N/A
Este es de los capitulos que más he disfrutado escribir y creo que se nota. Mis agradecimientos a la playlist que encontré en Spotify que se llamaba Chaotic piano. Te lo debo todo.
***
Diana creía fervientemente que el clima tenía influencia en el estado de ánimo de las personas.
Y para sus detractores... ¡Por favor! ¿A quien no le gusta el brillo que adquieren los objetos en los días soleados? Los colores vivos, la forma casi artística en que los rayos de luz reflejaban en las pupilas de las personas y engrandecía su belleza o las ganas que te dan de disfrutar de una paleta bien helada junto con la gracia que provoca el que se derrita en tus manos dejándote la piel dulce y pegajosa.
Es por eso que los días de verano se relacionaban íntimamente con la alegría y diversión.
Por otro lado estaban los días como aquel. En los que las nubes se tornaban de un color gris melancólico, las personas miraban al cielo preocupados por la lluvia y los niños se asustaban por las tormentas eléctricas, por no mencionar la enfermedades que flotaban en el aire en épocas de invierno.
Cómo sea, el cambio de estación tenía efecto en Diana. Adoraba la lluvia pero la ponía nostálgica.
Y ese deseo de añorar el pasado mirando atrás como si los buenos momentos solo pertenecieran a aquella época es lo que le desagradaba de sentirse nostálgica.
Se negaba a creer que lo bueno ya había pasado y estaba fuera de su alcance. Porque, aunque las circunstancias no fuesen las mejores, el presente le sonreía.
Frunció el ceño a la ventana que era golpeada por las gotas de lluvia porque a pesar de tener presente que debía disfrutar lo que estaba viviendo. La tristeza de negaba a marcharse.
Seguía ahí, tan presente como el invierno mismo, pintando toda su realidad de colores opacos.
Mientras escuchaba la voz lejana de su profesor de matemáticas, quiso convencerse de que esa sensación era igual de finita como una estación. Y que terminaría pronto, cuando escuchara a su padre cantar a toda voz por las mañanas.
Tenía que recordarse que había una luz al final de todo.
Eso la ayudaba a mantenerse cuerda.
- ¡Ey! ¿Estás bien? - susurró Samuel desde el puesto de al frente aprovechando que el profesor había terminado su explicación y les había dado unos minutos libres antes de que sonara el timbre que daría inicio al receso.
Negó con la cabeza.
En realidad tenía ganas de irse a casa, esconderse en sus cobijas y descargar la opresión en la garganta llorando.
Samuel la miró con preocupación.
- Estaré bien, te lo prometo. Es solo que el invierno me pone mal. De repente soy más sensible - explicó.
Y como si el cielo quisiera demostrarlo. El sonido de un trueno hizo que saltara de su asiento.
- Ya veo - contestó Samuel risueño - Creí que tu humor extraño se debía a que hace un año por esta época pasó lo de ya sabes...
Era consciente de que un treinta de noviembre del año pasado su padre había salido de su casa con las manos ensangrentadas y no regresó.
- Si. Supongo que también me está afectando eso - confesó, de pronto sintiéndose incómoda.
Samuel era su amigo y confiaba en él pero hablar abiertamente de sus sentimientos no era algo en lo que era buena. Si podía evitarlo, lo hacía.
- ¿Sabes? Necesito ir al baño - dijo levantándose de su puesto - ¿Te parece si nos vemos en la cafetería luego?
Salió apresurada del salón sin mirar atrás.
No podía descifrar el porqué de pronto sentía desfallecer. La mención de su padre le afectó pero había algo más, algo que ni ella misma era capaz de comprender.
Entró al primer baño que encontró abierto. Y sentó encima del váter sintiéndose muy pequeñita. Gracias a Dios, todavía no sentía que el aire le faltaba.
No era un ataque.
Era más bien una ola inmensa de tristeza inexplicable que surgía de sus entrañas.
La primera lágrima comenzaba a rodar por sus mejillas cuando escuchó que varias chicas ingresaban al baño.
Se limpió con torpeza los ojos e intentó regular su respiración. No quería salir y que la vieran en ese estado.
Se concentró en las voces femeninas al otro lado de la puerta para distraerse del dolor en el pecho.
- No sé que le ven los chicos del salón. Se nota que solo le gusta llamar la atención, es eso, o la pobre es retrasada - aquellas palabras le pusieron los pelos de punta.
Miró por la rejilla de la puerta y reconoció a Melissa, Gina y Becca mirándose en el espejo mientras charlaban.
- Lo peor es que es una mojigata, se las da de tímida y anda enredada con un drogadicto - añadió Gina y Diana supo que estaban hablando de ella.
