse pero algo si sabía:  su mundo estaba a punto de cambiar. 
Estaba extasiada por aquel sentimiento tan dulce y mágico que lo demás parecía irrelevante. 

O bueno, al menos eso sintió hasta que llegó al pasillo donde los gritos de Tomás desde la oficina de su padre, fueron la aguja que reventó la burbuja de alegría. 

Con curiosidad se acercó hasta la puerta, teniendo cuidado de pisar bien y no ser escuchada. 

No se tuvo que esforzada mucho. Era algo que se le daba bastante bien. 

-...creas que por lo que estás haciendo vas a tener una oportunidad de acercarte a nosotros. No te debemos una mierda. 

No podía ni siquiera especular de con quién podría ser estar hablando. Tomás era malhumorado, así que la persona  a la que estaba gritando podría ser cualquiera. Desde un amigo o compañero de trabajo hasta algún pobre empleado de su compañía de teléfono que no estaba cooperando.  

- No. No te atrevas a acercarte. Papá tendrá la decisión al respecto. ¿Qué? No.. no sabía eso ¿Tu cómo lo sabes? Si, si estaré pendiente. Ah y ahora quieres darme órdenes. No. No. Que te jodan, yo sabré como cuidar a mi familia. 

Bueno... 

Eso fue bastante intenso. Ahora el tema la involucraba de alguna manera y Diana no tenía ninguna pista de lo que pasó allá dentro. 

Tenía demasiadas preguntas. 

- ¿Con quién hablabas? - preguntó entrando de golpe a la oficina de su padre. 

Era una habitación pequeña con un escritorio y una computadora. En la pared estabas un archivador y varias fotos familiares colgadas. 

Tomás vaciló unos segundos. Y lo conocía tan bien que sabía que estaba maquinado una mentira muy elaborada en su cabeza. 

- Con el abogado - respondió sin mirarla y con la vista puesta en la pantalla de la computadora - A veces se entromete demasiado. Cómo sea Diana, no estoy de humor para hablar. Vete. 

El abogado. 

Bueno, quizás se había equivocado. Pensándolo mejor, tenía sentido que fuese él. ¿Con qué otra persona discutiría algo relacionado con papá? 

No sabía si creerle o no. Porque lo cierto era que a veces Diana se armaba historias bastante revueltas en su cabeza. Como cuando salía y juraba que alguien la perseguía. 

- Necesitas controlarte un poco ¿Por qué tienes que ser tan grosero con todos? Te portaste muy mal con Daniel y sabrá Dios que le dijiste mientras no estaba. 

Su hermano rodó los ojos. 

- En primer lugar. Solo soy grosero con imbéciles. En segundo lugar, no soy un hipócrita. Odio que Daniel esté cerca tuyo y puedes irte sacando de la cabeza que algún día lo voy a aceptar. 

Diana debería darse la vuelta y salir de la oficina porque conocía muy bien ese tonito. Ese que decía "estoy a punto de explotar". Una persona cuerda evitaría aquello. 

Solo que estaba harta de ser intimidada por especie masculina. ¿Por qué debía ser ella la que daba la vuelta? ¿Y por qué no era él el que cuidase sus palabras? 

- ¿Qué te hace creer que estoy esperando tu bendición o algo por el estilo? Lo único que espero de ti es que dejes de ser tan maleducado con él y te comportes de forma civilizada. 

- Diana. Lárgate ya. No quiero decir algo de lo que me arrepienta. 

- ¿Y qué cosa podrías decir? - inquirió dando unos pasos hacia él. 

Se estaba exaltando ella también. 

Tomás tenía la tendencia a creerse el dueño de la razón siempre. 

- Que fuera de nosotros, estás sola. Por eso es tan patético que te emociones por la poco de atención que te da Daniel, estás tan desesperada por ella que no ves más allá de tus narices. Tú no lo conoces todavía, yo desafortunadamente si. El tipo está roto. No te va a hacer bien. La única razón por la que está contigo es que... - y se detuvo. 

