Hacia el interior

Hacia el interior

03 de octubre de 2019

Todavía me acuerdo de esa tarde, hace dos años atrás, en la casa de mi primo en la que, entre mate y mate, hablábamos de nosotros, nos poníamos al día y exponíamos nuestros puntos de vista sobre cómo era la vida. Hasta que le dije “tenés que escuchar esto Primito”. Si, me lleva 6 años, tiene 35, pero siempre va a ser mi Primito, como yo siempre voy a ser su “Bichito”. La cosa es que puse desde mi celular el video con letra de “Mucha cosa buena” de Sie7e, dejándome llevar por le melodía comencé a moverme en mi lugar, movía mis hombros y mi cabeza, no notaba que mi primo estaba completamente absorto en el video, leyendo la letra. Cuando terminó me dijo “¿vos escuchaste lo que dice esta canción o solo la cantas Bichito?” “las dos, pero, ¿qué puedo hacer?” Le respondí muy suelta a la vez que me encogía de hombros “La plata no compra la felicidad, tiene paz en su mirada, si tiene amor, no falta nada, somos más de lo que imaginan, mucha cosa buena yo te vengo a cantar” Recitaba él “¿que más tiene este tipo?” y así pasaron Wasamara, Relax, A prueba de amor, el hitazo infaltable de Yo tengo tu love… Y empezamos a pensar donde estábamos y qué queríamos, estas canciones nos estaban dando un mensaje claro: quizás había otra manera de vivir, no solo el trabajo de 8 a 20, los fines de semana reventados en la cama por el trabajo semanal o una fiesta para olvidar y vuelta a empezar. Comenzamos a sentirnos en sintonía con los hámsters de las veterinarias que corren en sus rueditas hasta el cansancio. ¿Qué estábamos dejando de lado? ¿Qué queríamos hacer? ¿Hacia dónde iban nuestras vidas a este paso? ¿De qué nos arrepentiríamos si seguíamos así? ¿Qué nos daba miedo en estos momentos? ¿Qué nos detenía? ¿Por qué existía la maldad en el mundo? ¿Tiene la tristeza un propósito en nuestras vidas? Le empecé a hablar de Foucault, de Byung-Chul Han, de Hannah Arendt, algunos los había leído en la universidad otros los pescaba de oído. Ese día mi visita terminó más tarde de lo habitual, a las tres de la mañana me devolvió a casa y yo me sentía más despierta que nunca, con adrenalina en la cabeza, pero con miedo en las entrañas, habíamos trazado un plan, íbamos a sacar provecho del capitalismo para eso.

El sol me pega de frente, lo veo al “Alemán”, como lo llaman al Primito a donde sea que vayamos por el aspecto que tiene y él con orgullo no se niega en corregir, cerca de un grupete de viejos pescadores a la orilla del río Paraná en la costanera del puente Zarate-Brazo Largo. No cambia más, que manera de llenarse de información de vejestorios, esa manía, antes coleccionaba autitos, que vendió en pos de nuestro proyecto para acondicionar su casa rodante y hacerla “eco frienddly” como le digo yo para hacerme la hippie con OSDE, ahora colecciona mitos, leyendas, información inútil que no sé dónde guarda porque escribir no es lo suyo. Lo dejo pescar en paz con su vejestorio, pesca deportiva para él, claro.

Desde que emprendimos este viaje, hace dos días, por momentos creo que voy a morir de ansiedad por la falta de estructura y por otros momentos siento la libertad de no tener tiempo ni estructura. Es hora de mi meditación diaria, eso es lo que más me está ayudando en estos momentos de cuasi desborde.

 

 

18 de octubre de 2019

Algo que podría llevarnos dos horas de viaje nos está llevando días y es que, con el Primito decidimos hacer las cosas a nuestro modo y eso implica bajar, respirar el aire, hacernos del paisaje, meditar al amanecer, escuchar el sonido de la noche, ver las estrellas, conocer los lugares por los que pasamos y si nos da curiosidad o escuchamos hablar de algún pueblito en particular nos desviamos sin chistar, no hay una sola discusión al respecto. El fluir de nuestro viaje es como un río que está conociendo aún su cauce, sabe que el final es el mar, pero no conoce el camino que lo llevará a él. Hoy estamos en Gualleguaychú.

 No todo es color de rosas, hace dos noches la policía nos paró y un agente nos preguntó por una supuesta bolsa mortuoria que tendríamos que tener entre nuestro kit básico, supongo que por si alguno de nosotros dos se moría y tenía la gentileza de meterse adentro antes del último latido así les ahorramos el esfuerzo a ellos. Le explicamos que nosotros eso no lo teníamos porque no estaba en el reglamento al salir de Buenos Aires y el buen ciudadano dejó entrever y luego nos amenazó, lisa y llanamente, con hacernos una multa, lo que me aireó de tal manera que hizo que terminara por bajarme de nuestra casa rodante. Lo increpé a los gritos diciéndole que debía hacer lo que tenía que hacer en medio de la ruta, mi primo, sorprendido por mi reacción, trataba de calmarme y contenerme mientras le pedía disculpas al policía que parecía no entender como alguien en Argentina pedía que le hiciera una multa. Finalmente nos fuimos sin bolsa y sin multa, pero mi indignación sigue al día de hoy, ya intenté varias veces hacer relajaciones, respiraciones, yoga, nada resulta, será cuestión de tiempo aceptar esta emoción que perturba, como tantas otras.

Por otro lado, noto que mi ansiedad disminuye, cada día puedo encontrarme más cómoda en este devenir del viaje, eso me ayuda a conectarme de otro modo conmigo y con mis intereses, me traje mi baúl de libros, lo que me permite abstraerme de todo cuando se me antoja y por otros,  me acerco al pueblo más cercano y enseño o aprendo algún quehacer de los lugareños o simplemente saco mis cuentos para leerlos en público a quien quiera escucharme o armo improvisadas obras de teatro con mis títeres a los niños de la zona. Son muchos los momentos donde estoy en soledad, me resulta gustoso, mi primo no solo sale a pescar y a andar con sus vejestorios de turno, también es muy atractivo para las lugareñas y no pierde el tiempo, sale a “darle de comer a su canario” como le llama cada vez que se ausenta con sus motivos amatorios, lo que me hace reír, sus metáforas son muy ocurrentes.



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En el texto hay: viaje, primos, cambios

Editado: 26.01.2021

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