Hades

Capítulo 2. Amor a primera vista.

Hades. 

— Es algo que me trae tan malas sensaciones. Algo tan... tan... Es que no puedo ni explicarlo con palabras. 

Farfullé tratando de que me entendiera. 

— Si, vamos, que te molesta. Estás enfadado por ello. 

— Eres un as. Como lees entre líneas. Sí, tío, me molesta mucho. 

Parecía que estaba siendo sarcástico, pero no era así. Tenía tantísimas copas encima que no sabía ni en qué día vivía. Puede que fuera un dios, puede también que fuera inmortal, pero eso no impedía que mi cabeza flotase cuando iba por el vigésimo noveno tequila. 

— Los tiempos cambian... Antes también sacrificaban a personas, y ahora eso no se hace, por ejemplo. Hay que saber adaptarse. 

— ¡Esa es otra! —levanté la mano y di un golpe demasiado fuerte en la barra —. Antes ellos nos adoraban tanto que sacrificaban a personas. ¡Sacrificaban a sus propios seres queridos, para contentarnos! ¿Eres consciente de lo descabellado que es? 

— Sí... Era una locura. Algo inhumano, sin duda. 

— No, me refería a lo descabellado que es que ya no nos ofrezcan sacrificios. 

Aquel tío comenzó a mirarme raro. Pero... raro de verdad. Pidió otro tequila y le dije que me invitara a uno más.  

— No creo que debas beber más. 

— ¿Y eso por qué? 

Señaló todos los pequeños vasos de chupitos vacíos que se encontraban en la barra de madera de aquel bar. Podía entender que no quisiera pedir el que sería el chupito número treinta, por lo de los coma tilicos y todo eso. 

Pero eso solo sucedería si fuera humano, y le dejé claro hace varias horas que no lo era.  

Insistí a aquel hombre que me pidiera otro y decidió llamar al que llevaba el bar. 

— No te serviremos más por esta noche. 

Lo miré de la peor manera que se podía mirar a alguien. Tenía suerte de que las miradas no matasen. Bueno... la mía sí, pero no precisamente en esta ocasión. 

— Estoy estupendamen...enente bien —balbuceé. 

— El chico se cree un dios del olimpo, sin duda está pasado de copas. 

Comenzó a reírse de mí sin cortarse un pelo. 

Aquel hombre de camisa de cuadros de franela y gorra polvorienta comenzaba a molestarme, y la gente que me molestaba solía desaparecer de la faz de la tierra. 

Pero justamente esta semana me había propuesto portarme mejor, así que dejé que siguiera respirando. 

Aunque ya estaba en mi lista negra, por si dejaba de proponerme cosas estúpidas. 

 

Salí de aquel bar de carretera y me dirigí a un hotel cercano a donde estaba minutos atrás. Llegué a mi habitación y dormí hasta las que serían las dos de la tarde del día siguiente. 

... 

Sábado noche. 

Una de las muchas cosas que me gustan del mundo de los mortales es que saben cómo divertirse. Sobre todo, en el lugar donde estoy ahora. 

Los Ángeles, uno de mis sitios favoritos. 

Aunque bueno, una vez que sales del inframundo cualquier sitio te parece mejor que ese. Puede que sea mi reino, pero que sea de mi propiedad no quita que sea un tanto deprimente. 

Me dirigí a uno de mis locales favoritos. Era, en mi opinión, la mejor discoteca de LA. 

Pasé al interior. Música a todo volumen, gente borracha o colocada empujándose sin parar y chicas. 

Esto si es vida. 

Pedí unos tragos, bailé... Pero comencé a aburrirme. No estaba siendo una buena noche.  

Allí dentro, un grupo de chicas no hacían otra cosa más que intentar ligar conmigo. Hora tras hora estaban detrás de mí, haciéndome cumplidos e invitándome a tomar tragos. 

Normal. 

Se que lo habitual es que sea al revés, ¿no? Que el chico invite a la chica, pero normalmente la que me ve no puede resistirse a mis encantos, mis ojos grises y a mi sonrisa perfecta, y por mucho que se aguanten no pueden evitarlo. Llega un momento en el que solo quieren estar cerca de mí. 

Pero cuando eso ocurría, cuando insistían e insistían y volvían a hacerlo, me aburría. 

Sí, solía aburrirme con mucha facilidad. 

 

Salí de aquel sitio con el propósito de volver al hotel. Di unos pasos hasta llegar a la esquina de la calle, cuando me percaté de algo y di marcha atrás hasta llegar a lo que había llamado mi atención. 

En un banco cercano a la discoteca, había una chica. 

La curiosidad me carcomía de por qué estaba allí sentada sola, sin amigos y sin usar el teléfono. 

Porque sí, absolutamente todos los humanos usaban el teléfono a todas horas en el día. Me ponía histérico que la vida pasara por delante de ellos y que la ignorasen de esa manera. 

Me acerqué más. Aún no me había visto. 

Era preciosa, he de admitir. 

Su pelo era castaño. Tenía ligeras ondas surferas que caían delicadamente. Su piel era clara, aunque no llegaba a ser extremadamente pálida. Sus ojos eran de un tono azul intenso que jamás, en todos los siglos que he vivido, había visto antes. Sus rasgos eran simplemente angelicales. Sus labios, a pesar de no llevar maquillaje, eran de un color rosado. Sus manos eran finas y estaban repletas de anillos. 

Y tenía un toque triste en su mirada. 

Me senté a su lado. La chica miró casi al instante. Creo que la asusté. 

— ¿Qué hace una chica como tú en un barrio como este? —sonreí con una pizca de malicia. 

Cliché, lo sé. Pero os sorprendería la de veces que me ha funcionado. 

La desconocida me miró con sus ojos azules como el océano y me dedicó una pequeña risa. 

Cuando la vi sonreír, no me preguntéis por qué, pero sentí una paz infinita que me recorría todo el cuerpo. 

— Estoy esperando a una amiga —. Respondió al mismo tiempo que sonreía tímidamente y señalaba el interior del local. 

— ¿Fuera y sola? 

— Está con un chico... Mejor esperarla aquí que estar con ellos dentro.  

— ¿Y tu chico? ¿No viene contigo? 

— Yo no tengo chico. 




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