Se detuvo justo cuando el corazón de Diana pendía de un hilo. Y no sabía si era por la información que recibía o por lo cruel que era su hermano. 

- ¿POR QUÉ TOMÁS? Termina la maldita frase.

Por un momento pensó que no respondería. Pero al contrario, se levantó de la silla con una mirada oscura en la que Diana no pudo reconocer los ojos de su hermano. Le dió escalofríos la forma en que sus movimientos eran como los de un animal feroz a punto de atacar. Lentos y peligrosos. 


- La única razón por la que está detrás de una niña tonta e ilusa como tú es porque se quiere meter en tus pantalones. 

Pocas veces en su vida sus manos habían reaccionado antes de que su propio cerebro atinara qué hacer. Aunque de todas formas, no se arrepintió de la fuerza con la que su palma golpeó la mejilla de Tomás. 

Su hermano cerró los ojos y Diana supo que se arrepintió. Pero ya era demasiado tarde. No importa lo que dijese para retractarse, nada quitaría el peso de sus palabras. 

- Diana...- comenzó sonando más cauteloso. 

- No - contestó severamente - ¿Sabes? Antes me habría creído lo que dijiste. El que no tengo ninguna cualidad destacable y por eso los chicos solo me querrían para eso. Pero estoy cambiando y ahora sé que soy un ser humano valiosisimo. Y sé... - respiró entrecortadamente luego de hablar apasionadamente - Sé que tengo todo para que alguien me quiera - se escuchó hablando a sí misma con tanta seguridad que quiso abrazarse. Porque tuvo que pasar por mucho para por fin entenderlo. 

Su hermano estaba mudo. 

- No me duele lo que dijiste porque sé que no es cierto - se encogió de hombros - Me duele que mi hermano crea eso de mi - se dió la vuelta para marcharse pero se detuvo porque tenía algo más que decir - Siempre dices que destruirías a quien me haga daño, pero no me puedes proteger de ti mismo ¿No es así? 

Salió de la habitación con la cabeza en alto pero con aguja clavada profundo en el pecho a tal punto que casi choca con el cuerpo de Manuel, que estaba a punto de entrar en la oficina. 

Sus ojos se suavizaron al verla y Diana supo que había escuchado todo, era muy noble, y era obvio que diría algo para hacerla sentir mejor, pero aquelloera lo que último que necesitaba, compasión. 

Por eso lo detuvo antes de que abriera la boca. 

- No digas nada. Necesito un poco de aire - su voz sonó grave como siempre que estaba a punto de romper en llanto. 

Sintió la opresión en el pecho y pasó corriendo por a lado de su hermano hasta la puerta de salida. 

Cuando por fin el aire frío nocturno entró en contacto con sus pulmones se permitió soltar el gemido que estuvo reprimiendo. 
Era toda una explosión de emociones la ira, la decepción y la tristeza.
Por eso no se pudo mantener en pie y se sentó en los escalones del lumbral. 

Nadie la vería ahí a esas horas de la noche, todas las casas a su alrededor estaban en plena oscuridad. 

Solo eran ella y su imponente compañera allá en el cielo, que esa noche emitía todo su esplendor de luna llena. 

Se limpió las lágrimas y sonrió cuando vió pasar una estrella fugaz. Desde su conversación con Daniel acerca de apropiarse del símbolo de la Luna, comenzó a verla de un modo distinto, como si fuese su amiga y no un simple satélite orbitando a 384.400 kilómetros de distancia. 

La opinión real de tu familia, duele de una forma distinta. Porque sabes que no hablan desde la ignorancia, si no que te conocen mejor que nadie y a partir de ello, forman una idea así de tí. 

Te hace preguntarte muchas cosas. 

Ella estaba segura que no estaba "desesperada por atención". Claro que le gustaba su atención ¿A qué chica no le gustaría? Pero al principio ni siquiera la quería porque pensaba igual con Tomás acerca de ella misma y creía que no la merecía. 

Dios... 

