Hades

Capítulo 1. La Llegada

La llegada.

Layla. 

Hace dos semanas me mudé a Sansprel, a las afueras de Los Ángeles. He de admitir que me resultó difícil dejar mi antigua vida atrás. 

No por el hecho de mi vida en sí, porque no fue demasiado lo que abandoné en Atlanta, Georgia. Era más bien por tener que abandonar todo lo que conocía para dirigirme a un mundo completamente nuevo para mí. 

Además, siempre he odiado los cambios. Realmente los detesto. 

Cuando eres nueva en un lugar, da igual el que sea, siempre te miran como a un bicho raro. Antes de tu llegada, las personas que te conocerán en un futuro te visualizan, se imaginan con todo lujo de detalles como serás. Cuando llegas a ese lugar y por fin conoces a esas personas que un día tuvieron cientos de expectativas acerca de ti, te cuesta la vida ser tu misma con ellos. De hecho, no sabes ni si quiera ser tu misma por que sientes como sus prejuicios sobre tu persona te golpean como un martillo una y otra y otra vez. Sin cesar, todo el tiempo. 

Cuando llegué a Sansprel me decían que era una gran ciudad. Luego averigüé que lo de “gran” no era por su tamaño, si no por su valor en sí. 

Me llevé una decepción. 

¿Sabéis lo que ocurre cuando el lugar en el que vives no tiene demasiados habitantes? Que todo el mundo sabe quién eres. 

Y eso es lo que yo no quería que ocurriera. 

Pero ocurrió. 

Cuando llegué a la única universidad que había en aquella ciudad, pude darme cuenta de ello. Normalmente en un sitio como aquel, la gente pasa por tu lado como si no supieran de tu existencia, aunque te conocieran de toda la vida. Pues ahí era al contrario.  

Caminando por aquellos pasillos, lo único que hacía era oír el murmuro de todos a nuestro alrededor. Ya sea porque estaban hablando de mí o de mis hermanos. 

Cole, Brody y Nathaniel. 

Brody y Nathan aún estaban en la universidad, pero en el último año. Yo estaba en el segundo. Tendría que aguantar los otros dos años restantes sin ellos allí. Sería difícil. 

Cole en cambio no fue a la universidad. Decidió trabajar en vez de estudiar y se quedó en su piso de Georgia, viviendo a sus anchas. 

Los había que tenían suerte. 

En estas dos semanas que llevo aquí, he hecho tanto amigos como enemigos. De hecho, las amistades que hice surgieron a partir de las enemistades que también hice. 

Irónico. 

Alicia Blossom. Es la típica creída, que piensa que es mejor que tú y bueno, básicamente que cualquiera que pase cerca de ella. Debe de sentir que no merecemos compartir su mismo aire. 

Es la peor persona que había conocido en mucho tiempo. 

Bueno, está en el top diez. 

En cuanto pisé el edificio se acercó a mí. Lo que pensaba que se convertiría en una bonita relación entre compañeras de clase, tornó a intentos de humillarme y envidia. La chica lo único que buscaba era trapos sucios para dejarme mal delante de los demás y saber acerca de mis hermanos para liarse con alguno de los dos. 

O con los dos. 

Pero gracias a que no todo el mundo es tan siniestro como aquella rubia teñida, pude salir bien de aquella incómoda situación. Todo por una persona que dedicó unos minutos de su vida en sacarme del apuro. 

Maia Coleman. 

Media melena rizada, color castaño claro, gafas color champán y unas uñas siempre de color rosa. 

Si no se hubiera metido en medio, puede que ahora mismo, de un modo u otro fuera el entretenimiento de muchos de los que estaban allí. 

Hice muy buenas migas con ella. Comenzamos a hablar y nos dimos cuenta de que teníamos cientos de cosas en común. Continuamos quedando, y así hasta el día de hoy. 

Media semana después de llegar también conocí a la que sería mi otro pilar en mi nueva vida. 

Eleanor Walsh. 

Piel oscura, lentillas color verde, pelo extremadamente largo y personalidad arrolladora. 

Sin darme cuenta había encontrado dos diamantes allí dentro. 

 

Pasaron los días. Maia me convenció —aún no tengo muy claro cómo— de ir esta noche a una de las discotecas más famosas de LA, que se encontraba a una media hora escasa de nosotros. 

La verdad es que no soy de esas personas que salen demasiado de fiesta. Aunque no siempre fue así. 

Como he dicho, antes vivía en Georgia. Arena, mar, sol, y verano todo el año. Era difícil no querer estar todo el día fuera disfrutando de aquel increíble clima. 

Allí tenía cientos de amigos. Salíamos todos los días, y más aún los fines de semana. 

Pero todo se jodió en una milésima de segundo. Los mandé a todos a la mierda. 

Es lo que se suele hacer cuando descubres que tus amigos, esas personas en las que confiaste todo de ti, en realidad no eran tus amigos. Mentiras, engaños y más mentiras. 

Lo único que hacían era burlarse de mí a mis espaldas. Jugar conmigo, entre otras cosas. Intercambiar risas que a mí no me harían ninguna gracia si hubiera llegado a oírlas. 

Ah, pero es que llegué a oírlas. 

Al final lo que ocurrió es que permanecí sola. No por qué no tuviera la oportunidad de hacer amigos nuevos, que la tuve. Era más bien porque me daba miedo confiarle de nuevo todo lo que les confié a aquellas personas, y que usaron en mi contra. 

Me daba pánico que volviera a ocurrir. 

Durante el año anterior a la mudanza no quedé con nadie. No tuve amigos. No tuve pareja. Por ser así, no tuve ningún contacto con nadie que no fuera de mi familia, o de la tienda de debajo de mi casa. 

Pero ahora estoy aquí, y es una especie de nuevo comienzo. Y que mejor manera de comenzar de nuevo, que empezar a relacionarme con otras personas un sábado por la noche. 

 




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