Gina era la chica que vió en Colinas Banali el día de su cita con Daniel. Lo que no podía adivinar era cómo es que ella estaba al tanto de la vida personal de Daniel.
- ¿Cómo sabes eso? - preguntó Becca.
- Por mi hermana mayor - respondió Gina - estuvo algo loca por el pero nunca le hizo caso, ella decía que él iba demasiado drogado todo el tiempo para fijarse en alguien.
- Seguro iba drogado cuando se fijó en ella - agregó Melissa y las risas femeninas resonaron en todo el baño haciendo eco.
Había escuchado sobre esa clase de personas en películas o libros. Chicas que atacan a otras sin ninguna razón, pero no le tocó experimentarlo hasta ese día.
No lograba comprender el porqué harían algo así ¿Cómo funcionaban sus cabezas? ¿Pensarían que es gracioso reírse a costa de dañar a otra persona?
Diana tuvo la suerte de rodearse de personas increíbles , quizás esa era la razón por la que ser testigo de actitudes dañinas como esa, le resultaba desconcertante.
- Como sea, pobre Daniel, seguro termina muerto al igual que su último novio.
Se le heló la sangre.
¿Qué carajos....? Tuvo que sostenerse bien para no caerse y hacer ruido. No era posible.. no.
- Yo no sabía eso...
- Si. Mamá me lo contó hace unos días, pasó como hace un año - comenzó a relatar - Al parecer, Diana estaba haciéndolo con un novio suyo mientras tenía la casa sola.
- Zorra - dijeron al unísono
- Entonces llega su padre, los encuentra en el acto, y se pone tan furioso que agarró un cuchillo y lo mató. Ahora está en la cárcel.
El resto de chicas ahogaron un grito ante la falsa revelación y Diana sintió... Implosionar.
Si. Porque lamentablemente no era el tipo de persona que "explotaba" y ponía a todos en su lugar. Deseó con todas sus fuerzas ser más valiente para salir y enfrentarse a esas chicas que se atrevían a decir una barbaridad así.
De su padre.
Era lo que más dolía. No ser capaz de romper ese hielo que la tenía quieta y limpiar el nombre de la persona que más amaba y el hombre que sacrificó su libertad por salvarla. Aunque Javier Luna no era solo ese evento, estaría limitando la increíble persona que era, era un padre amoroso, cariñoso, paciente, gracioso, sabio y genial al mismo tiempo, pero sobre todo, era un hombre presente que le enseñó lo que era ser amada incondicionalmente.
Así que por supuesto quería gritar, patear, golpear a alguien o por lo menos ser capaz de salir y aclarar que toda esa historia estaba tergiversada.
Pero el monstruo la abrazó y la inmovilizó hasta que por la ranura de la puerta vio como las chicas salían del baño cuando sonó el timbre, llevándose esa horrible historia con ellas. Entonces su abrazo se volvió... Asfixiante, sus ojos estaban al borde de las lágrimas mientras luchaba con los tentáculos del monstruo que dejaba sin aire a sus pulmones.
Cerró los ojos con fuerza decidida a que ese día no iba a ganar. Recordó que todo pasa y que hubo momentos en los que sintió la misma opresión pero ella salió adelante. Y que esa no iba a ser una excepción.
- Que día tan horrible - pensó en voz alta poniéndose de pie y secándose las lágrimas.
Volvía a respirar con normalidad, pero se sentía incapaz de volver al aula, ver a esas chicas y fingir que nunca las oyó. Todavía estaba vulnerable, lloraría escandalosamente si alguien le preguntara "¿Cómo estás?"
Así que decidió salir del baño con la cabeza de gacha.
Nadie le prestó atención cuando regresó al salón vacío, se llevó sus pertenencias y se dirigió a la salida.
Se detuvo al frente de las puertas cuando vió que la leve llovizna se convirtió en una furiosa caída de agua.
La lluvia era inconveniente, pero no lo suficiente como para detener sus deseos de salir de ese lugar de una vez.
Dió un paso, y luego otro bajo la lluvia. De todas formas, no tenía prisa y la única que la esperaba en casa era Poli, así que no se tomó la molestia de correr.
No podría decir que estaba disfrutando el chapuzón, si no más bien. Le resultaba indiferente. Sabía que seguramente andaría a la misma velocidad si el día fuese soleado.
Mientras más se alejaba del colegio, la sensación de su pecho cambiaba. Ya no estaba triste ni nostálgica.
Estaba cabreada.
Furiosa.
Con todos.
Así que al diablo con esas chicas, al diablo con las personas que corrieron esa estúpida historia, con el tipo que arruinó su vida, con Tomás, con la justicia fallida, con la ciudad, hasta con la lluvia porque el agua no dejaba de rodarle por la nariz y al diablo con quien sea que la estuviese siguiendo.