¿Será que todo el mundo la veía de esa forma? ¿Como si Daniel fuese un salvavidas al que se estuviese aferrando? 

Estaba a punto de preguntarse si quizás Daniel sentía aquello acerca de ella cuando un movimiento en la acera de el frente capturó su mirada. 

Le costó distinguirlo en medio de las sombras y por un instante pensó que tal vez lo imaginó, pero luego volvió a moverse y el corazón le saltó. 

- Una cosa tan preciosa no puede ser peligrosa - dijo en voz alta sonriendo de oreja a oreja. 

Era como si hubiese escuchado sus palabras de cariño hacia él a pesar de la distancia porque no pasó un minuto antes de tenerlo entre sus piernas y lamiendo sus mejillas. 

Todavía tenía los ojos con lágrimas pero el repentino e inesperado cariño que recibía de ese pequeño peludo la hizo soltar una carcajada. 

- ¿Tú de donde saliste? - le preguntó haciéndole cosquillas cerca de las orejas. 

Diana no tenía ningún conocimiento acerca de razas de perros pero el que se le haya lanzado así en un momento en que lo necesitaba... Podría apostar a que su raza estaría en una lista de perros más cariñosos y listos del planeta. 

Su pelaje era negro y sus ojos tan brillantes que le recordaban a la piedra ónix. Era de esa clase de perros que podían sonreír. 

- ¿Tienes dueño fantasma? - dijo mirando su collar - Con que Twister ¿Eh? ¿Qué clase de nombre sin gracia es ese? Aunque pensándolo mejor... Pues sí, eres como un pequeño tornado de alegría - le acarició la cabeza - Aunque a tu dueño o dueña le hace falta un poco de imaginación - murió de ternura con el modo en que Twister ladeó la cabeza a un lado con sus orejitas levantadas - Incluso Fantasma es mejor. 

Y casi lloró de nuevo cuando el perro se acercó a ella restregando su cabeza en el cuello de Diana. 

Era todo. Se iba a quedar con ese perro para siempre. 

Abrazó el cuerpo del animal, la tocó la calidez que emanaba y se sintió como una caricia al alma, al mismo tiempo que se evaporaban todos los sentimientos negativos que cargaba. No pudo recordar porqué estuvo triste o enojada. 

Esos sentimientos parecían vanos a lado del cariño sincero que le entregaba aquel animal. 

- ¿Crees que me meta en problemas si te robo? 

Como respuesta recibió un lametazo. 

- ¿O estás perdido? 

Estaba considerando meterlo a la casa hasta que un dueño apareciera buscandolo cuando, a lo lejos, en la esquina de la cuadra una figura alta oculta entre las sombras hizo un sonido atronador con la boca. 

Le pareció extraño que no se acercara a buscar a su mascota pero entendió que Twister era lo suficientemente inteligente para entender que el chiflido dictaba que era hora de volver a casa y salió corriendo al encuentro del misterioso desconocido. 
No veía el rostro del dueño por la lejanía y la oscuridad pero sentía que no lo había visto antes en el vecindario. Recordaría a alguien tan alto y de complexión robusta. 
Las únicas personas altas que vivian ahí eran sus hermanos y el señor Vincent pero dudaba que fuese él último, porque aunque era alto también era delgado. 

Entró a casa de nuevo sintiéndose libre del peso del enojo que la azotó hace tan solo unos minutos. Su inesperado encuentro perruno había mejorado aún más aquel día. 




***


Desde la noche anterior una idea le comenzaba a rondar la cabeza. Lo peor es que entre más lo pensaba, cobraba más sentido. 

Era la mañana del sábado y necesitaba con urgencia contárselo a alguien. Y es que, aunque no necesitaba la aprobación de nadie, anhelaba que le dijeran que su idea era fantástica. 

Salió de su habitación mordiéndose las uñas por la ansiedad de por fin poder decirlo en voz alta. Pensó en sus opciones y la primera persona que se le vino a la mente era Gabriel. Su positivismo y buen humor constante siempre le alegraban el día.


