Hablando con miradas

Prólogo

Abrí mis ojos cuando el primer rayo de sol cruzó por el cristal de mi ventana. Sentí su cuerpo moverse entre las sábanas y luego a sus brazos rodeando mi cintura. Él también había despertado. Su piel rozó la mía haciendo que un mundo de sensaciones se manifestaran dentro de mí. Todavía mis ojos brillaban cuando se acercaba, como cuando nos hicimos novios. Todavía sentía aquella felicidad tan pura e intensa, típica del primer amor.

Acercó sus labios a mi cuello y comenzó a besarlo haciéndome cosquillas. Una pequeña risa se escapó de mi boca. Era sin dudas lo que había deseado por años; despertar junto a la persona que en muy poco tiempo se convertiría en el padre de mi primer hijo.

— ¿Cómo amaneció mi escritora favorita? —preguntó con una pequeña sonrisa ladeada.

Aquella hermosa sonrisa que le regaló vida a mis días desde que nos conocimos.

—Excelente— respondí y me acerqué a sus labios para depositar un dulce beso.

— ¿Y el pequeño? —preguntó mientras acariciaba mi barriga.

—Feliz.

Al igual que yo, que día a día sentía en su interior los latidos del corazón del pequeño ser que estaba formándose dentro de mí.

— ¿Cómo no estarlo? Tendrá los mejores padres del mundo—su brazo rodeó mi cuerpo haciéndome sentir toda la calidez que necesitaba en ese abrazo—. Una mamá escritora y muy hermosa, y un papá empresario que le cumplirá todos sus caprichos.

Sentí una pequeña lágrima escaparse de mi ojo derecho. No podía ser más feliz. Amaba esa sensación que tenía cada vez que pensaba en mi pequeño, gateado por cada rincón de la casa, dándome el título de “Mamá” y abrazándome con toda la inocencia que su cuerpo poseía. El amor más puro e intenso que se siente sin siquiera conocer a la persona. Sin verlo, ni mucho menos hablarle, te enamora.

—Finalmente es real—comenté con aquél típico destello en mis ojos que aparece cuando la felicidad ya no cabe en el cuerpo.

—Sí, finalmente seremos una familia—dijo mientras secaba mi mejilla con su dedo.

El sonido de la alarma sonó interrumpiéndonos. Ethan entró al baño, no sin antes esbozar una sonrisa. Ya era hora de comenzar un nuevo día. Me levanté de la cama y me paré frente a un gran espejo que teníamos en la habitación. Me analicé lentamente y acaricié mi barriga. No podía creer que un ser tan pequeño al cual todavía no conocía podía hacerme tan feliz. Era nuestro pequeño, mío y de Ethan. Lo único que nos faltaba para ser completamente felices.

Finalmente me había convertido en la mujer brillante y madura que soñé desde niña. Aquella mujer luchadora por sus sueños y metas. Amaba mi vida, amaba todo de ella. Jamás la hubiese imaginado de otra manera.

Sentí los brazos de Ethan rodear mi cintura. Ambos nos miramos al espejo y sonreímos. Depositó un pequeño beso en mis labios y se despidió de mí.

—Hasta luego, cariño. Nos vemos en el almuerzo.

Y tal vez no solo de mí, sino también del último momento en el que seríamos felices.

Como todas las mañanas yo salía caminar hacia un parque que quedaba a tan solo unas calles de mi hogar. Descansaba debajo de las sombras de los grandes sauces que allí había mientras leía algún que otro libro o escribía algunas ideas que se me cruzaban en la cabeza. Aquél lugar era inspiración para mí.

Sin embargo, jamás imaginé que nunca llegaría al parque aquella mañana. Fue de un momento a otro cuando todo en mi vida cambió. Todo lo que un día amé fue desapareciendo, gracias a una mala jugada que me hizo la vida. Mi mundo comenzó a derrumbarse frente a mis ojos y no podía hacer nada para evitarlo.




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