Carajo.
Estaba tan furiosa que olvidó que alguien podría estar siguiéndola en ese mismo instante. Giró la cabeza por instinto buscando su perseguidor.
Pero no había rastro del sedán gris. No de nadie sospechoso.
Bueno. Al diablo ellos también.
Se quitó las gotas de un manotazo y siguió caminado. Quizás eran lágrimas, en ese punto ni siquiera le importaba.
Recordó entonces, la reacción de sus hermanos luego de contarles acerca del perseguidor. Gabriel y Manuel estaban atónitos, a diferencia de Tomás, que se mostró imperturbable limitándose a decir "Me encargaré de eso" para después levantarse y desaparecer el resto de la noche.
¿Él... De verdad se encargó de algo? ¿Cómo podría ser eso posible si Tomás no tenía ningún poder o influencias? Era un chico normal.
O no lo sabía.
A veces tenía la sensación de que su hermano escondía muchos secretos.
Cómo su madre, que por cierto era otra persona con la que estaba enfadada. La noche anterior ni siquiera llegó a casa, solo escribió un mensaje de texto diciendo que saldría de la ciudad unos días por una feria de telas en la capital.
Por las calles caminaba muy poca gente y nadie la miraba dos veces. Todos corrían buscando refugio. O bueno, eso creyó hasta que una anciana la detuvo sujetándola de un brazo.
El contacto fue tan sorpresivo que Diana giró muy asustada.
- Lo lamento cariño, no quería asustarte - se disculpó con la voz rasposa debajo de su paraguas. Su sonrisa era tan cálida que los humos de Diana bajaron. Iba vestida de colores vivos, una bufanda de color amarillo resaltaba en su atuendo color celeste. Su cabello plateado lo llevaba recogido en una vincha - Toma esto - en su otra mano tenía otro paraguas, se lo ofreció y Diana no pudo esconder su asombro - Un jovencito muy guapetón me pidió que te lo entregase.
- ¿Perdón?
Todo le resultaba demasiado confuso para alcanzar a comprender.
- Si, parecía amable pero ¿Te digo algo? Era un poco bárbaro. En sus palabras dijo "dígale que está siendo jodidamente irresponsable con ella misma" ¡Era como si le molestara hacer un buen acto! ¿Puedes creerlo?
- No entiendo nada - confesó rascándose la frente y mirando a su alrededor. En busca de su ¿"salvador"? - ¿Cómo era?
- Tengo que irme cariño, una anciana como yo no puede permitirse enfermarse. ¡Cuidate mucho!
Y aunque Diana podría haberla detenido ya que su paso no era el más rápido. Su acelerada forma de escaparse de su pregunta hizo que supiera que no estaba dispuesta a ofrecerle más información.
Aquel insólito encuentro la dejó tan desconectada de la realidad que quiso estar en su casa lo más pronto posible. Por lo menos el paraguas del desconocido la cubría de lo molesta que le resultaba la lluvia justo en ese instante.
Ya estando en la esquina de su casa, recordó que debía llamar a Daniel porque habían quedado en salir a pasear con los perros. La lluvia y los ánimos por los suelos no ayudarían.
Poli tendría que hacer sus necesidades en su patio y Diana tendría el elegante deber de recoger sus heces.
- Hola peque - saludó luego de dos pitidos. Su voz sonaba como si estuviese caminando, pero no escuchaba el sonido de la lluvia así que imaginó que estaría moviéndose por los pasillos de la Escuela de Artes.
- Hola - le costaba mucho ocultar sus sentimientos así que Daniel percibió enseguida que algo no iba bien.
- ¿Todo bien? Un momento... ¿Vas caminando por la calle?
- Estoy llegando a mi casa. Quise salir un poco más temprano hoy, no me sentía bien - explicó.
- Solo dilo y estoy allá en diez... No, quince minutos por la lluvia.
A unos metros del umbral de la casa oyó los ladridos de Poli.
- Qué extraño - pensó en voz alta deteniéndose al frente de la puerta con una sensación extraña en la columna vertebral. Encogió el paraguas y lo guardó en maleta.
Llevaba ya varios días en casa y conocía a Poli lo suficiente para saber que no acostumbraba a ladrar de esa manera. Solo lo hacía cuando alguien llegaba a casa. Consideró que era probable que sintiera su olor y que ese era el motivo de los ladridos.
Solo que, la forma en la que aullaba era diferente a la ya conocida. No era alegre ni emocionada, sonaba más bien como gruñidos y sus ladridos eran más violentos.