Estaba a punto de entrar a la habitación de su hermano, cuando Tomás cruzó por su lado en dirección a las escaleras y en cuanto sus miradas se encontraron el más puro arrepentimiento brilló en sus ojos. 

Abrió la boca pero Diana todavía no podía escucharlo sin oír en el fondo las crueles palabras que usó durante su discusión. 

Frunció el ceño y lo ignoró por completo. Si Tomás esperaba que dejaría pasar sus palabras —como siempre— estaba muy equivocado, porque la había herido y aquello no se solucionaba fingiendo que nunca pasó. Lo conocía demasiado bien, el orgullo era su sello personal. 

Si quería remediar su relación, tendría que esforzarse un poco. 


- Toc. Toc. ¿Nunca te enseñaron? - se quejó Gabriel sin voltearla a ver. 

Estaba demasiado concentrado en el videojuego que simulaba un partido de fútbol. 
Miró la esquina de la pantalla en dónde marcaba un impresionante 8 - 1. Daniel no tendría difícil. 

- ¿Te estás preparando para la gran apuesta? 

- Por supuesto. ¿Ves lo que hago por ti?  Podría estar durmiendo pero me levanté temprano a jugar... Por tu honor. 

Rodó los ojos y se sentó en la desorganizada cama de Gabriel. 

Y... 

Realmente intentó estar más de tres segundos ignorando el desorden de la habitación de su hermano pero su vena limpiadora compulsiva ganó la batalla. 


- Agradezco tu gran sacrificio - mintió sacando las sábanas sucias - ¿Me vas a decir de que se trata la apuesta? 

La curiosidad no la dejaba dormir. 

- No - contestó - Te harías ilusiones y te pondrías de lado de Goldstein. 

Se le escapó una pequeña sonrisa. El comentario por lo menos le dió la pista de que si Daniel ganaba, iba a disfrutar mucho el resultado de su apuesta. 

- Te quiero contar algo - comentó haciendo la cama con sábanas limpias y la minuciosidad que la caracterizaba. Ni una sola arruga. 

- Quiero que sepas que no me interesa saber cómo te fue en tu primer beso - dijo casualmente. Como si no hubiese lanzado una bomba que le bajó la presión. 

En ese instante, experimentó el verdadero sentimiento de ''Tragame tierra". Los colores se vinieron al rostro y deseó poder meter la cabeza en hoyo, como las zarigüeyas. 

Por supuesto que no iba a aclararle que no fue su primer beso — todavía recordaba con desagrado lo asqueroso que fue el real, cuando a los quince, por presión social besó a Tim en un juego de la botella y justo después de terminar le vomitó encima ensuciando su blusa favorita — Diana prefería hacer como si nunca pasó y fingir que Daniel fue el primero. 

- Oigo el tun tun de tu corazón hasta acá hermanita - añadió risueño. 

- ¡¿Viste eso?! 

- Solo un segundo. ¿Sabes lo creepy que sería quedarme viendo a mi hermana besando a alguien? 

- ¡Pues sí! 

- Y bueno, también ví que fuiste tú la que se lanzó picarona. 

- ¡Oh Dios mío! Ya no quiero hablar. No te quiero ver como en una semana - hizo el amago de irse pero una... ¡¿Pelota de fútbol?! Salió volando casi rozando su cabeza. 

- ¿ESTÁS LOCO? - le gritó regresandole la pelota. 

Al parecer, el que estuvo cerca de provocarle una contusión le resultó de lo más gracioso porque se tomó la libertad de dejar el mando a un lado para poder romperse a carcajadas.   

- Ya ven acá y cuéntale al Doctor Amor tus penas 

- No tenía nada que ver con Daniel - contestó tragándose su vergüenza y volviendo a sentarse en la cama. 

Ésta vez, Gabriel se dió la vuelta ofreciéndole toda su atención. 

- ¿Quieres vengarte de Tomás por lo imbécil que se comportó contigo? 

