Hacia el Horizonte

Historia de un amor

Historia de un amor…

Te la contaré en susurros…

Dos corazones una noche empezaron a latir en sincronía y bajo la luz de las estrellas se amaron.
No importó edad, no importó corazones rotos y mucho menos los vástagos de una vida difícil.
Jugaron a la luz de la luna, entregándose el uno al otro, sin saber que aquel acto de amor los uniría. A los meses, el fruto de aquel amor brilló con fuerza en el vientre de la mujer.

El padre estaba perdido, pero su corazón y su alma ya habían encontrado el camino. Se negó, pero cuando su razón gritó, salió corriendo en busca de aquello que había dejado atrás y sin esperarlo encontró una radiante luz que ahora se había desplegado.

Una niña, idéntica a la mujer que había causado estragos en su corazón, le sonrió y su armadura se ablandó, encontrando la razón del llamado tan desesperado de su ser, eran ellas. Aquella niña que lo miraba como se miran a las galaxias y aquella mujer fuerte, de inteligencia aguda. Eran su oportunidad de tener un hogar.

Sus caminos se cruzaron de nuevo y con amor se profesaron los versos más relucientes, mientras volvían a crear a otro fruto de su amor. Dos niños, una niña y un niño, una familia. Ambos lo supieron, crearían un hogar, un lugar cálido y amoroso para que dos criaturas crecieran a salvo.

Sus ojos prometieron una larga vida juntos y su amor se desplegó por las galaxias. Se casarón, unieron sus promesas y entre sonrisas empezaron lo que sería su condena. Risas, fiestas y momentos llenos de ternura le siguieron. Aprendían uno del otro y se apoyaban entre sí.

Todo fue hermoso mientras duró. Crisis económica hicieron tambalear el hogar, las paredes se volvieron inestables y aquellos muros firmes se empezaron a desmoronar. La realidad les cayó encima, pero aun así lograron salir adelante.

Con un corazón inconforme y el otro sobrecargado de responsabilidades. Era una grieta capaz de romperlo todo, pero ellos no la veían. Resistieron cantando victoria y creyeron que todo había acabado.

Habían salido adelante. Pero sus hijos habían crecido en el proceso y aquello que los había unido con tanta fuerza, ahora empezaba a cambiar. A desmoronarse frente a sus ojos.

Las risas de los niños habían disminuido, el silencio llegó al hermano menor y la extravagancia musical entretenía a la hermana mayor. Ya no eran niños, empezaban a ser jóvenes y con el pasar de los años aquellos corazones que se amaban tanto, se apagaron mientras que sus hijos se volvían más independientes.

Las paredes del hogar volvieron a tambalear y cuando aquellos corazones que se acurrucaban el uno con el otro, dejaron de hacerlo, el hogar empezó a infectarse de oscuridad.

Discusiones, cosas rotas, ensordecedores reclamos y una voluble explosión fueron cosas irreparables. La niña tomó el puesto de su madre, para un padre que no hacía más que buscar luz en su hija y el niño tomó el puesto de su padre, para una madre la cual no se sentía a gusto con su matrimonio.

Vínculos no sanos, dependencia y luego el quiebre. Un padre alcohólico, una madre fuerte pero ausente, un hijo serio y una hija complaciente. Una madre haciendo malabares para sobrevivir y un padre con el corazón cobarde.

El centró de las discusiones comenzó, accidentes volvieron la situación difícil y poco a poco como un veneno mortal, sin sabor ni aviso, tocó los corazones inocentes de los niños.

La niña lloraba, se exigía a si misma, se reclamaba y se torturaba con rudeza. El niño se callaba sus emociones, se molestaba, se revelaba, colocando un peso que no le pertenecía en sus hombros y se volvía el hombre de la casa, ocupando el espacio de su padre el cobarde.

Jóvenes con caras de niños, pero ya no eran los mismos. Ahora la joven lloraba y baja la mirada temiendo que lo peor ocurriese. Ahora el joven no se permitía llorar para no mostrarse débil ante su familia y sus respuestas cada vez se alzaban con mayor autoridad.

Y por último aquellos corazones que se habían amado tanto a la luz de la luna dejaron de latir con normalidad. Uno se volvió muy decepcionado y el otro tomó la locura en sus brazos, acunándola cuando los efectos del alcohol superaban la culpabilidad de sus latidos.




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