- ¿Aló? Diana ¿Estás ahí? - se escuchaba desde el otro lado del teléfono que Daniel hablaba. Se había quedado helada.
- Si, si solo que... - intentó explicar la retinencia que sentía a entrar a su casa. Principalmente porque todo le resultaba demasiado familiar.
Un año atrás estaba parada frente a su puerta intentando forzar la llave atorada hablando por teléfono con Adriana con un loco esperando su oportunidad para entrar.
Hoy, estaba en la misma posición dudando de entrar con Daniel al teléfono y probablemente con alguien mirándola a lo lejos.
- No lo sé, Poli está rara. Voy a entrar a ver qué pasa.
Esta vez la cerradura de su puerta abrió con facilidad. Y Diana se convenció que todo aquel espasmo fue tonto y era solo producto del terrible día que estaba teniendo.
- ¿Peque? - fue lo último que oyó antes de soltar el teléfono.
No encontraba su voz.
Poli se abalanzó sobre ella y comenzó a dar vueltas entre sus piernas muy excitada. Como si quisiera advertirle de algo.
Solo que no hacía falta.
Lo estaba viendo con sus propios ojos. Por su casa había pasado un torbellino. Los extraños habían puesto especial cuidado en destruir todo lo que se le atravesara, era así como en el suelo había vidrio y cerámica rota, los muebles cambiaron de lugar, cajones y closets estaban todos abiertos. Lo primero que quiso pensar era que se trataba de un robo, pero entonces un ruido seco sonó desde el segundo piso.
Y a continuación pasos, rápidos.
Después. Hombres encapuchados haciendo contacto visual con ella.
Lo que sucedió después fue puro instinto de supervivencia. Sin premeditarlo, actuó como su cerebro tan acostumbrado a huir le dictó.
Lo primero que hizo fue tomar en brazos a
Poli. Y lo segundo...
Correr.
Con todas sus fuerzas.
La lluvia le golpeaba el rostro con la misma intensidad con la que corazón le martillaba el pecho. Poli se escondía entre sus brazos mientras Diana intentaba idear un plan.
Pensar.
Pensar.
Pensar.
Estaba aterrada y apenas podía respirar por el esfuerzo asi que no era fácil, mucho más cuando al echar un vistazo hacia atrás vió a los instrusos corriendo al doble de velocidad que ella.
El único camino a tomar era dejarse llevar nuevamente por sus instintos y esperar que la condujeran a un destino seguro. Y así fue como el terror y la adrenalina corriendo por sus venas como una furioso río, la empujaron a hacer algo que en sus cabales jamás se atrevería.
Más adelante, solo culparía a esos dos factores por escabullirse en la primera casa que encontró doblando la esquina, debajo de los brazos de un hombre que se disponía a entrar a su casa.
También se lamentaría demasiado avergonzada al recordar como, por el impulso de la carrera provocó que el dueño de la casa perdiera el equilibrio y cayera de espaldas al suelo dentro de la casa.
Poli se le soltó de los brazos antes de que Diana también chocara con el piso.
Se obligó a suprimir el dolor atroz le atravesó todo el brazo y estiró la pierna para cerrar la puerta con un patazo.
Tuvo, exactamente un segundo para suspirar aliviada por estar a salvo. Porque de pronto tenía dos manos muy fuertes rodeándole el cuello y un cuerpo muy pesado encima de ella.
Y luego...
Hielo.
Fue lo primero que pensó al toparse con los ojos de la persona que muy probablemente se convertiría en su asesino. En medio de su terror, le vino un pensamiento irreverente.
Y era lo cómico que resultaba el hecho de que el azul de los ojos de su probable asesino le resultaran tan... Reconfortantes.
Poli aullaba a su alrededor y comenzaba a lamentarse la reverenda estupidez que cometió cuando el agarre firme se aflojó de pronto. El peso encima suyo se desvaneció y esos pálidos ojos pestañearon tan atónitos como ella misma.
Diana pudo tomar una bocanada de aire por fin y lo primero que hizo fue recoger las piernas alejándose lo más posible de él. Tragó saliva cuando le pudo poner el rostro a aquellos ojos.
Debía tener unos veintitantos años, su melena era espesa y negra, cejas tan oscuras como el carbón , rostro pálido con una mandibula pronunciada y mirada de hielo.
Genial. Pensó. De todas las casas a las que pudo entrar, fue a caer justo a la de el tipo que tenía el peligro pintado en el rostro.
Odiaba ser de las personas que juzgaban por la apariencia pero luego de que la ahorcaran, tenía derecho de sentir miedo hacia la persona que tenía al frente.
- Por favor no me hagas daño...
El desconocido ladeó la cabeza luciendo confundido.