- ¿Cómo sabes eso? 

- No hay nada que se me escape en esta casa. Tengo oídos en todas partes. 

- Manuel te contó - adivinó entrecerrando los ojos. 

- Sabes que no es cierto ¿Verdad? Tomás dice cosas así cuando está enfadado. Eres increíble, cualquier tonto con dos dedos en la frente se daría cuenta. Lo digo en serio Di, no es porque seas mi hermana... Pero es muy fácil quererte. Daniel parece un tipo decente y creo que sus intenciones son buenas. 

Diana batió las pestañas conmocionada con su sinceridad. 

- No te atrevas a ponerte a llorar aquí. 

- No lo haré - aseguró controlando su respiración - Gracias por tus palabras. 

- No es nada. Ser encantadora tiene que ver con ser una Luna. Viene en nuestros genes. 

- Eres un tonto - fue lo que pronunció, pero lo que en realidad estaba diciendo fue "Te quiero mucho. 

- Yo también te quiero - Gabriel tenía experiencia descifrando a su familia con incapacidad de verbalizar cariño. 

- Pero tampoco era eso de lo que te quería hablar. 

- ¿Entonces? 

- Quiero adoptar un perro - finalmente confesó - Más bien, una perra. No quiero un macho, ya estoy harta de convivir con tantos. 

Su hermano abrió mucho los ojos. 

Los Luna jamás tuvieron una mascota. Cuando todos eran niños su madre jamás lo permitió, dado que no quería una carga más. Lo que resultó entendible, ya eran cuatro niños revoltosos. En la adolescencia, cada uno comenzaba a tener su propia vida, que venían con sus deberes  y responsabilidades por lo que ninguno tenía cabeza para pensar en una mascota. 

- Wow - se inclinó hacia atrás cruzándose, quizás imaginandose como sería su vida a partir de ahora - Un perro. 

- ¿Y? ¿Qué piensas? - preguntó ansiosa. 

- Siempre he querido tener un perro. Pero ¿Y los demás? 

Diana se encogió de hombros. 

- Sinceramente me da igual lo que quieran. Tomás es un idiota, mamá ya casi no vive aquí. Manu es un amante de los animales, al igual que tú. No habrá problemas. Además, ya soy lo suficientemente mayor para encargarme de todo lo que respecta a su cuidado. 

- Suena bien - dijo asintiendo, como adaptándose a la idea de una nueva mascota - Te apoyo, puedes contar conmigo si la quieres sacar a pasear.  

Se alegró tanto que se lanzó a sus brazos. 

- Gracias, gracias, gracias. Sabía que podía contar contigo. 

- Lo sé, soy asombroso. Pero ¿Puedo preguntar de dónde vino todo ésto? 

No quería explicar lo milagroso que fue su encuentro de la noche anterior y que ese fue su momento de idealización. Se lo guardaría para ella. 

Pero de todos modos iba a ser sincera, en parte. 

- Siento... Que en este momento tengo mucho amor para dar. 



*** 



Tocó el timbre del apartamento de Daniel con el corazón atronandole en el pecho.  

Se acomodó la boina que había decidido ponerse aquel día, con las manos temblorosas. 

Toda esa locura estaba lejos de su comportamiento habitual. En otra época, jamás se hubiese atrevido a plantarse frente a la puerta de un chico sin invitación alguna para pedirle una cita. 

En realidad no era cita como tal, si no una salida improvisada. Estaba ahí parada porque cuando pensaba en quién sería la compañía ideal para ir a buscar su nueva mascota, Daniel era el primero que aperecia en su mente. Él tenía la habilidad de mejorar cualquier plan. 

También deseaba verlo. 

Y ese repentino deseo, fue el impulso que la llevó hasta estar allí, de pie, balanceándose nerviosamente esperando ver su rostro. 

Fue cuando apareció al frente de ella que se olvidó como respirar. Daniel nunca perdería ese efecto en ella. 

- ¿Peque? - dijo con una expresión entre confundida y feliz. 

- Hola 

- Me alegra verte - le dirigió una sonrisa genuina - Ven aquí 

Alargó la mano y rodeó su cintura acercándola a él. 
Sus rostros estaban a solo centímetros y Diana se preguntó si ella miraba a Daniel con la adoración que él mostraba. La abrazó como si no la hubiese visto en años y no hace dos días. 

¡Cuánta seguridad la embargaba al estar entre sus brazos! 

Recordó lo que le dijo en la llamada "Estoy enamorado de ti". Todavía no se lo terminaba de creer, pero cuando la miraba de ese modo, era difícil negar los sentimientos que decía sentir hacia ella. 

- ¿Estabas pintando? 

- ¿Cómo lo sabes? 

Sacó un pañuelo de su bolso y se lo pasó por la frente. 

- Tienes  algunas gotas de pintura - señaló consciente de que Daniel seguía cada uno sus movimientos - en la cara y en las manos. 

La llevó adentro de la casa con delicadeza. 

- ¿Interrumpo algo? Dudé mucho en venir, no sabía si podrías estar ocupado. 

- Nunca estoy ocupado para ti peque, aunque me hubiese gustado que me llamaras para pasar por ti. 
Lo pensó. Pero había visto su motocicleta del terror y no le apetecía en nada subirse a ella. Además, cada vez que salía de casa sola se sentía un poquito más libre. 

- Quería darte una sorpresa - explicó - Bueno en realidad vine para pedirte algo. 

Se recostó contra la pared y se cruzó de brazos. 

Dios. Incluso ese pequeño movimiento le resultó atractivo. 

- Te escucho. 

- Decidí adoptar una perrita - alzó las cejas con sorpresa - ¿Me acompañas a buscar una? 

A Daniel le tomó exactamente 13 minutos estar listo para salir, bañado, bien vestido, y cuando decía "bien" se refería a que Daniel tenía un buen gusto a la hora de vestirse, era elegante pero no de forma exagerada como para lucir como un niño rico, su estilo era más bien discreto, con colores neutros que a su parecer, eran una gran elección porque iban muy bien con el tono dorado de su piel. 

Entonces notó algo que la hizo sonreír. 

- ¿Hiciste match conmigo a propósito? 

Diana se había decidido por unas botas altas negras, un suéter beige de lana, una falda café de un material parecido al cuero junto con su boina del mismo material y color. El collar de luna resaltaba en su vestuario. 

Daniel en cambio se puso una chaqueta café tipo jean y por debajo una camiseta beige. 

El mismo se hizo el desentendido. 

- No sé de qué hablas. Me puse lo primero que encontré ¿Nos vamos? 

No discutió porque el gesto le parecía de lo más lindo que habían hecho por ella. Era un mensaje implícito de que, de alguna manera, estaban juntos. Y cualquiera que los viera se daría cuenta. 

- Antes... - miró a su alrededor recordando que había visto una gorra en alguna parte. La encontró en el perchero y corrió a ponérsela - Hace frío pero los rayos de sol están muy fuertes hoy - comentó acomodándosela bien. 

- Estás arruinando mi estilo - se quejó mientras salían de la casa - Una boina me quedaría mejor. 

En un movimiento rápido y juguetón intercambió ambos accesorios. 

- ¡Ey! ¡Devuélvela! No te queda - intentó quitársela pero él la levantaba por encima de su cabeza. 

- ¿Qué dices? Me queda mejor que a ti. 

- Dámela. 

- ¿Que consigo a cambio? 

Estaba indignadisima. 

- ¡Es mía! ¿Por qué te tendría que ofrecer algo? 

- No oigo propuestas - canturreó 

Suspiró cansada de dar saltitos intentando alcanzarlo. 

- Está bien, dime lo que quieres - contestó rindiendose. 

- Esto 

Se inclinó sobre ella poniendo la boina en su cabeza y el beso que depositó en sus labios fue tan espontáneo y rápido que a Diana le tomó unos segundos reaccionar. 