Su voz interna le gritó que ningún asesino o atacante se detuvo porque la víctima lo convenció de detenerse a base de ruegos. Pero valía la pena intentarlo, y además, era lo único que salía de su boca en el estado de shock en el que se encontraba.
- ¿Tú....- hizo una breve pausa y a Diana le pareció ver un brillo de reconocimiento. Cosa sin sentido porque era la primera vez que lo veía - qué haces aquí?
Diana se estremeció ante la perversidad de su voz, Poli debió advertirlo porque se hizo bolita en su regazo, sintió su pequeño cuerpo alerta y seguía muy atenta los movimientos del desconocido que se había comenzado a levantar lentamente.
- No era mi intención atacarte te lo juro. Lo que pasó es que llegué a mi casa y encontré a hombres encapuchados ahí. Luego me comenzaron a perseguir y no sabía dónde ir, solo quería esconderme así que entré a la primera casa que encontré - se apresuró a contar.
Se quedó en silencio y a Diana le pareció que consideraba su historia. No lo culpaba, la verdad era que sonaba un poco extraño todo. Además, ella era un desastre en ese momento. La lluvia había hecho lo que quiso con su cabello por lo que parecía un nido de pájaros, estaba empapada con la ropa llena de lodo por los charcos que atravesó sin pensar mientras corría y tenía la plena seguridad de que tenía ojos de loca. Así que ella tampoco se veía como alguien de fiar en ese preciso instante.
El desconocido no dijo una palabra, solo pasó por su lado en dirección a la puerta y la abrió. Diana se apresuró a esconderse por la dudas, pero desde la ventana, lo vió revisar en ambas direcciones. La lluvia todavía caía a cántaros pero él no mostró molestia.
- Mierda, solo esto me faltaba - escupió cuando entró de nuevo.
Diana se sintió mal por haber irrumpido en la vida de aquel misterioso hombre.
- Lo lamento muchísimo, me voy enseguida - dijo poniéndose de pie - Ven Poli
- No saldrás de aquí.
- ¿No? - y su "no" en realidad sonó como un bramido débil parecido al de un animal que se encuentra atrapado.
Ojos azules se acercó con gracia en su dirección y Diana se preparó para defenderse con uña y dientes.
Le recordaba a esos documentales en los que los leones esperaban pacientemente a su presa, escondiendose entre los montes esperando el momento perfecto para atacar.
- Es imprudente salir tan pronto. Podrían estar esperando a que salgas de tu escondite o podrían estar cerca todavía - eso tenía sentido por lo menos - Deja que me encargue, tú espera aquí.
- ¿Llamarás a la policía?
Fue lo único que se le ocurrió, no veía como él se podría "encargar" de otro modo.
A pesar de que tenía un aspecto letal.
- No es necesario - respondió dándole la espalda de nuevo, caminó hacia una mesa decorativa en la sala y llevó la mano hacia la parte de abajo de la madera, la movió unos segundos hasta que escuchó un pequeño chasquido y una pistola apareció en su mano - Ya está aquí.
- ¡Espera! - lo detuvo antes de que saliera por la puerta de nuevo - ¿Iras a mi casa?- recibió un leve asentimiento como respuesta.
- ¿Y como sabrás cuál es?
- Abre la puerta trasera y haz que entre Twister, te reconocerá de inmediato y matará a quien se te acerque. Solo asegúrate de tener a eso - se atrevió a señalar a Poli - lejos. Puede ser muy territorial.
- ¡¿Twister es tuyo?!
Pero como respuesta recibió el portazo. Y bueno, ahora ya sabía cómo él conocía su casa.
Luego de unos minutos. Diana estaba de cuclillas en el suelo admirando como los dos perros jugaban. No podía explicarlo, pero verlos tenía un efecto hipnotizante. Era imposible quitarle los ojos de encima o evitar sonreír cada vez que Poli se tiraba encima de Twister que acostado con las patas para arriba soportaba con paciencia la curiosidad y travesuras de Poli.
El dueño de Twister se equivocó con él, era el perro mas amistoso del planeta. Cuando vió a Poli por primera vez, se acercó a olisquearla y le dió un lametazo en la cara.
No sabía idioma perruno pero en vista que no la atacó, se podía decir que aquello era su forma de saludo.
Durante su tiempo a solas en aquella casa, analizó todo a su alrededor y llegó a una conclusión: O el desconocido no era una persona sentimental o, iba de paso.
Porque no encontró ningún objeto personal.
En la cocina solo había una taza y una cafetera. En la sala, solo un sofá y apostaba que dormía muy seguido ahí por el hundimento leve en los cojines. Por lo demás, estaba vacío.