Pestañeó varias veces antes de seguir a un Daniel que silbaba muy tranquilamente. 

- Me robaste un beso - le reclamó caminando a su altura. 

- Tu me robaste uno también, estamos a mano. 

Estaba muy avergonzada para seguir hablando de ello. Todavía no sabía de dónde salió el valor de Diana aquella noche en la que tomó la iniciativa de besarlo. 

Se había imaginado muchas veces ese primer beso. Y en un ninguno de esos escenarios ficticios era ella la que daba el gran paso. Ese beso le tomó por sorpresa hasta a ella misma. 

Resultó instintivo, un acto no premeditado de respuesta. Como cuando en el primer rebote de una pelota, tu mano se posiciona en el lugar exacto para agarrarla de nuevo — la pelota salta, la mano la toma— Daniel duda de sus sentimientos hacia él, ella lo besa. Simple. 

- Tendremos que tomar un taxi - dijo intentando cambiar de tema 

- No será necesario, Aarón me dejó su auto - señaló un Mercedes flamante estacionado en la acera. 

- ¿Ibas a salir? 

- Si no venías, iba a ir por ti de todos modos. 

- ¿Y tu motocicleta? 

- ¿Crees que no me he fijado en las muecas que haces cada vez que la ves? 

Iba a abrir la puerta del copiloto cuando Daniel se adelantó a hacerlo por ella. 

Fue todo un cambio. 

Por lo general sus hermanos la empujaban a un lado cuando iba a abrir una puerta, no porque fuesen caballerosos, si no porque querían ganar la ventana o el puesto de adelante. 

- Gracias 

Cuando estaban en el interior y vió lo lujoso que era el automóvil le entró una duda. 

- ¿En qué trabaja Aarón? 

Daniel frunció el ceño y se quedó callado abstraído en sus pensamientos. Diana tuvo que chasquearle los dedos al frente porque era como si hubiese viajado a otro lugar. 

- Me acabo de dar cuenta que no tengo idea. ¡Increíble! - se sorprendió ladeando los labios - Supongo que hace cosas de tipo corporativo, con su traje corporativo y con su voz mandona da órdenes a gente corporativa. 

Diana alzó las cejas por lo vaga que era su respuesta. Le resultaba extraña una relación tan poco comunicativa entre hermanos. En su familia, los chicos sabían hasta en qué día llegaba su período. 

- Quedó claro que es un corporativo. ¿Y qué hace la empresa en la que trabaja? 

- Venden relojes. Ehmmm ¿A dónde vamos? 

Le entregó el papelito donde había anotado la dirección de una casa hogar de perritos rescatados que encontró navegando en internet. Se encontraba a las afueras de la ciudad y tardarían una media hora en llegar. 

- ¿Qué te parece el nombre "Betty? - preguntó cuando entraron a la autopista. 

- Muy humano. 

- ¿Burbuja? 

- Muy infantil 

- ¿Lucy? 

- Así se llama tu moto. 

- Qué exigente. ¿Sky? 

- ¿No se supone que los pintores tienen más imaginación? 

- Sparkles. 

- Vamos Daniel, imagina que tienes un lienzo al frente ¿Qué te apetece pintar? 

- A ti. 

- Daniel... - lo regañó 

- Bien... Diré lo primero que se me venga a la cabeza - soltó aire de forma sonora y miró el espejo retrovisor - ¿Amapolas? 

La palabra era linda pero no sonaba como un nombre. 

- No está mal. 

- ¿Es en serio? 

- Me gusta - se encogió  de hombros - Podría adaptar la palabra y llamarla Poli. 

- Poli suena perfecto... - pero algo cambió en su voz, sonaba lejana. 

Lo que sea que pasó, le robaba la concentración y había provocado que todo su cuerpo se pusiera tenso. 

- ¿Qué pasó? 

La miró de reojo como si dudara en contárselo. 

- Daniel dime qué pasa - insistió poniendose más seria. Comenzaba a asustarse. 


- Nos están siguiendo.



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