A excepción de los objetos de Twister que si parecía haberse adueñado del lugar, el único desorden que había en la casa eran sus juguetes. Varias cadenas y comida para perros se apostaban en un rincón.
Ah. Y por supuesto. La única fotografía en todo el lugar era de Twister sentado sobre sus patas traseras en un parque con una pelota en el hocico.
Cuando el desconocido regresó, la encontró sonriendo ante la idea de que, el humano era un simple invitado en la casa de Twister.
- No hay indicios de que sigan en los alrededores y tu casa está vacía. Llamé a refuerzos, no tardarán en llegar. También deberías llamar a tu familia, querrán hacerles preguntas.
Hizo una mueca al recordar que no tenía su celular.
Alzó la vista hacia él y frunció el ceño.
- Estás empapado - mencionó.
- ¿De verdad?
- Pudiste haber llevado paraguas.
- No veo como un paraguas me podría ayudar si me tocaba defenderme.
Diana se llevó la mano al cuello. Todavía tenía dolor de garganta y considerando que su piel era ultra sensible, seguramente no tardarían en aparecer marcas.
- Si, ya me quedó claro que solo necesitas las manos.
No pudo esconder la rabia en sus palabras. Porque ya no quería ser esa mujer, la que temblaba si la tocaban, huir con cada alarma, estar indefensa y esconderse ante un hombre.
No quería rogar más.
Por eso se puso de pie escondiendo tan profundo su miedo como escondía cada espina. Lo miró de frente con la misma ira ardiente que sintió en aquel baño, y con la que creció en ese instante al tener que huir de su propia casa.
El chico enarcó las cejas como respuesta y a Diana le dió la sensación de que le agradó su cambio de actitud.
Aunque le daba igual. No necesitaba su aprobación.
- Creo que deberías disculparte - dijo con más seguridad de la que había mostrado nunca.
"¿Dónde estaba cuando quise poner en su lugar a esas chicas?" Se lamentó.
Una risa histriónica se escapó de su garganta.
- ¿Yo? Irrumpiste en mi casa, estaba en mi derecho.
- No representaba ningún peligro. Mi peso debe ser la mitad que el tuyo.
- Fue suficiente para que me taclearas.
- Perdiste el equilibrio - aclaró.
Ojos azules dió dos pasos al frente pero Diana se negó a moverse.
- ¿Por culpa de quién? ¿La gravedad?
- Como sea, una caída no es nada frente al hecho de que me estrangulaste.
- Invadiste propiedad privada. ¿Esperas que me disculpe?
- Sería amable de tu parte. Si. Pudiste matarme.
La expresión interesada que mostró durante su discusión se apagó y su mirada se ensombreció convirtiéndose en algo nuevo, casi peligroso.
- Entonces, basado en tu lógica...- se acercó tan sigiloso como una víbora hasta estar a unos centímetros de ella. Una sonrisa siniestra la hizo querer retroceder - Si un intruso ingresa a tu casa y te ataca ¿El dueño no tiene derecho a usar la defensa propia y devolver el ataque? - abrió mucho los ojos y los ojos que en un principio le resultaron reconfortantes, ahora eran los de un psicópata - ¿O debería ir a la cárcel también?
El temple que adquirió por la rabia se derrumbó de un momento a otro. Porque su padre era su punto débil. Los ojos de Diana se llenaron de lágrimas por segunda vez en el día.
Ya sabía que todo el vecindario estaba enterado del suceso del año pasado, no conocía a este tipo pero no le extrañaba que alguien se lo contara. Lo que le sorprendía era que de nuevo, alguien lo utilizara para burlarse de ella.
Se sintió decepcionada, porque de verdad creyó él no era tan malo, a pesar de todo.
Quizás su intuición comenzaba a fallarle.
- Eres un imbécil - fue lo único que pudo escupir antes de tomar a Poli entre sus brazos y salir de esa casa hecha una furia.
La lluvia había menguado pero no lo suficiente como para ir sin paraguas, así que lo sacó de su maleta. Fue difícil caminar con las dos manos ocupadas pero se las arregló.
- Lo siento Poli pero no volverás a ver a Twister - le habló sentada en su umbral, mientras esperaba a que los agentes llegaran - Ya sé que él no tiene la culpa de tener el dueño que tiene pero no quiero volverme a cruzar el él. Es aterrador y mezquino - Poli ladró dos veces como respuesta - No. Nos ayudó, solo hizo lo que cualquier policía haría. No es buena persona.
Otro de los muchos beneficios que tenía el haber adoptado a Poli era que ahora podía dar rienda suelta a sus pensamientos intrusivos en voz alta y fingir que Poli la escuchaba y comprendía.
Era extraño, si veías discutiendo solo a alguien lo tachaban de loco, pero si lo hacías lo mismo con tu perro como interlocutor, las personas solo veian a un amante de los animales.
- Por cierto ¿Es mi idea o él no tenía pinta de policía si no de criminal? No quiero prejuzgar pero en mi mente los policías se ven como los de CSI, no como Damon Salvatore de The Vampire Diares - otro ladrido.
Sus hermanos estaban de camino. Les escribió un mensaje al chat grupal contando lo sucedido, era más fácil que llamar uno por uno. Ninguno respondió el mensaje, pero a Diana los conocía bastante bien y le bastaba con ver las dos palomitas de visto por los tres para saber que dejaron todo de lado y venían.
Estaba a punto de llamar de nuevo a Daniel porque no le contestaba y tenía varias llamadas perdidas suyas, tampoco había leído su mensaje, cuando el rugido de su motocicleta la alertó de su llegada.
Y a pesar de todo lo que pasó aquel horrible día, el corazón de Diana se regocijó como cada vez que lo veía, al verlo bajandose de la moto y quitándose el casco.
Poli fue la primera que corrió a su encuentro ladrando emocionada por sus pies. Daniel era de los que tenían algo con los animales que hacía que lo amaran. Las dos veces que salieron a pasear por el parque, Poli casi no le prestó atención a su hermano que intentaba ansioso poder jugar con ella, si no que se paraba en dos patitas esperando a que Daniel la tomara en sus brazos y le acariciera la cabeza.
Daniel cortó la distancia en un par de zancadas.
- Lamento mucho que hayas tenido que venir no quería interrumpir tus... - no alcanzó a terminar la frase cuando fue rodeada por la calidez de su cuerpo.
Y es que, a pesar de que también estaba empapado por la lluvia. Diana aún sintió el calor que emanaba de él. La estrechaba con fuerza contra él.
- Estoy bien - murmuró al sentir la fuerza con la que la apretaba contra él - De verdad.
Acunó su rostro entre sus manos y la miró como si no creyese que la tenía ahí al frente. Y cuando se convenció, depositó un delicado beso en su frente que le calentó el estómago.
No podía creer que hace no mucho tiempo estaba corriendo aterrada por su vida, y ahora estaba embriagada por un sentimiento enorme que comenzaba a arder en su pecho. Además, Daniel era hermoso y todavía no le cabía en la cabeza cómo logró ser la chica por la que manejaría bajo la lluvia abandonando todo y a la que miraba desesperado por su bienestar.
- Los escuché... Estábamos hablando y de pronto oí un golpe, luego pasos y voces gritando que te siguieran. Me volví loco, jamás en mi vida había sentido tanto miedo e impotencia al mismo tiempo. Peque, creí que no te encontraría - se le arrugó el corazón ante su tono desconsolado.
Ahora Diana era la que volvía a aferrarse a él. Todo pasó tan rápido que no había alcanzado a asimilar la magnitud de lo que sucedido. Con un poco menos de ventaja sobre los intrusos al momento de correr y Diana en ese momento podría estar desaparecida, golpeada y siendo extremista como lo era, hasta muerta.
Se imaginó en el lugar de Daniel, oyendo todo lo que pasaba sin poder hacer nada y entendió el porqué la abrazaba con tanta fuerza. Parecía perdido y extasiado por su presencia y calor. Se inclinó hacia atrás para mirarla de nuevo.
Y un calor abrasivo la incendió cuando se adueñó de su boca por tercera ocasión. Pero era diferente de la última vez, en la que su beso fue una caricia robada, porque esta vez la besaba con un ímpetu inquieto, como si el mundo se fuese a acabar o como si ella se fuese a disolver si la soltaba.
Mientras tanto el corazón le martilleaba en respuesta y no pudo hacer más que apretarle la muñeca para que supiera que todo estaba bien, que estaba ahí y que ese instante era de solo ellos dos.
Y aquel maravilloso beso era como una conversación de amor: exigiendo, suplicando y luchando para que lo que estaban construyendo nunca se derrumbara.
Sentía su boca ávida e infernal robándole escalofríos en el estómago, llevándose cada amarga sensación de las últimas horas. Y como artista que era, pintaba ese día gris con colores vibrantes. Transformándolo.
Con él, tenía un día de verano bajo la lluvia.
- Te quiero muchísimo ¿Lo sabes?
Desconocido
Maldecía cada decisión que tomó que lo llevó hasta aquella posición.
Podría haber hecho todo diferente. Tener opciones.
Ahora cada segundo de su vida estaba ligada a la de ella. Y no solo porque la cagó permitiéndose tener sentimientos hacia ella, si no porque si le hubiese pasado algo aquel día, su jefe habría acabado con su vida.
No tenía ninguna excusa válida ante él que justificara el que haya abandonado su posición. ¿Cómo podría explicarle que el juramento que le hizo de protegerla se estaba convirtiendo en su infierno personal? Y que solo quería unos minutos lejos de ella, para poder recuperar su cordura y convencerse de que fue un grandísimo error interferir en su vida, entregándole ese maldito paraguas.
Se permitió un instante de debilidad cuando la vió salir por esas puertas con fuego en los ojos, en su expresión afilada y pudo reconocer ese sentimiento tan familiar para él, la ira. Llevaba meses detrás de ella y jamás había visto a esa persona que caminaba bajo la lluvia como si le perteneciese.
Fue cuando tuvo la seguridad que ese virus ya se había instalado en su pecho que necesitó alejarse.
La siguió hasta la puerta de su casa en el nuevo auto que fui obligado a conseguir y aceleró poniendo lo máximo de distancia que podía entre ella y él - dos cuadras-.
Y entonces, a la vida le pareció que tenía mucha gracias atormentarlo, porque mientras pensaba en una forma de deshacerse de ese maldito juramento, se la lanzó encima como diciendo "Toma un tacleo, para la próxima vez que pienses que puedes escapar"
Y claro, como él estaba jodido de la cabeza y todos sus reflejos estaban automáticamente preparados para atacar, la estranguló como un maldito animal.
Fueron tres segundos atentando contra la vida que tanto intentaba proteger, de los que nunca se iba deshacer.
Ella le explicó rápidamente lo que ya había imaginado que sucedió y no pudo sentirse más idiota por dejarla sola.
Y ni todo su entrenamiento de agente encubierto para mantenerse impasible le sirvió mucho frente a ella porque se le escapó un "esta mierda era lo último que me faltaba" . Tenía que cargar con mucho en su día a día, vigilarla, sus dos jefes, el riesgo de volver a la cárcel y todo su pasado. De verdad que no necesitaba agregarle la presión de sentir algo y ocultarlo a toda costa.
Diana debió mal interpretar sus palabras porque quiso irse.
El problema era que él era un masoquista y no quería dejarla ir tan pronto. Se inventó una excusa rápida y salió cumplir lo que su cerebro sin esa niebla llamada Diana, debió hacer desde el principio.
Buscar a esos imbéciles.
Mientras entraba a esa casa que ya era tan conocida para él con el arma en posición, pensó en lo gracioso que fue hacerse el desentendido y fingir que hace poco conocía su dirección.
Diana habría entendido que él era el tipo que soltó a Twister para que hiciera lo que él jamás podría hacer. Ese día su amigo se ganó un par de juguetes por el buen trabajo que realizó.
Cuando regresó, creyó que la lluvia y el deber de evaluación y patrullaje, le habrían enfriado la cabeza. Pero solo faltó verla sonreír de nuevo para volver a estar bajo su niebla.
Entonces se dejó llevar por un duelo de palabras, y la provocó tanto hasta que la mujer de fuego apareció de nuevo. Era como hubiese sido poseída y de pronto se convertía en la mujer perfecta para él.
Se internó en la discusión tanto defendiendo un punto en el que no creía, que no sabía quién de los dos se acercó en qué momento, pero de pronto la tenía a una distancia peligrosa.
Ella pronunció la palabra "amable" y aquello lo regresó a la realidad. Él no podía serlo con Diana. El haberla conocido ya lo metería en muchos problemas más adelante.
Tenía que detener todo.
Y él solo conocía una forma. La crueldad.
Cuando terminó, la odiaba a ella, porque lo hacía odiarse a si mismo por haber tenido que comportarse con un idiota.
Porque necesitaba esa decepción que afloró en sus suaves ojos para apagar esa llama que se extendía con cada minuto observándola a lo lejos y que lo asfixió por completo cuando la tuvo al alcance de su mano.
La dejó marcharse y pudo respirar un minuto, antes de salir tras ella y volver a su posición habitual. Ser una sombra.
Admirar lo dolorosamente bella que era desde la lejanía.
Y finalmente trajarse una piedra cuando lo vió llegar. Luego, ver esos mismos ojos que antes estaban llenos de decepción mirando a ese idiota como si ella le perteneciera solo a él.
Fue en el momento que le resultó una tortura verlos juntos que decidió que ya era hora de actuar.
Tenía que terminar con esto antes de enloquecerse.
Buscó su celular y utilizó la marcación rápida para llamar a su jefe.
- Tengo un plan - dijo dándose la vuelta - pero no le va a gustar. Verá, la clave es Diana.
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Editado: 31.03.2024